Noel ‘Razor’ Smith (Londres, 1960) ingresó en la dinastía de los escritores forjados en la delincuencia y la cárcel con ‘Palabras amables y una pistola cargada’, autobiografía publicada originalmente en 2004 y que ahora edita Sajalín en España. En la cúpula de la estirpe, apartado de no ficción, junto al Edward Bunker de ‘La educación de un ladrón’, se situó Smith con esas memorias implacables tanto consigo mismo como con el sistema penitenciario. Uno y otro eran brutales. El autor y exatracador a mano armada fue excarcelado en 2010 tras haber pasado la mayor parte de su vida adulta en prisión, sin olvidar los reformatorios que conoció desde los 14 años. No ha vuelto a estar entre rejas desde entonces. Ha escrito varios libros más de carácter autobiográfico y trabaja como periodista.
¿Qué reacción generó ‘Palabras amables y una pistola cargada’ en el sistema penitenciario?
Lo odió con ganas. No estaba permitido escribir libros para ser publicados mientras estabas en prisión, pero aun así lo escribí y se publicó. De hecho se publicó en varios países, con bastante éxito, y empecé a recibir cartas y postales de personas de todo el mundo. La reacción del sistema penitenciario fue impedirme tener contacto con ningún medio de comunicación durante los tres años siguientes. Fue una decisión boba. Yo estaba condenado a ocho cadenas perpetuas, pero la realidad era que se iba acercando el día de mi excarcelación y resultaba fácil ver que el libro podía ser una forma de que no regresara al crimen una vez fuera de la cárcel. Las autoridades, sin embargo, no podían dejar de pensar en que había revelado muchas interioridades de las prisiones y su odio pudo más que el sentido común.
El tramo final del libro transmite que su vida había sido un fracaso absoluto, tanto por sus decisiones como por el sistema. ¿Ha superado ese sentimiento de fracaso?
Sí. Que gente pagara por leer lo que yo había escrito me cambió la vida por completo. Siempre había pensado que era un inútil. Yo era un criminal y punto. De golpe vi que podía hacer otra cosa para ganarme la vida que delinquir: escribir. No me gusta ponerme melodramático, pero fue como el ave fénix renaciendo de sus cenizas.
Si pegas puñetazos, es fácil: te dan una buena paliza, te aíslan y ya está. Pero los escritos hay que contestarlos
¿Qué efecto tuvo en su estatus carcelario empezar a escribir?
Entre los presos, positivo. Bastante antes de ‘Palabras amables y una pistola cargada’ me saqué un A Level de leyes y un curso de periodismo. De modo que me convertí en el preso al que acudían otros presos cuando querían plantar cara al sistema con quejas, cartas a jueces y demás. Ese tipo de escritura se convirtió en mi herramienta en la cárcel, en vez de pegar puñetazos como solía. La segunda parte de la respuesta es que eso disgustó a las instituciones más que los puñetazos a los guardias. Si pegas puñetazos, es fácil: te dan una buena paliza, te aíslan y ya está. Pero los escritos hay que contestarlos.
Sorprende la violencia extrema que relata entre las subculturas juveniles de finales de los 70 y principios de los 80. ¿Los rockers, como usted, eran especialmente violentos o lo eran igual todos los cultos juveniles?
Fue un tiempo extraño porque renacieron subculturas de otras eras, como los teddy boys, los rockers, los mods o los skinheads, y aparecieron nuevas subculturas. De repente, todos los adolescentes pertenecían a una subcultura y formaban parte de una pandilla. Todos éramos muy jóvenes, estábamos cargados de testosterona y queríamos probarnos a nosotros mismos. De ahí la violencia. Estábamos dispuestos a partirnos la cara por el peinado o la ropa. La película ‘The Wanderers’ [Philip Kaufman, 1979] fue muy importante. Hay psicópatas en todos los ámbitos de la vida y la cosa fue demasiado lejos. Las subculturas juveniles remitieron, pero algunos de esos jóvenes violentos nos convertimos en hombres muy violentos.
Me encantaba entrar en un banco y poner a 30 personas a mis órdenes. Me encantaba que los guardias me tuvieran miedo
¿Ha llegado a alguna conclusión sobre por qué era un kamikaze en la calle y en la cárcel?
Sí: me importaba un pito mi propia vida. No temía a nada porque desde tierna edad me habían machacado policías y carceleros. Me sentí desamparado y aproveché para convertirme en un criminal de los pies a la cabeza. Desde esa posición, estaba al mando. Si marcaba mi territorio, yo mandaba y no ellos. Y me encantaba ese cosquilleo, para qué negarlo. Me encantaba atracar un banco y poner a todo el mundo a mis órdenes. Me encantaba que los guardias me tuvieran miedo. Odiaba al sistema con todas mis fuerzas y mi manera de tratar con él era la violencia, que por otro lado era lo único que habia recibido del sistema.
La cárcel no va de rehabilitación, al menos no en mi país. Va de contención y control y castigo
¿Por qué tantos policías y guardias de prisiones, según su historia, actúan con intimidación y saña inaceptables?
Son pandilleros. Aparte de que, como he dicho, en todos lados hay psicópatas, son una pandilla. Imagine que 30 guardias están al cargo de un ala de una prisión. Y llega un buen tipo que quiere cambiar las cosas y ayudar a los presos. En tres meses habrá sido absorbido por la pandilla que lleva su uniforme y como mínimo callará cuando te traten como a un animal. Es una podredumbre interna de los uniformados que perpetúa la idea de que están tratando con animales.
A usted lo consideraron un caso perdido con 14 o 15 años, de acuerdo con los informes a los que tuvo acceso. Leyendo ‘Palabras amables y una pistola cargada’ parece una profecía autocumplida: nadie movió un dedo para sacarlo del túnel por el que iba como una bola de millón.
Es que la cárcel no va de rehabilitación, al menos no en mi país, por mucho que tengan siempre la palabra en la boca. Va de contención y control y castigo. Esos informes son, como dice, una profecía autocumplida: sabían que iba a pasar mi vida en un bucle de crimen e instituciones penitenciarias porque no iban a ayudarme a salir de él. Mucho más tarde tomé la determinación de probar que estaban equivocados.
Tuve que volver a momentos muy oscuros de mi vida. Valió la pena porque demostré a mis otros hijos que no soy solo un matón que tomó siempre la decisión equivocada
Leer sus memorias es asfixiante. ¿Cómo fue escribirlas?
Una pesadilla. De ninguna manera pensaba en escribir un libro. Pero entonces murió un hijo mío a los 19 años, mientras yo estaba en prisión, y no pude ni colaborar para pagar el funeral, pese al mucho dinero que había robado. Fue Will Self, un escritor bastante famoso al que habia conocido a través de John McVicar, el enemigo público numero uno en los 60 y los 70, quien me animó a escribir más que relatos para revistas. Yo le pregunté si podía ganar una pasta con un libro. Me dijo que era posible si escribía un libro sobre mi vida. Mi respuesta fue que había demasiados libros de delincuentes en los que cada golpe significaba un millón de libras y cada pelea se saldaba con el rival grogui. No quería escribir esa basura. Me aconsejó contar la verdad. Eso hice y tuve que volver a momentos muy oscuros de mi vida. Valió la pena porque demostré a mis otros dos hijos que no soy solo un matón que tomó siempre la decisión equivocada.
Solo con que evite una vida de miseria y dolor como la que yo he tenido, vale la pena
¿Cuál es su trabajo en ‘Inside Time’, periódico para presos británicos?
Soy el jefe de Correspondencia. Cada mes recibimos de 300 a 400 cartas de presos y mi trabajo es elegir las más interesantes y editarlas. También escribo varias columnas fijas y hago entrevistas a exreclusos que se han alejado de la delincencia, porque no tienes que ser un delincuente toda la vida. Doy charlas en escuelas y universidades para mostrar que la delincuencia no es una broma, y aún menos la cárcel.
¿Le satisface su trabajo?
Solo con que evite una vida de miseria y dolor como la que yo he tenido, vale la pena.
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