Las primeras palabras de Nick Cave en ‘Fe, esperanza y carnicería’ son: “¿Quién quiere dar entrevistas? En general, las entrevistas son una mierda. De verdad. Te consumen. Las detesto”. No está mal como preámbulo de un libro que es, básicamente, una entrevista. De 300 páginas. Acaso condicionado por la necesidad de buscar algo en que ocupar el tiempo durante el confinamiento, Cave aceptó en 2020 la propuesta del periodista norirlandés (y amigo) Séan O’Hagan de mantener una serie de conversaciones telefónicas hablando sobre sus “preocupaciones actuales” con vistas a la confección de un libro. Las charlas se prolongaron durante un año; en total, más de 40 horas de grabaciones en las que el cantautor australiano no solo pasó revista a sus 40 años en la música sino que abordó con una franqueza bastante brutal los episodios más dolorosos de su vida y asuntos como la pérdida, el duelo, la libertad, la espiritualidad, las adicciones y el poder redentor del arte. Una larga y perturbadora confesión que la editorial Sexto Piso publica la próxima semana en castellano con traducción de Eduardo Rabasa.
El asunto central de estas conversaciones, al que Cave vuelve una y otra vez, es la muerte, en 2015, de su hijo Arthur, que a los 15 años se despeñó por un acantilado en Brighton después de haber consumido LSD. En el posfacio del libro, O’Hagan admite que se vio sorprendido “constantemente” por la “sinceridad y apertura” del músico a la hora de hablar de la tragedia, así como por “la naturaleza articulada” de sus respuestas. “Es importante hablar de ello, porque la pérdida de mi hijo me define”, dice Cave en un momento de la entrevista.
Algunos pasajes son de una dureza casi insoportable. El capítulo en el que el artista rememora la noche en la que murió Arthur es una lectura sobrecogedora. También lo es el momento en el que asegura que toda su obra de los últimos años es una manera de buscar la “absolución”, de pedir perdón a su hijo por lo que sucedió. Pero Cave se afana en repetir una y otra vez que aquella inconcebible catástrofe familiar puso en marcha una transformación personal y creativa que ha dado un sentido más pleno a su vida y a su obra. “Desde que Arthur murió he podido escapar de la fuerza absoluta del dolor y experimentar una especie de alegría que es completamente nueva para mí”, asegura. “He vivido muchos más periodos de felicidad que antes, a pesar de que ha sido lo más devastador que me ha sucedido jamás. Es el regalo que me dejó Arthur”.
Salir de la oscuridad
En pleno derrumbe existencial y sumidos en la más completa oscuridad, Nick Cave y su esposa Susie descubrieron poco a poco que la amabilidad de la gente podía ser una fiable fuente de luz y, con el propósito de dejar atrás las tinieblas, se aferraron a la convicción de que “el mundo no está animado por la maldad, como se nos dice tan a menudo, sino por el amor”. En esa certeza hallaron el camino para volver a la vida, pero ya no eran las mismas personas que antes. “Me gustaría transmitir –dice Cave- un mensaje que tiene que ver con la pregunta que se hace toda la gente que pasa por un duelo: ¿te sientes mejor en algún momento? Y la respuesta es que sí. Nos volvemos diferentes. Mejores”.
A riesgo de alienar a sus fans más escépticos, el artista no oculta que este viaje va ligado a una intensa exploración de su fe religiosa. Es cierto que ese es un interés antiguo que se remonta a los tiempos primigenios y salvajes de The Birthday Party -“tenía mucha gente con la que drogarme, pero muy poca que me acompañase a la iglesia”, apunta sobre aquellos días- y que, como fuente de inspiración artística, ha estado presente en toda su obra, pero Cave subraya que en los últimos años se ha acrecentado su inclinación a aceptar la “verdad poética” de la existencia de Dios. Y va un paso más allá al afirmar de manera bastante taxativa que “el ateísmo es malo para el oficio de escribir canciones” por cuanto niega “la dimensión sagrada fundamental de la música”.
Droga y rock and roll
Aunque los asuntos tratados son, como se ve, de cierta gravedad, las páginas de ‘Fe, esperanza y carnicería’ también brindan unas cuantas satisfacciones a todos aquellos que busquen suculentas historias de sexo, droga y rock and roll. Pese a formular alguna débil queja cada vez que surge el tema de sus adicciones –“me parece cansino y poco interesante”, señala-, Cave habla abiertamente de su relación con la heroína y el alcohol y relata algunos episodios delirantes, como el del día en que salió de su primera estancia en una clínica de rehabilitación y la revista ‘New Musical Express’ tuvo la infame ocurrencia de organizarle un encuentro con Shane MacGowan (The Pogues) y Mark E. Smith (The Fall), dos dipsómanos irreductibles, ya fallecidos. ¿Qué podía salir mal? “Estaban ahí sentados metiéndose drogas y bebiendo hasta perderse. No fueron muy empáticos con mi situación”, comenta.
Abundan en el libro las reflexiones sobre el tortuoso proceso de componer música –“escribir canciones es un asunto sangriento”, sostiene- y las revelaciones sobre la dinámica interna de los grupos que ha liderado. Respecto a la primera y más legendaria formación de The Bad Seeds, apunta que la convivencia en el estudio con el multiinstrumentista Mick Harvey y el guitarrista Blixa Bargeld era “como tener a Hitler, a Stalin y al jodido Mao Zedong tratando de hacer un disco juntos”. Y muestra una divertida perplejidad al evocar el día en que el temperamental Bargeld abandonó el grupo en medio de una grabación pronunciando una frase inmortal: “No me metí en el rock and roll para tocar rock and roll”.
Pero incluso a la hora de rememorar escenas hilarantes como esta, el relato de Cave parece estar impregnado de un sentimiento de profunda melancolía. O’Hagan lo define como una aguda consciencia “de la precariedad de la vida”, presente en todo el libro. De hecho, durante los 12 meses que duraron las conversaciones, el artista perdió a su madre, a su amigo el productor musical Hal Willner y a Anita Lane, novia de juventud y estrecha colaboradora. Muy poco después, falleció su hijo mayor Jethro, a los 30 años. Demasiada devastación como para no dejar un poso de tristeza hasta en los pasajes más aparentemente luminosos. El propio Cave lo admite en una imagen poética de alto vuelo: “La esperanza es optimismo con el corazón roto”.