Los hongos, ¿viven en nuestro planeta o habitamos nosotros un planeta que, en realidad, les pertenece a ellos? Desde luego, si atendemos puramente al orden de llegada, ellos ya estaban presentes en la Tierra mucho antes de que nuestros ancestros se pusieran en pie. Antes incluso de la aparición de los animales tal y como los conocemos.
El reino natural de los ‘fungi’ está formado por cientos de miles de especies, de las que solo hemos podido identificar y catalogar un pequeño porcentaje. Probablemente nunca lo abarquemos todo. Es muy probable que tampoco lleguemos nunca a saber mucho de sus estrategias para coexistir entre ellos y otras especies, o de cómo se relacionan con su entorno, luchan entre ellos o de cómo cooperan.
Quizá algunos se sorprenderán de que los hongos, tras su aparente quietud, sean capaces de comunicarse a través de enormes distancias, de entender su entorno y, gracias a esa información, de adaptarse y planificar cómo lo ocupan, fertilizando y descomponiendo la materia orgánica muerta que de otra forma nos ahogaría. Sin ellos, nada hubiera sido lo mismo, nosotros tampoco. Probablemente nunca hubiéramos llegado a existir. Algunos defienden, por ejemplo, que las sustancias alucinógenas que algunos de ellos contienen hicieron que la capacidad cerebral de nuestros antepasados, más monos que personas, se desarrollara hasta el nivel actual.
Por todas estas cosas y muchas más, el ingeniero, narrador, crítico cultural y pornógrafo mexicano de origen iraní Naief Yehya ha decidido dedicarles a estos seres su último libro. ‘El planeta de los hongos. Una historia cultural de los hongos psicodélicos’ (Anagrama, 2024) se trata de un ensayo, breve pero completísimo, sobre la historia de los hongos, desde el origen de los tiempos hasta la actualidad, de cómo nos han acompañado siempre y de todas las cosas que nos han proporcionado. Algunas tan importantes para nuestra cultura y nuestra vida como la penicilina o las bebidas alcohólicas.
-A menudo las cosas más alucinantes nos pasan desapercibidas. Un ejemplo perfecto son los hongos y cómo, visto desde cierta distancia, el mundo parece ser un mecanismo que trabaja para ellos. ¿Cómo es posible que, al menos las personas que no somos científicos, les prestemos tan poca atención?
-Creo que hemos tenido desde siempre una relación un tanto esquizofrénica con los hongos: por un lado causan rechazo y hasta repugnancia. Hay culturas claramente micofóbicas que los ven como símbolos de podredumbre, descomposición y corrupción. El rechazo no es del todo incomprensible si consideramos lo fácil que es intoxicarse e incluso morir al ingerir ciertos hongos. Otras culturas son micófilas y tienen tradiciones de alimentación y rituales que dependen de los hongos. La inmensa diversidad de los hongos (desde especies gigantescas hasta microscópicas), así como la dualidad y temor que tenemos ante ellos es una reacción a que a pesar de tenerlos tan cerca los ignoremos.
-A veces se dice que la vida en la Tierra vino del espacio exterior. Leyendo algunas cosas que cuenta de los hongos parece que, desde luego, ellos son firmes candidatos a haber llegado pegados a un meteorito. Los hongos tienen mente, se comunican, entienden el terreno, hacen planes de cómo ocuparlo. ¿Cómo lo hacen?
-La hipótesis de que la vida, en cualquiera de sus formas, llegó a la tierra desde el espacio es atractiva y fascinante. Tan difícil de probar como de rechazar de manera incontrovertible. Sin embargo, es muy posible que el agua de la Tierra haya llegado del espacio y, si esto sucedió, ¿por qué no imaginar que algunas formas de vida también llegaron así? La singularidad biológica de los hongos los hace firmes candidatos a pertenecer a otro mundo (aunque no podamos siquiera imaginar cómo sería este). Resulta extraordinaria la cualidad de las hifas (que son el equivalente a las raíces de los hongos) de poder actuar como si fueran “individuos” y “colectivos”, de extenderse en distintas direcciones en busca de nutrientes y de informar al resto del hongo acerca de su búsqueda, así como comunicarse con otros organismos para establecer redes de intercambio de nutrientes, información y carbón. Por eso se ha dicho que las hifas son una especie de ‘Wood Wide Web’ (una especie de internet o red de información del bosque en referencia al ‘World Wide Web’). Y así como no podemos entender cómo funciona la inteligencia fúngica no centralizada, tampoco sabemos cuál es la función de las sustancias alucinógenas que producen los hongos.
-¿De qué formas se ha aprovechado el ser humano de los hongos a lo largo de la historia? ¿Hay todavía sustancias o conocimientos que los hongos nos podrían descubrir en el futuro?
-A pesar de que diferentes culturas, desde China hasta Centroamérica, han utilizado hongos desde hace milenios para curar el cuerpo y el espíritu, definitivamente estamos aún muy lejos de entender y conocer todo el potencial de los hongos y las formas en que podemos utilizarlos en nuestro beneficio y a favor de la ecología. Aparte de ser alimenticios y nutritivos, muchas especies tienen propiedades medicinales extraordinarias (pensemos tan solo en la penicilina y sus propiedades antibióticas y en las estatinas fúngicas usadas para reducir el colesterol). Otras son notables suplementos, como la cola de pavo y la melena de león. Los recientes avances en el uso de hongos psicodélicos para tratar enfermedades mentales y adicciones retoman estudios hechos en las primeras décadas del siglo XX y se muestran muy prometedores.
-Uno de los usos más destacados de los hongos ha sido como alucinógenos. ¿Qué importancia diría que ha tenido este uso en nuestro desarrollo como especie?
R. En el libro menciono la muy controvertida hipótesis del ‘Stoned Ape’ o el simio drogado, que propone que durante el período de evolución del ‘Homo Erectus’ al ‘Homo Sapiens’ en el período del Pleistoceno, que comenzó hace 2,58 millones y terminó hace unos doce mil años, los homínidos migraron fuera de África, probablemente llevando ganado. Hongos como el ‘Psilocybe Cubensis’ [que contiene compuestos químicos alucinógenos como la psilocina y la psilocibina] crecen en los excrementos de algunos mamíferos herbívoros. No sería tan raro que se hubieran sentido tentados por la apariencia apetitosa de los hongos y al comerlos llegaron a estados mentales alterados, unas veces placenteros y otras aterradores. Y de acuerdo con Terence McKenna, entre otros, la psilocibina habría estimulado el rápido desarrollo de las capacidades de procesar información, que a su vez permitieron el desarrollo del arte, el lenguaje, la tecnología, las reglas simbólicas y las jerarquías sociales complejas. Pero esto es una mera especulación sin ninguna evidencia científica ni documental, ya que ocurrió antes de la invención de la escritura, y las únicas pruebas son circunstanciales. Así mismo, las visiones de lo sagrado y la divinidad en que se fundan las religiones pudieron estar influenciadas por hongos alucinógenos. En el libro hablo extensamente de este tema.
-Los hongos alucinógenos, ¿se han utilizado en todas las culturas?
-Algunos creen que sí. Aparentemente se usaron en Oriente Medio y Asia, de ahí llegaron hasta Siberia y pasaron al continente Americano, desde Alaska hasta la Patagonia. Pero existen restos de su uso en la Polinesia y África. Hay una intensa y rabiosa negación de su uso ritual y místico en Europa, pero hay señales de que esto pudo tener lugar.
-¿Por qué cree que la Iglesia Católica y otras instituciones religiosas históricamente han rechazado el uso de hongos alucinógenos?
-La fe católica depende de aceptar algo invisible, de creer ciegamente y conceder que existe un poder superior del que nunca tendremos prueba material. Los hongos producen visiones y experiencias que pueden acercar a lo divino, de ahí su poder transgresor. Si existen sustancias para “hablar con dios”, ¿qué sentido tiene tener fe? Por tanto los alucinógenos, especialmente durante la conquista de América, eran imaginados como fuerzas demoníacas y fueron combatidos con particular fervor. ¿Cómo podían los clérigos competir contra semejante vínculo con lo mágico, espiritual y místico?
-A finales del siglo XIX y principios del XX los hongos se “redescubren”. En su libro habla de los intelectuales mexicanos que comenzaron a experimentar con ellos.
-Muchos intelectuales y artistas se sintieron atraídos hacia sustancias como el opio, la mescalina, la cocaína y demás por el poder de estimular la imaginación, así como por la capacidad de crear vínculos espirituales. Inicialmente era necesario viajar a lugares remotos o tenían que contar con expedicionistas y científicos que se las procuraran, ya que eran escasas y difíciles de obtener. Eventualmente, con la sintetización de la mescalina en 1896, se volvió un poco más fácil conseguir una dosis para experimentar. En México las sustancias alucinógenas fueron tan perseguidas durante la conquista y el período virreinal que prácticamente desaparecieron del panorama cultural durante casi tres siglos. Y más tarde fue un proceso muy lento para recuperarlas. De cualquier manera, siguieron estando severamente prohibidas en el México independiente, por lo que muy pocos se atrevieron a buscarlas y probarlas. O por lo menos muy pocos revelaron haberlas utilizado. Hay muy pocas referencias en la literatura acerca del uso de psicodélicos entre artistas y creadores mexicanos hasta los años sesenta.
-También fueron algunos viajeros europeos. ¿Qué impacto tuvieron estas experiencias de intelectuales, escritores, artistas…?
-Aparte de los biólogos y aventureros que descubrieron que los hongos y otras sustancias que seguían usándose de manera ritual, Antonin Artaud fue uno de los pocos que escribieron sobre el peyote que conoció en su viaje a México. Más tarde Robert Gordon Wasson, el banquero de Wall Street convertido en micólogo, fue responsable de divulgar la información acerca del uso de los hongos en la Sierra de Oaxaca. Si bien por un lado abrió las puertas del mundo a los hongos psicodélicos y con ello transformó la cultura mundial, por otro causó un enorme daño a comunidades y personas.
-La historia de Wasson y María Sabina que relata en el libro en fascinante.
-Lo es. [El escritor y micólogo estadounidense Robert Gordon] Wasson se obsesionó con los hongos alucinógenos por lo que había leído y escuchado de antropólogos, misioneros y biólogos. Su amigo, el escritor Robert Graves, le habló de un texto escrito por Richard Evans Shultes, que pudo ser observador en una ceremonia con hongos. Dado que tenía los recursos, viajó acompañado de su esposa Valentina Pavlovna a México en varias ocasiones para tratar de probarlos. Finalmente pudo abrirse paso en Huautla, al pedir al síndico local que presionara a la chamana María Sabina para que los dejara participar. Una vez ahí Wasson abusó de esa confianza. Tomó fotos, grabó un ritual y escribió su famoso artículo en la revista ‘Life’ en 1957, en el que, a pesar de ocultar la identidad de María Sabina, la puso en evidencia y le destruyó la vida. La chamana le había dicho que esas fotos tan sólo podría mostrarlas a gente muy cercana, él optó por hacerse famoso con ellas y de esa manera establecer su carrera como micólogo. Wasson se arrepintió hacia el final de su vida, pero nunca enmendó su violación, ni siquiera con lo que tenía en exceso, que era dinero.
-Desde la sintetización del LSD y su popularización como droga recreativa en el siglo XX, ¿se podría decir que los hongos entran de lleno en el capitalismo?
-La psicodelia entró a la dinámica capitalista de esa forma. Aunque se trata de una sustancia extremadamente controvertida que apenas tuvo un instante de legitimidad antes de ser retirada del mercado. Más tarde se volvió un producto muy buscado y popular en el mercado clandestino y ha sido una fuerza de transformación social y de pánico moral. Nadie se ha enriquecido (a un nivel verdaderamente grande) con ella, su producción es marginal y sus beneficios siempre son cuestionados. De cualquier forma es la sustancia más potente para crear estados alterados que se ha manufacturado. En cierta forma es un triunfo de un laboratorio comercial y a la vez es un fracaso de mercadotecnia.
-Quizá el ejemplo más perverso del uso de las propiedades de los hongos se da en Silicon Valley, donde se ha utilizado en microdosis para “ser más productivos” o “más creativos”, con fines puramente económicos. ¿Cómo visualiza el futuro del uso de hongos alucinógenos en nuestra sociedad?
-Completamente, esto es una forma de convertir el potencial de autodescubrimiento, revelación y supresión del ego que ofrecen las sustancias psicodélicas en herramientas de producción y explotación corporativa. Es un objetivo bastante siniestro que refleja muy bien la fase actual del capitalismo salvaje y sin reglas que estamos viviendo. Al hacerlo las empresas están tratando de manipular el inconsciente de los trabajadores sin tener una brújula ni el conocimiento adecuado para jugar con la mente y con la ilusión de volverlos más creativos y, por tanto, productivos. Me temo que este modelo será imitado en otras industrias, ocupaciones y entornos, con lo que una herramienta de liberación se va a ir asumiendo como un recurso de sometimiento. Me preocupa que la reciente moda de uso de sustancias psicodélicas pase a tratar de imponerlas como pociones milagrosas para todos los males y de esa forma se generen nuevas aflicciones mentales y posiblemente físicas. Estamos entrando a una fase de experimentación en sujetos humanos vinculada a la producción y el orden capitalista. Habrá que ver a dónde nos lleva esta paradójica inversión de valores.