Search
Close this search box.

Monstruos ibéricos y viñetas infernales, la terrorífica historieta del tebeo español

“Si el terror literario está mal mirado, si el cine de miedo lo está aún peor, mejor ni imaginar lo que se opina sobre la historieta de horror fuera de los ámbitos de fans y devotos”, reconoce el muy fan y devoto Pedro Porcel en el prólogo de su Viñetas infernales, un repaso lleno de conocimiento, criterio, exactitud y pasión a cien años de historia del cómic de terror en España.

Publicadas por la editorial Desfiladero, en las más de 400 páginas profusamente ilustradas que nos ofrece en su libro este historiador valenciano de mitografías urbanas, los monstruos sobrenaturales, los demonios, los fantasmas, los esqueletos, los científicos locos, las brujas paganas, las criaturas grotescas, eróticas e inmorales propias del género de horror, surgen de las tumbas, de los laboratorios, de los infiernos y de los planetas ignotos para proclamar su inmortalidad y la de los artistas que los concibieron. 

Horrores ibéricos

No faltan en Viñetas infernales los grandes nombres del terror universal como Drácula, el Hombre Lobo, Frankenstein, Fu Manchú o el Señor Waldemar. Pero sin duda el gran mérito de Porcel es el de recordar horrores ibéricos hoy prácticamente olvidados como el Hombre Fantasma y el Hombre Infernal, el Misterioso Doctor Satán y el Doctor Mortis, el Profesor Lowe, el Hombre Mono y, por supuesto, el muy diabólico Svimtus. 

Porcel reivindica sin complejos y con argumentos los trazos y los relatos que aparecían tras las truculentas y fascinantes portadas de esas revistas que de manera semanal o mensual ensangrentaban las paredes de los kioscos como Vampus, Rufus, Drácula o Dossier Negro, o incluso las que se escondían en las bizarras y viriles aventuras de los “valencianos” Roberto Alcazar y Pedrín. 

Pero, sobre todo, Porcel subraya la capacidad de supervivencia vampírica de un género que durante un siglo ha logrado sobreponerse a censores, sacerdotes, vigilantes de la moral y, lo que es más difícil, a lectores elitistas o que, simplemente, se han hecho mayores. “Yo mismo, al redactar este libro, me he reconciliado con historietas a las que, por eso de apuntarme a las nuevas estéticas, a partir de la década de los 80 empecé a mirar con cierto recelo”, reconoce el autor.

Pero, ¿hubo terror español?

Una de las preguntas principales que se hace y se intenta contestar el autor de Viñetas infernales es si ha existido -o aún existe- un cómic de terror genuinamente español. “Hoy está casi olvidado, pero lo ha habido, aunque muy condicionado por las modas que venían de fuera”, explica. 

Y aun así, pese a las influencias foráneas -desde el cine de terror dela Universal en los 30 y 40 a las revistas norteamericanas de los 70 y 80- el tebeo español logró algunos hitos tan particulares como ser el primero, en los años de la II República, que reprodujo el personaje de Frankenstein en viñetas.

Porcel enumera otros tres hitos del tebeo de terror español. El primero, la publicación en plena Guerra Civil, de Los misterios del otro mundo, firmado por el poco conocido G. Barba. “Es un trabajo muy significativo porque refleja el contexto histórico en el que se publica -señala el investigador-. Es una historieta enfermiza en la que le protagonista se suicida para acompañar a su mujer muerta en el infierno, lo que genera un relato de horrores continuos y sin esperanza para niños que lo leían en casas en las que solo se hablaba de muertes, desapariciones y fusilamientos”.

El primer “cazafantasmas”

El segundo hito histórico del tebeo de horror ibérico es la aparición a finales de la década de los 40 de Red Grey en el caserón de la muerte, la historia del primer “cazafantasma” ibérico. Su autor era Juan Ferrándiz, un ilustrador especializado en edulcoradas postales navideñas que en este caso se descolgó con unos dibujos llenos de enfermizo (y modernísimo para la época y el país) expresionismo ilustrado a lo Spirit.

Y el tercer hito de cómic de terror español es la aparición a finales de los 60 de Josep Maria Beà, “el más sólido de los autores fantásticos de los setenta, de una modernidad incombustible al paso del tiempo”, según lo define Porcel en su libro. 

Beà se da a conocer en Drácula, una revista que nace con vocación vanguardista y rompedora, reuniendo a los autores más inquietos del cómic español de ese momento y donde Juan Tébar, José Luis Garcí o Iván Zulueta incluyen algunos de sus primeros relatos.

“En Drácula, Beà goza de una libertad creativa desbordante y muestra unas inquietudes artísticas fuera de lo común. Y después en Vampus, no innova tanto pero es el único dibujante español al que los americanos le dejan hacer sus guiones y crea un mundo de terror sin ingua”, asegura Porcel.

La edad de oro

Vampus es, precisamente, la revista que marca la edad de oro del cómic de terror en España, llegando a hacer tiradas de hasta de más de 100.000 ejemplares. Allí, autores españoles como Adolfo Abellán, Ricardo Villamonte o los valencianos Leopoldo Sánchez, Jose Órtiz y Luis Bermejo dibujaban historias de hippies contra monstruos, caballeros satánicos y vaqueros caníbales suministradas por la editorial norteamericana Warren y presentadas por el ‘Tío Vampus’, el trasunto español de célebre ‘Uncle Creepy’.

“Hay un antes y un después de Vampus -advierte Porcel-. Inaugura la moda del cómic de terror e impone modelos de cómo se ha de contar una historia: historietas cortas con sorpresa final que hacen hincapié en la crueldad y el terror psicológico y que juega con la mitología clásica del género”.

Pero esta edad de oro, como las anteriores, terminó cuando el “boom” de la Guerra de las Galaxias obligó a revistas como Creepy (heredera espiritual de Vampus) a apostar cada vez más por la ciencia ficción en detrimento del horror. Tal como señala el autor de Viñetas infernales, la del tebeo de terror en España es una historia en la que la frustración siempre sucede al esplendor. “Cuando aparece un autor o una obra magnífica y parece que va a ocurrir algo importante, pasa algo y se frustra”. 

El monopolio del más allá

Así, la vanguardia de la época republicana queda cortada por la Guerra Civil. Y cuando a finales de los años 40 empieza a vislumbrarse la recuperación del género, el gobierno de Franco impulsa el primer reglamento (copiado de Francia pero con sus propias aportaciones nacionalcatólicas) para aplicar la censura en los tebeos. 

La censura llega a tal punto que, para no mancillar la inocente mente de los jóvenes lectores, se borraba de las viñetas cualquier elemento perturbador aunque eso convierta la historia en un sinsentido. En una de estas historias recuperadas por Porcel, los protagonistas gritan asustados en una barca: “¡Nos asaltan! ¡Y no son hombres, sino esqueletos vivientes!”. El lector no entiende nada porque no ve asomar ni un hueso, solo una serie de siluetas vestidas de pijama integral, más ininteligibles que otra cosa.

“En España el terror siempre ha tenido mala consideración, era cosa de mal gusto, es algo que nos viente de nuestra tradicional adoración por el realismo -razona Porcel-. Y esto se juntó con la consideración heredera del catolicismo de que la Iglesia tiene el monopolio del más allá”.



Source link