El último año de Maximiliano Calvo ha sido una montaña rusa. Mientras componía su nuevo álbum, luchaba por frenar la adicción que podría acabar con todo. Una marea de emociones que, de no haber entrado en un centro de desintoxicación, hoy hubiese arrasado su carrera. Y lo que es aún peor: su persona. “¿Fumáis?”, pregunta. Es el único pecado que se permite últimamente. Enciende un cigarrillo tras coger el cenicero que coloca justo al lado del teléfono que graba esta conversación. A veces, se oye la ceniza caer. El símil perfecto para alguien que está en proceso de renacer. “Mi vida ha sido un caos por las malas decisiones que he tomado. Ahora, estoy mejor”, dice. De hecho, es capaz de hablar de Barato y romántico sin romperse en dos: estas cinco canciones las terminó justo antes de internarse. Por lo que volver a escucharlas resulta un acto de valentía.
“Si había algún jaleo en Madrid, allí estaba yo. Cualquier excusa era buena para meterse. En los conciertos, tenía unos picos de euforia terribles. Y el resto del tiempo me volví muy cansino con quienes tenía alrededor. No paraba ni dormía”, relata. Por aquel entonces, estaba presentando El lío de Maximiliano y El gallo, sus dos primeras incursiones. En ellas, ya empezó a reflejar el estado vital por el que transitaba. Un ejercicio de sinceridad que se ha convertido en la seña de identidad de sus temas: “Canto sobre lo que me sucede. Hubo una época en la que me gustaba tomar cocaína. Pensaba que me traía cosas positivas… Y hacía bandera de lo bien que me sentaba ser un hijo de puta”. A esta sustancia recurrió en un intento desesperado por equilibrar su presente. Lo que no sabía es que el efecto sería el contrario.
La pompa explotó en los Latin Grammy que Sevilla acogió el pasado 16 de noviembre. Maximiliano no fue capaz de controlar el desenfreno que ya manejaba su cabeza. Si bien no quería estar así, tampoco sabía parar. “La cagué. Siempre se dice que ninguna consecuencia es suficiente para dejar de consumir. Pero, al volver en tren a Madrid, toqué fondo. Así que llamé a Zenet y me recomendó ir a Narcóticos Anónimos”, señala. El nuevo elepé, que saldrá a la venta el 7 de junio, lo gestó en las 15 tardes que pasaron entre la última crisis y su encierro. Dos semanas en las que no probó las drogas para dejar todo a punto. Quería cambiar y, para ello, primero debía culminar sus obligaciones. “Confiaba en la gente correcta. Decidí recluirme para tener una relación con la música que no fuese tan tóxica”.
Teloneó a The Killers y Muse
Las riendas del proyecto las tomó Stefano Mascardi, su productor. Él fue quien se encargó de finiquitarlo durante los tres meses que Maximiliano estuvo rehabilitándose. Su estancia en la clínica fue estricta: no podía oír música ni tener contacto con el exterior. Sólo quedaba esperar. “Me engañaba a mí mismo. Había días que me levantaba pensando que no iba a consumir y, a las 6 de la tarde, iba al baño con la excusa de hacer una llamada. Tú crees que puedes mentir a la peña cuando tienes un cartel luminoso en la frente que pone yonki. Recuerdo mirarme al espejo y pensar: ¿hasta cuando, rey? E, inmediatamente, hacerme un raya. Tuve la sensación de que iba a perderlo todo. Hoy, muchos no me abren puertas porque dicen que soy un desastre. Cuanto más alejado esté de la persona horrible que fui, menos voy a sentir que lo soy”.
En Flores de plástico, Mal acompañado, Libros de autoayuda, En solitario y Fotosensible afronta los aciertos y errores que ha cometido desde que debutó como solista en 2015. Antes, teloneó a Muse, The Killers y Arcade Fire con la banda Intrépidos Navegantes. “La música no me salvó. Y no la responsabilizo. Aunque sigo componiendo, me cuesta no escribir sobre la recuperación. Estoy siendo poco elocuente. Es cierto que, en este nuevo comienzo, tengo números pequeños. Y no estaría mal mejorarlos para que los bolos volviesen a rodar. No obstante, no me quejo porque en cualquier batalla la frustración es importante”, asegura el artista, que ha colaborado con nombres tan aclamados como María Jiménez, Soleá Morente, Valeria Castro, Marina Carmona y Jedet. Sin olvidar su incipiente faceta como actor en ByAnaMilán.
Es pronto para perdonarse
El siguiente paso es preparar los directos de Barato y romántico. Un objetivo para el que ha necesitado rearmar la banda que le acompañará: “Son mis amigos. Todos me quieren lo suficiente como para no tomarse una cerveza en los ensayos ni llegar con el vermut a cuestas. Estoy súper agradecido porque no es fácil encontrar a alguien dispuesto a realizar renuncias por un compañero. Dicho esto, estoy cagado de miedo. No me he subido a un escenario sin estar colocado desde hace dos años. Ahora, estoy reconociéndome en este lugar con más humildad. Las canciones son las protagonistas y, por tanto, he de tocarlas lo mejor posible”. Tampoco faltarán Poliamor, Ajo y agua, Febril, Cobarde y Nunca me despedí, las más demandadas por el público.
Si bien Maximiliano está lejos de su Rosario natal, ha hallado en Madrid un lugar donde echar raíces. Tiene el pelo más corto y la cara menos turgente que en la portada del disco que terminará por desnudarle al completo. El pulso ha dejado de temblarle, pero cierta tristeza domina aún sus ojos. Es parte del camino de sanación que, al margen del terapéutico, debe encarar. Con el tiempo, el dolor pasará a ser color: “Es pronto para perdonarme. No puedo hacerlo aún. De lo contrario, pensaría en la recompensa que merezco. Y, tal vez, acabaría metiéndome una rayita. Quiero transformar la culpa en responsabilidad para seguir adelante. Tengo que asumir lo que he hecho. Ya habrá ocasión para perdonarme… y que me perdonen”.