Una estampita de Taylor Swift pisoteada a las puertas del Santiago Bernabéu es el resumen perfecto de una cita que tuvo más de romería que de concierto. Bendecidas por la artista de Pensilvania, 65.000 almas salieron exhaustas tras más de tres horas de alabanzas, oraciones y ruegos. Reventadas, pero con el pechito lleno. Habían sido rozadas por su gracia y, como en Lourdes y Fátima, el placebo ya les durará toda la vida. Anoche, Madrid procesionó al ritmo de Swift como si de un milagro se tratase: la levantaron, la adoraron y la glorificaron al tiempo que, pañales y clínex mediante, sus fieles aguantaban el tipo como podían… Las lágrimas no sólo fueron de pasión.
“Hola, Madrid. Encantada de conoceros. Esta manera de cantar y bailar me ha emocionado”, dijo tras arrancar con Miss Americana & The Heartbreak Prince, Cruel Summer y The Man. Sonó celestial, como si del final de un Ave María se tratase. Los vítores no tardaron en aparecer tal y como sucede en El Rocío cuando elevan su paso: si su virgen habla, ellos acompañan. No hubo velitas, pero sí pulseras que cambiaban de color según el disco que tocaba. Por segundos, y salvando las distancias, el estadio del Real Madrid cambió los goles por hostias. No de las que duelen, sino de las que sanan. Ya saben: el diazepam ideal para quien sufre ansiedad. Aquí la hubo a borbotones… No todos los días tenemos enfrente a una Santa.
Como en cualquier peregrinación, el margen de improvisación resultó escasísimo. Los seguidores sabían cuándo gritar, qué decir y cómo saltar. Una lección que aprendieron gracias a un documental sobre The Eras Tour que fulminó toda sorpresa del directo. De hecho, cabe pensar que hasta los gestos y comentarios de la intérprete estaban requetecalculados. Fue difícil encontrar instantes que rompieran guion. De ahí que su emoción al terminar la era Lover, la primera de las nueve que vertebraron el bolo, fuese recibida con una enorme ovación. Gestos así, en un espectáculo tan ostentoso, la acercaron un pelín más a sus feligreses.
Muy devotos, conocían hasta la última coma de un repertorio formado por 45 cortes. Cerca de la zona de prensa, una joven de 14 años se abrazaba desconsolada a una madre que hacía lo posible por cantar letras que se le escapaban. A su lado, una pareja se sacaba una fotografía que rápidamente envió por WhatsApp. Tampoco faltaron los que, sin apenas conocer su música, se plantaron en la grada para apoyar a los suyos. Pero, bueno, por su cara, la excursión no fue tan terrorífica. En el futuro lo recordarán con cariño. Alguno, incluso, ya desconectado de Taylor, se reconcilió con su pasado cuando empezaron a sonar los temas de Fearless y Speak Now.
13 años sin pisar España
Si por algo se ha convertido en una de las autoras más interesantes del siglo XXI, es por haber armado un cancionero universal capaz de representar a la mayoría. Es por ello que, a pesar de la edad, este miércoles hubo quien logró resucitar al adolescente que fue tras escuchar las melodías que le marcaron entonces. Bastaron los primeros acordes de Love Story y You Belong With Me para confirmarlo: sus aspavientos corporales les delataron. De lo que aún no eran conscientes es de que esta embriaguez religiosa, en el futuro, se convertirá en un preciado amuleto que conservar. Sólo entonces, le darán el valor que merece. Ay, Taylor. Qué dichosa eres.
La última (y única) vez que actuó en España fue en 2011. Sin embargo, la experiencia no fue del todo positiva. Si bien todavía no era la estrella global de hoy, convenció a 4.000 personas en un Palacio de los Deportes de Madrid a medio llenar. Cantó 13 canciones, 32 menos que ahora. Y, aunque desató la euforia, su paso no resultó relevante. Estuvo a punto de regresar en 2020 como cabeza de cartel de Mad Cool, pero la pandemia le obligó a cancelar la gira. Motivos por los que su vuelta ha despertado tanto interés. En total, 130.000 asistentes la aclamarán en las dos paradas que realizará en el país. Este jueves, tendrá la lugar la segunda.
Purpurina y bicicletas
El show que montó es tan grande como parece. Hubo bicicletas, cabañas, bailarines, fuegos, plataformas… Todo diseñado para que el desfile de lentejuelas y purpurina que lideró brillase con más fuerza si cabe. Sin olvidar el vestuario que Alberta Ferreti, Roberto Cavalli y Vivienne Westwood le han confeccionado para la ocasión. Un universo propio que terminó de explotar cuando Red y 1989 tomaron protagonismo: no faltaron los flecos y los sombreros en una multitud caracterizada que entraba en trance cada vez que su era favorita arrancaba. Una comunión divina, pero sin necesidad de confesarse.
El furor que desataron We Are Never Ever Getting Back Together, All Too Well, Blank Space, Shake It Off y Wildest Dreams hizo retumbar el recinto, rebautizado el pasado 26 de abril con una dudosa acústica. La pillería y la soltura con la que se movió sobre el escenario las hizo aún más hipnóticas. Nadie como Taylor para saber cómo guiñar un ojo o dónde lanzar un beso. Siempre en su justa medida. A favor de la taquicardia generalizada. “Sois muy lindos. Vamos a disfrutar de una gran noche”, soltó. Y la luz se hizo. Como aquella que hipotéticamente sólo ven los bienaventurados. Aunque, esta vez, procediese de los gigantescos focos que la coronaban… y no del cielo. Cuestión de perspectiva.
Dos sorpresas acústicas
Tras 18 de carrera, nadie pone en duda la potencia vocal y el carisma escénico de la cantautora. Ahora bien, hay discos que han conectado mejor que otros con el público. Reputation, por ejemplo, salvo por los deliciosos Look What You Made Me Do y Delicate, se encuentra en la parte baja de la tabla. Que sí, que muy chulos los visuales y tal. Pero la realidad es que esta cara no sienta demasiado bien a Taylor. Todo lo contrario que Folklore y Evermore, sus álbumes más brillantes hasta la fecha: su carácter introspectivo aguantó bien el ambiente de un coliseo de estas características. Sólo hubo que ver los tres minutos de ovación que recibió tras Champagne Problems. Algún suspiro se escapó… Habría que ver si fue por conmoción o por aburrimiento.
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El protocolo se rompió, entre comillas, pues hasta este momento estaba planificado, cuando la artista cogió su guitarra para entonar un acústico exclusivo en cada fecha: Sparks Fly y Snow On The Beach a guitarra y piano sólo apto para madrileños. El cierre corrió a cargo de Midnights, un colofón que subrayó la gran hazaña de Taylor: dar al pop la épica del rock. Es verdad que Anti-Heroy Karma tienen poco del género, pero la actitud que desprenden bien les valdría el título. A la altura de Bruce Springsteen, Guns N’ Roses y Bon Jovi, ella se ha ganado el respeto a golpe de canciones inmortales. Una ascensión que parece no encontrar techo. Dios dirá… Perdón, Taylor.