A Marianne Wiggins (Lancaster, Pensilvania, 1947) le faltaban solo unos pocos capítulos para completar “Las propiedades de la sed” cuando, en 2016, sufrió un derrame cerebral masivo que afectó a la secuencia de la propia escritura y a su memoria a corto plazo. Su hija, la fotógrafa Lara Porzak, trabajó a partir de las notas de Wiggins junto con un colaborador para ayudar a su madre a completar la novela. Dadas las circunstancias, alguien podría pensar que el final no está a la altura de los capítulos anteriores. El listón, es verdad, lo había puesto la escritora estadounidense, exmujer de Salman Rushdie, quizás demasiado alto. Nadie podrá negar, sin embargo, que se trata de una obra con atributos mayúsculos, entre otros el de haberse convertido para la crítica y la opinión en general en máxima aspirante a la última “gran novela americana” del siglo, ese título que se lleva discutiendo desde hace décadas.
De escritura torrencial, “Las propiedades de la sed” cae en cascada, se apresura y precipita, llevando consigo al lector en un paso de página, como se suele decir, similar a los rápidos de un caudaloso río. Wiggins anima en todo momento a seguir avanzando en la lectura, a descubrir más de lo que piensan sus personajes, cómo reaccionan, qué planean y sienten. Varios nudos se entrelazan en la narración, contiguos y divergentes, mientras los protagonistas de esta historia luchan contra el mundo y con ellos mismos. Agua, comida, justicia, amor, venganza, dolor… Suena a épico, pese a que se trate de un término quizás demasiado manoseado. Empezando por el execrable pragmatismo miope de la humanidad sobre el consumo del líquido elemento, el bien más preciado del planeta. El agua progresa en el río de palabras de la autora de “Las propiedades de la sed” a través de la lucha política surgida, cuando la ciudad de Los Ángeles se adelanta privando de beber a un valle desértico. A medida que los personajes asumen la historia y el paisaje retrocede, temporalmente, el dolor y la pérdida reflejan una especie de claroscuro junto la fortaleza familiar. Probablemente lo más destacado de esta novela de 600 páginas, en la que quizás no cabe todo lo que Wiggins quiso contar, reside en la ambición: el profundo empeño por comprender las paradojas del esfuerzo humano.
Después del bombardeo de Pearl Harbor, miles de estadounidenses de origen japonés, principalmente los que vivían en la costa oeste, fueron arrestados y recluidos en campos por todo el país. Uno de los más famosos fue Manzanar, ubicado en un valle interior de las sierras de California. Más de mil fueron encarcelados allí con muy poco tiempo o previsión sobre cómo podrían vivir sin demasiadas molestias, aun con la humillación de ser etiquetados de extranjeros enemigos por su propio país. Otro asunto oscuro en la joven historia de Estados Unidos. Las vidas de los californianos involucrados se convirtieron entonces en el contrapunto de las cuestiones sociales y políticas abordadas en la novela. De fondo surgían las luchas personales por sobrevivir en tiempos difíciles.
Los personajes de Wiggins son crudos y honrados, aprenden a comunicarse a través de sus recuerdos, entre ellos la comida que tiene un gran papel en manos de la chef Sunny –hija de Rockwell “Rocky” Rhodes, descendiente de un rico magnate ferroviario de la costa este, que se ha reinventado a sí mismo como un ranchero trabajador y un apasionado conservacionista–; un abogado judío criado en Chicago llamado Schiff, que envía el Departamento del Interior para establecer un campo de internamiento en un antiguo huerto de manzanos disecado contiguo al césped de Rocky en Lone Pine; los días festivos, y también las conexiones a través de la literatura, particularmente de los trascendentalistas, como es el caso de Henry David Thoreau.
“Las propiedades de la sed” se abre a un microcosmos y a unos paisajes en expansión por igual. La primera línea, “No puedes salvar lo que no amas”, resuena a lo largo de las páginas justificando el viaje del lector hacia una mejor comprensión de qué es el amor y el poder que tiene. Familia y epopeya. No hay que extrañarse del ruido del agua en esta novela río. Una historia romántica, en el sentido clásico, así como una visión nostálgica de un Oeste americano celebrado por Hollywood incluso cuando fue absorbido por la ciudad de Los Ángeles. Novela lánguida, lingüísticamente exuberante y lírica de Marianne Wiggins, de las que ya no se escriben. Para llevársela, con todo merecimiento, de vacaciones.
Las propiedades de la sed
Marianne Wiggins
Traducción de Celia Filipetto
Libros del Asteroide, 616 páginas, 29,95 euros
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