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La segunda navegación de Ortega y Gasset

“Yo soy yo y mi circunstancia” identifica inmediatamente, en una sola sentencia, a Ortega y Gasset (1883-1955). Y con razón se recuerda, ya que uno cree entender bien qué significa. Frase afortunada repetida como tópico desde que por primera vez en 1914 (en “Meditaciones del Quijote”) aparece en el debate nacional. Ahora bien, está mucho más cargada de contenido de lo que cabría esperar. Se entrevé la profundidad a la que apunta cuando la máxima se cita completa: “Yo soy yo y mi circunstancia, y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Inmediatamente nuestra evidencia inicial se nos ha complicado: ¿qué significa que estoy obligado a salvar mi circunstancia? (si quiero salvarme yo). Esmeralda Balaguer García ha dedicado varios años de su vida a aclararnos este interrogante lanzado por el creador del raciovitalismo: esta es una de las conclusiones que extraigo de lo que la doctora en Filosofía ha conseguido articular en una investigación profunda y de síntesis.

Dejémonos guiar por este trabajo. Muchas son las circunstancias a encarar (¿qué existencia no las contiene?), pero hay una que vertebra la vida de Ortega en dos partes, así lo han reconocido muchos de sus estudiosos. Tras la fama interior que sus múltiples escritos le propician –como “España invertebrada” (1921)–, se afianza a escala internacional con “La rebelión de las masas” (1929), pero en 1932 algo sucede que le obligará a cambiar de rumbo. Inicia lo que el insigne periodista filósofo llama su “segunda navegación”, quien nos recuerda que Platón (en el “Fedón”), cuando ya los vientos no soplan propicios y sin haber todavía llegado a destino, ve preciso ponerse a remar con esfuerzo en una segunda navegación. Esta equivale, así pues, a la necesidad de avanzar con las solas propias fuerzas de los remos.

¿Qué ha sucedido? Cuando Ortega cuenta 49 años ya puede afirmarse que tiene una filosofía propia capaz de medirse con los autores del momento y ya se ha forjado la Generación de 1914 (el Novecentismo), cuyo acto fundacional había girado en torno a la conferencia que el catedrático de Metafísica (Ortega) pronunció sobre “Vieja y nueva política” ese mismo año de “Meditaciones del Quijote” y de la primera guerra mundial. A la altura de 1932, el autor de “Rectificación de la República” (una conferencia multitudinaria en el Cine de la Ópera de Madrid, en diciembre de 1931) dimite de su escaño en las primeras cortes de la II República. Ortega sabe que ha fracasado políticamente, sabe que no es capaz de “salvar” la circunstancia que más le interesa. La España republicana que soñó junto con Pérez de Ayala y Marañón, al fundar la Agrupación al Servicio de la República, no coincide con los acontecimientos reales. Las masas han votado en otro sentido y los parlamentarios no han apoyado la candidatura del filósofo para la presidencia del gobierno. Así que Ortega inicia su segunda navegación.

Es a este segundo periodo –de retiro de la política profundizado enseguida por el exilio real– al que se dedica más atención en el libro que reseñamos, aunque bien trabado con las décadas precedentes. No en vano Esmeralda Balaguer sabe con detalle que hay ruptura (biográfica), pero que se da como continuidad filosófica. Así que el filósofo retoma algunos de los hilos apuntados en sus primeras obras para ahora tejerlos con mayor detención en el sistema que sin descomponerse se abre a nuevas perspectivas.

La “razón vital” (de la primera época) ya contenía a la “razón histórica” (de la segunda época), pero esta debía adquirir mucho más protagonismo. Y consonante con esta importancia historicista (de un animal sin naturaleza pero con historia), Ortega se entrega con determinación a la filosofía del lenguaje –acorde con el signo de los tiempos–. El instrumento principal para interpretar bien la historia es lo que él llama Nueva Filología, que requiere no solo la comprensión semántica en su génesis profunda sino además los modos cómo efectivamente se usa en cada circunstancia el lenguaje. Junto a los fenómenos fijados abstractamente, es de gran trascendencia llegar a los detalles de la biografía y a las genuinas intencionalidades de cada momento o de cada época histórica. Y así es como hay que leer “En torno a Galileo” (1933) e “Historia como sistema” (1935, en inglés), y los estudios que lleva a cabo sobre Dilthey, Toynbee, Velázquez y Goya; y sobre Cicerón, Vives, Goethe, Leibniz y Nietzsche, autores estos últimos que toma para comprender mejor el fin de la República romana, el fin de la Edad Media y el Renacimiento que impulsa Juan Luis Vives, la época moderna y la crisis de la contemporaneidad, pero no solo ya que los utiliza como sus “alter ego” y, de este modo, identificándose con aquellas circunstancias, poder entender mejor el presente desde el pasado, pues no hay filosofía verdadera sino referida a lo que está candente. La filosofía ha de ser actualidad, que es para España, Europa, y para un mundo que se está deshumanizando es, no ya el rechazo espasmódico de la técnica (contra Heidegger), sino la reinvención de lo que Cicerón llamó la concordia (entre las distintas clases) y la libertas (del ciudadano que defiende las instituciones del estado que le hacen libre); es el rechazo de la cultura muerta que representa el escolasticismo y es la búsqueda de una nueva humanitas o marco internacional como el que Vives soñó para su tiempo.

cultura


Los límites del decir: razón histórica y lenguaje en el último Ortega

Esmeralda Balaguer García

Tecnos, 248 páginas, 29,95 euros



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