El Palacio Episcopal de Gaudí, la Catedral de Santa María -y su legendaria ‘veleta’ Peromato (Pedro Mato)-, la Celda de las Emparedadas, en la que de forma voluntaria hacían penitencias mujeres aisladas del mundo hasta su muerte, o la Casa Consistorial, donde los autómatas maragatos Juan Zancuda y Colasa dan las horas, son visitas clave dentro del rico patrimonio de Astorga (León). Pero, además, la ‘muy noble, leal, benemérita, augusta y magnífica’ bimilenaria ciudad atesora una desconocida ruta urbana que discurre bajo los modernos edificios que nos brinda la oportunidad de viajar en el tiempo y conocer sus orígenes: la romana ciudad subterránea de Asturica Augusta.
La ruta romana comienza y termina en el Museo Romano -ubicado en el mismo lugar donde se hallaba el ara augusta, lugar en el que se celebraban las ceremonias y se daba culto al emperador-, que atesora una importante colección de objetos hallados en las excavaciones realizadas desde hace treinta años. La primera parada en este recorrido, acompañados por un guía del museo y tres personajes singulares (el augur Lucio Valerio, la esclava Lidia y el legionario corneta Lucio Octavio), es la Cerca Legionaria, la línea defensiva de fosos del campamento militar que levantó la Legio X Gemina en el siglo I a. C. y que controló este territorio tras las guerras contra los astures.
Junto a los fosos, descubrimos los lienzos de piedra de la primera muralla, así como uno de los torreones, que se levantaron en el siglo I para proteger la ciudad fundada por el emperador Augusto que fue capital administrativa del Conventus Juridicus Asturum. Un espacio arqueológico único en España, ya que aquí podemos observar tres etapas constructivas, el desarrollo urbanístico de una urbs romana, y en el que, además, se halló el llamado ‘Tesoro de los Denarios’.
Nuestro siguiente destino es uno de los dos complejos termales que hubo en Asturica Augusta: las Termas Menores. Formadas por el apodyterium, frigidarium y caldarium, al visitarlas sabremos, gracias al hallazgo de un pendiente de oro en los desagües, que fueron utilizadas por personas acomodadas, a diferencia de las termas mayores que eran públicas, hoy en proceso de excavación y musealización, y más concretamente por mujeres, seguramente en diferentes horarios a los hombres, o en determinados momentos, de forma mixta.
La ruta por el subsuelo nos lleva posteriormente a un enclave de referencia: la Curia. El centro de reunión de los decuriones que gobernaban la ciudad, donde se tomaban las grandes decisiones, que conserva el pavimento y muros, levantados con opus caementicium, el célebre ‘hormigón romano’, y que en época medieval fue reutilizado como silo de cereales.
Un angosto pastillo abovedado
El viaje prosigue por el exterior, caminando por la calle asfaltada que cubre el cardo máximo, el eje urbanístico romano, hasta el solar donde se conservan los restos del Foro, la plaza mayor, que poseía un pórtico con doble columna y estaba flanqueado por una basílica, donde se imponía justicia. Y así hasta llegar al Jardín de la Sinagoga. Aquí, entraremos en una caseta, y tras descender diez metros por una escalera de caracol, comenzaremos a recorrer la cloaca, el sistema de alcantarillado romano que se construyó en el siglo I y se utilizó hasta el V. Paso a paso, avanzaremos por un angosto pasillo abovedado de un metro de ancho y casi dos de altura, de suelo inclinado de pizarra, en el que, entre luces y sombras, descubriremos la portentosa huella de la ingeniería romana. Una cloaca que, además de ser la de mayor longitud visitable en España -parte de sus túneles siguen utilizándose-, sirvió a los arqueólogos para trazar, gracias a los desagües, el mapa urbanístico de Asturica Augusta.
De nuevo a la luz del día, y antes de finalizar la ruta en el Museo Romano, accederemos a la Domus del Oso y los Pájaros, una de las diez viviendas particulares catalogadas en la ciudad. Edificada en el siglo III, su nombre proviene del singular y gran mosaico que alberga dedicado al mito de Orfeo, en él que aparecen representadas las estaciones con ramos de vid y racimos picados por pájaros, y ocho medallones con animales, destacando un oso, rodeando a Apolo. Un mosaico que desvela las creencias de sus dueños, que nos habla de la trascendencia, el broche final a una ruta fascinante que nos hace trascender por la historia y saber más de nuestro pasado.