Perdidos en la memoria de los más viejos, presiden plazas y pórticos y guardan en sus muros apasionantes duelos de rivalidades locales o comarcales. Manos rugosas, encallecidas por los arados que sembraban y gozaban del verde trigal, acudían a la plaza en el día de fiesta. Allí les esperan los viejos del pueblo, los amigos y quien sabe si la ilusionada mirada de la enamorada. Hoy toca jugar a la pelota, entretenimiento de reyes y nobles, plebeyos y siervos. Y el joven fornido dejará su sudor frente a los muros de la iglesia, pues no hay otro lugar mejor para cumplir como buen mozo, tras la misa, con la ilusionada y paciente espera de ancianos y mozuelas. Tiempos perdidos en la memoria.
Castilla, o León, León o Castilla, “ayer dominadora hoy envuelta en sus harapos, desprecia cuanto ignora”, en verso machadiano, “ve a sus pobres hijos huyendo de sus lares…” y con esa huida de supervivencia, dejó atrás, abandonados a su suerte los solitarios frontones que resistieron los envites de manos apretadas de sangre ennegrecida por los golpes de arados y pelotas. Allí, los muros de cada pueblo, junto a las piedras de viejas iglesias esperan, duermen o sueñan con el regreso de los huidos, supervivientes de la negritud urbana, de la confusión y anarquía.
Hay esperanza porque hay sentimientos que traspasan los tiempos de modas y de mercancías. Quién sabe si el reverdecer de ilusiones en el Europeo de Freixo de Espadas, ese resurgir esplendoroso, glorificado, fue un grito lusitano a la hermandad entre la vieja Hispania. Un grito a unirnos en la diversidad, cada cual siendo lo que es, porque nadie es más que nadie si no hace más que nadie. Y nadie es más que nadie porque lo proclame o lo registre. Y desde Castilla y León, desde las tierras lusitanas y vasco-navarrras, desde las bañadas por el Mediterráneo creativo y luminoso, se escucha el grito de júbilo de los frontones de Sando o Villar de Peralonso, en campos de Salamanca. Y desde la CIJB, cumpliendo con ese espíritu de amor profundo a lo que une, camino poético de albaceas de herencias sentimentales se articula una Copa Ibérica, para hombres y mujeres,para atender la llamada a la esperanza. Y desde las entrañas de la historia, con la generosa entrega de la Federación de Castilla y León y la mismísima Diputación salmantina se invoca a los valencianos del Turia y del Xúquer, catalanes del Llobregat, castellanos y lusitanos del Duero, riojanos, navarros o aragoneses del Ebro, vascos del Bidasoa o el Nervión y todos aquellos de norte a sur de la península y aún fuera de ella que sientan el sonido de la pelota, escucharán también una llamada que entiende del valor de la poesía y de la cultura, del respeto a los diferentes y que lejos de menospreciar lo que ignora, reclama y exige el valor del lo que atesora.