Antônio Carlos Brasileiro de Almeida Jobim (1927-1994), conocido mundialmente como Tom Jobim, uno de los pianistas y compositores más reverenciados de todos los tiempos, estuvo a punto de no ser músico. Su primer empleo fue vendedor de churros. Cursó el primer año de arquitectura e incluso consiguió empleo en un estudio. Y cuando empezó a estudiar música no tenía devoción por el instrumento que un día dominaría como nadie: “Odiaba el piano, me parecía cosa de chicas, lo que a mí me gustaba era el fútbol”, llegó a confesar en una entrevista.
El icónico periodista Ruy Castro, uno de los mayores especialistas en música brasileña, desnuda con maestría al músico Tom Jobim en su reciente libro O Ouvidor de Brasil (Companhia das Letras). A lo largo de 99 textos previamente publicados en prensa, Castro revela con pinceladas íntimas la personalidad del mestre soberano, el músico al que se rindió Frank Sinatra y la flor y nata del jazz mundial. Con toda una sinfonía de anécdotas y de detalles poco conocidos de su vida y obra, el periodista presenta de forma coherente un lado B de Jobim hasta ahora reservado a especialistas y su círculo más cercano.
Vinicius de Moraes al teléfono
En 1956, tras años de bohemia y de tocar en bares nocturnos, la vida de Tom Jobim dio un vuelco. En la bulliciosa whiskeria Villarino, el entonces diplomático Vinicius de Moraes le propuso escribir la música de la pieza de teatro Orfeu da conceição. Como Vinicius residía temporalmente en Montevideo trabajando para el ministerio de Asuntos Exteriores, tuvieron que preparar la banda sonora por teléfono, en apenas quince días. Dos años después, ambos músicos compusieron Chega de Saudade, que tras ser interpretada con la rítmica del guitarrista João Gilberto, inauguraría el estilo bossa nova. En 1959, Tom y Vinicius crearon también la banda sonora de la película Orfeu Negro, de Marcel Camus, adaptación en celuloide de la pieza de teatro, qué ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes.
El libro de Ruy Castro está cuajado de detalles sobre la relación de Tom y Vinicius. Inevitablemente, derriba algunos mitos. Por ejemplo, Tom, compositor de la mítica canción Samba do avião, odiaba los aviones y viaja en tren siempre que era posible. Pero la gran leyenda tumbada por Ruy Castro no es otra que la composición de Garota de Ipanema, segunda canción más versionada de la historia tras Yesterday de The Beatles. El tema no fue compuesto impulsivamente en la servilleta de un bar, después de que Tom y Vinicius vieran el balanceo de una mujer bonita al caminar. “Tom compuso la canción al piano en su apartamento, y Vinicius escribió la letra en el de su mujer, Lucinha Proença. Estuvieron un mes reescribiendo, puliendo y retocando hasta darla por terminada”, explica Ruy Castro.
Ecologista pionero
O ouvidor do Brasil retrata una faceta de Tom Jobim poco conocida fuera de su país: su intensa pasión por la naturaleza. Era ecologista antes de que se pusiera en boga la misma ecología. “En las redacciones en las que trabajé en los años setenta y ochenta, a Tom se le trataba con impaciencia: ‘Ah, ahí viene otra vez Tom Jobim, con su manía de la ecología’. (…) En la mayoría de las entrevistas que concedió, Tom siempre denunció la destrucción de la vegetación y de la fauna, la contaminación de los ríos, de las laguna y de las bahías, el envenenamiento del aire, la descaracterización de las ciudades por el automóvil, la tierra arrasada por la especulación inmobiliaria”, recoge el libro. “Soy hijo de la Mata Atlántica. Conozco todos sus bichos”, solía repetir el músico. El libro desgrana múltiples episodios jobinianos sobre la naturaleza, como cuando fue al bosque a escuchar el pio de un inhambu y se llevó una mala sorpresa: “¿Sabéis lo que salió de la sombra? Un Volkswagen”.
Jobim era un apasionado de la Mata Atlántica, el bioma selvático que cubre buena parte del litoral de Río de Janeiro. “Cuando los productores estadounidenses venían a Río a buscar a Tom se volvían locos porque él se escondía en la selva y no los recibía”, escribe Ruy. Por otro lado, Jobim tenía muchos silbatos para intentar dialogar con los pájaros. No es casualidad que algunas de sus canciones más célebres, como Corcovado, Chovendo na roseira o Águas de março, celebraran la conservación de la natureza. Ruy Castro explica que la canción O boto (del álbum Urubu, de 1975) es una sinfonía de píos. “Si al oír la canción no te has dado cuenta es porque fueron integrados con tal naturalidad que solo pueden ser escuchados por los muy atentos”, escribe. El teclado de Jobim, que compuso parte de su repertorio en su casa rural, parecía estar, en palabras de Ruy Castro, sujetado por los vientos y las mareas: “De su piano salían mares, ríos, bosques, sierras, montañas, peces, aves, formando un cuerpo de belleza y de eternidad en forma de canción”.
Frank Sinatra y su no a ‘La Pantera Rosa’
Tras el estruendoso éxito de The Girl from Ipanema en Estados Unidos y varios discos en inglés, Frank Sinatra invitó a Tom Jobim a grabar un álbum con sus canciones. En 1967 se lanzaría Francis Albert Sinatra & Antonio Carlos Jobim, con composiciones de Jobim, que pusieron al mundo a los pies del músico brasileño. El libro desvela por qué Tom tocó en ese trabajo la guitarra, y no su instrumento predilecto: “Tom fue sincero com Sinatra: su instrumento era el piano, la guitarra era solo para pasar el tiempo. Pero Sinatra alegó que, con su estampa de galán, Tom era un latin lover y que para las chicas estadounidenses, los latin lovers tocan la guitarra. Tom no discutió, ¿alguien va a discutir con Sinatra?”.
El libro está sembrado de historias de Tom Jobim en Estados Unidos, país en el que vivió muchos años. En 1963, durante la grabación del mítico LP Getz/Gilberto (1964), que contenía la primera versión en inglés de Garota de Ipanema, João llamó varias veces ‘burro’ al saxofonista Stan Getz. Cuando Getz le preguntaba a Tom, pianista del álbum, qué estaba diciendo el guitarrista, traducía mintiendo: “João ha dicho que es así, Stan, ¡que ha quedado fenomenal!”. Ruy Castro revela a su vez que Jobim detestaba comer platos acompañados de patatas fritas. Resolvió su problema haciéndose amigo de los cocineros de los restaurantes, casi todos latinoamericanos, que le daban un poco del arroz con frijoles que preparaban para ellos mismos. Comiendo arroz com feijão, Jobim se sentía menos lejos de Brasil.
Tras el éxito del disco con Frank Sinatra, Jobim recibió un aluvión de propuestas para componer bandas sonoras para películas de Hollywood. Rechazó todas, entre ellas, La Pantera Rosa, con Peter Sellers y Dos en la carretera (1967), con Audrey Hepburn. “¿Por qué Tom las rechazaba?”, se pregunta Ruy Castro en el libro: “Porque el galán entra en el coche y se oye una cancioncita de diez segundos. Eso no es música”, decía Jobim.
Entrañable genio generoso
Ruy Castro describe a Tom como el genio más disponible de la historia. A pesar de ser mundialmente famoso, circulaba por las calles de Río de Janeiro y se dejaba abordar por todo el mundo. Tom, que componía música muy pronto por las mañanas, pasaba todo el día deambulando por la ciudad, pescando, encontrándose con amigos, dejándose llevar. “Con los amigos, Tom raramente trataba de música. Cerraba el piano, dejaba la música en casa y se iba a almorzar o explorar su pedazo favorito de Brasil, el Jardim Botânico”, escribe Castro. Tom llegaba a comer al restaurante Plataforma del barrio de Leblon, a veces con un pescado que algún pescador le había regalado, y le decía al dueño que lo cocinara. Después, se entregaba a horas y horas de conversación con los amigos.
En el Ouvidor do Brasil, Tom Jobim, el genio retratado a veces como altivo, despreciado incluso por la prensa brasileña por sus largas temporadas en Estados Unidos, reaparece con una sobredosis de humanidad. Generoso y sensible, fiel a la amistad y a los menos favorecidos, Jobim era un ser abierto al cosmos, “un hombre en alerta a cada centímetro y cada habitante, bípedo, cuadrúpedo o multípedo“. En 1968, en una mesa del mítico bar Veloso del barrio de Ipanema, Ruy Castro escuchó de la boca del propio Tom Jobim que hablaba con fantasmas: “En la noche anterior, su padre, el poeta Jorge Jobim, apareció de pie, junto a su cama. Tom se despertó, vio a su padre allí y le oyó decretando: ‘Antonio Carlos, pesca menos y trabaja más'”.