El crítico Edmund Wilson dijo de ella que poseía el estilo de Hemingway feminizado, y seguramente era ahí donde estaba la influencia literaria que más marcó a Kay Boyle (1902-1992). Aunque también es cierto que Boyle hizo el estilo suyo con una escritura limpia y distinta, como las gotas de agua que caen por separado, no ejerciendo el manierismo. Desordenada y obstinada, escribió, además, muchas historias cortas, sin tener el don para la sátira o la comedia de Eudora Welty y Flannery O’Connor, dos grandes maestras estadounidenses del cuento. Murió a los 91 años, y durante esa larga vida publicó 45 libros, casi todos de ficción, relatos y novelas. Tuvo tres maridos, numerosos amantes y seis hijos, tres de ellos nacidos fuera del matrimonio. Entre otros lugares, vivió en St. Paul, Cincinnati; en Nueva York; Le Havre, Grasse y París; Inglaterra, Austria, Alemania y Suiza; Connecticut y California. Con su tercer esposo, Joseph von Franckenstein, un barón austríaco y oponente de los nazis que trabajaba en el Servicio Exterior de los Estados Unidos, se involucró en una lucha larga y complicada durante la era McCarthy, cuando Von Franckenstein fue considerado un riesgo para la seguridad. A ella se le acusó de pertenecer al Partido Comunista. A finales de la década de 1960, mientras enseñaba en el San Francisco State College, participó activamente en una sonada huelga contra la institución. El activismo nunca le impidió escribir. Pero es posible que el hecho de que prefiriera vivir su vida en lugar de analizar sus consecuencias haya reducido eventualmente su potencial artístico, y está demostrado que la disminuyó como madre. Nunca se arrepintió de sus decisiones, salvo cuando intervino en defensa de Huey Newton y los Panteras Negras. La escritora Grace Paley, que la trató algo tarde, llegó a decir que las personas con una vida sexual plena no se arrepienten.
El nombre de Kay Boyle se asoció largo tiempo con el modernismo, con vivir en Francia en los años 20 y con el cuento, el formato que más le agradaba cultivar. Su reputación literaria tuvo altibajos en el medio siglo activo que vivió: alcanzó la máxima repercusión alrededor de 1942 y más tarde entró en un declive. No porque no gozase de la suficiente autoestima, la tenía hasta tal punto que a los demás le costaba celebrarla contando con que ella parecía monopolizar la reverencia hacia sí misma. Solía comentar que los judíos habían producido tres genios originales: Cristo, Spinoza y Boyle. Adoraba también a Gertrude Stein, de quien dijo que de no existir tampoco habría exitido Sherwood Anderson y sin un Sherwood Anderson, elocuente e indudable, habríamos tenido un Hemingway literariamente menos disciplinado. Escribió que nadie desde Shakespeare había hecho nada para revolucionar el idioma inglés excepto Gertrude Stein.
Idealista y visionaria, Boyle, expatriada estadounidense en Europa entre 1923 y 1941, formó parte de ese grupo pionero de modernistas que emprendieron y forjaron una revolución de la palabra. Sus relatos de ese período, trece de los cuales están recopilados en “Life Being the Best & Other Stories” (1988), son magistrales en su uso complejo e innovador del lenguaje y su reconocimiento irónico de ciertas realidades subversivas de la vida. Algunos de ellos, junto con otros de una anterior antología, “Fifty Stories”, figuran en la selección publicada ahora por la editorial Muñeca Infinita con el título de “Vivir es lo mejor”. En medio del torbellino bélico mundial en que fueron concebidos, Boyle ofrece un catálogo de las muchas formas en que el amor puede fallar: las oportunidades perdidas, o casi perdidas, de conexión humana a medida que cada individuo emprende su búsqueda solitaria de identidad brindan a sus personajes momentos intensos y a los lectores una réplica precisa del dolor. Igualmente abundan las descripciones antológicas como la del rebaño de ovejas de “Doncella, doncella”, uno de los cuentos seleccionados: “Había un rebaño disperso de fuertes ovejas de montaña, grandes como terneros; volvían las caras lisas de ébano si veían a un ser humano, y la lana de sus lomos estaba apelmazada y oscura como el grueso pelaje de un búfalo. Algunas blancuzcas caminaban entre las demás; tenían sombras de desencanto bajo los ojos y las largas mejillas empolvadas de los viejos, los malvados y los disipados”. De Kay Boyle, la misma editorial ya publicó anteriormente “El caballo ciego”, una notable novela corta.
Vivir es lo mejor
Kay Boyle
Traducción de Magdalena Palmer
Muñeca Infinita, 272 páginas, 21 euros