Las arrugas que surcan la cara de Juanes están llenas de historias. Se intuye en ellas el dolor, la risa y la duda que la vida le ha deparado. Las luce con orgullo, como si del tesoro más valioso se tratase. Pues, en el fondo, ahí están las experiencias que más tarde ha transformado en melodías. Son tan poderosas que jamás ha hecho por ocultarlas. Le ha cantado al amor, la desesperación, el universo, el fuego y la tragedia con la misma fuerza que estas líneas se cavaron en la piel. Quizá porque así podía hacer del presente un escudo para el futuro. “Uno aprende a base de golpes. Eso ha hecho que hoy, al pisar las tablas, valore todo más”, dice el artista, que este jueves pisará Sevilla para acudir a los Latin Grammy. En plena madurez artística, encara su carrera con el poso que dan los años. La popularidad es igual, sí. Pero el nervio, otro bien distinto.
El pasado mayo publicó Vida cotidiana, su décimo embiste emocional. Posiblemente, el álbum más honesto de los que ha alumbrado. No hay artificio ni brillo en sus 11 cortes, sino una confesión tan pura como los pliegues de su tez. Sincero de hoja y raíz, atiende a El Periódico de España, del Grupo Prensa Ibérica, en plena gira mundial. Apenas son 20 minutos de entrevista, pero el autor de La camisa negra, Me enamora y Es por ti sabe suplirlos con un diálogo trepidante. A veces, se queda en silencio durante unos segundos. Mira al frente y, tras un carraspeo, continúa. Y, otras, corre para recuperar el tiempo invertido en pensar las respuestas. Aunque las tiene claras, casi todas plantean nuevas preguntas.
Vida cotidiana es un homenaje a su ADN musical y personal. ¿En qué momento perdió la inocencia?
Conforme fui creciendo y entendiendo el mundo. Es extraño porque, a mis 51, siento ganas de regresar a la infancia y recuperarla. A medida que te haces mayor, te das cuenta de que entiendes cada vez menos. Al final, todo se basa en volver a la pureza del alma. Me encuentro en ese camino ahora… no sé si de vuelta o no, pero es donde quiero estar.
¿Ha descubierto algo de sí mismo en este proceso?
Muchas cosas. De eso se trata, ¿no? De reconocerse. Hay que aceptar la vulnerabilidad como una fortaleza. En ocasiones, guardamos las más difíciles para nosotros, por lo que tener la posibilidad de compartirlas me sana.
En este disco hay dos cortes que dedica a Colombia: Canción desesperada (sobre las personas desaparecidas de manera forzosa) y Mayo (sobre las protestas generalizadas en las ciudades). ¿Ha cambiado su visión sobre el país?
Un poco, aunque la historia no se puede modificar. He aprendido a ver el amor desde diferentes puntos de vista. No sólo existe el de las parejas, sino también el de los padres que perdieron a sus hijos en el absurdo conflicto que venimos arrastrando. Recuerdo la confusión que vivimos hace cuatro años, cuando policías asesinaban a estudiantes. Parecía que todo iba a desvirtuarse. Fue doloroso.
¿La música puede mejorar el planeta?
No creo que el arte vaya a cambiar la forma de actuar de las personas, pero puede ser un elemento clave para la memoria. Desafortunadamente, no es tan fácil.
¿Qué le preocupa?
Las guerras de Ucrania-Rusia e Israel-Palestina, por ejemplo. En cambio, la inteligencia artificial me llama la atención. ¿Cómo seremos dentro de 10 años? ¿Cómo afectará a nuestra profesión? O te unes y la usas o te pasa por encima y te destripa.
Acostumbrado a visitar numerosos países, ¿cómo ve el feminismo a nivel mundial?
En Estados Unidos, hace 100 años, las mujeres no votaban. Y en Colombia ni existían. Yo tengo dos hijas y, en mi casa, ellas están en esta onda. Me parece importante que la mujer tenga su lugar definitivamente, pero creo que los extremos siempre van a ser complicados. Quiero la igualdad de derechos para todos. Estamos aquí gracias a nuestras madres.
En una profesión en la que la imagen resulta crucial, ¿se ha sentido hombre objeto alguna vez?
Sí. La percepción que la gente tiene de ti puede volverse una cárcel. En mi caso, era terrible. Lo llevé mal. Hoy, por contra, no me afecta tanto porque sé quién soy y hacia dónde voy. Hubo una época en la que me presentaban como un latin lover… Me pasaba ocho horas diarias tocando la guitarra para que me llamaran así. Me ponía bravo. Es como decir que todos los españoles son toreros y que todos los colombianos, traficantes. ¡No!
A finales de agosto, reveló que lleva años luchando contra la depresión. ¿Mostrar esa vulnerabilidad le ha hecho libre?
Cuando lo publiqué hablaba de la etapa 2009-2010. No podía más. Compartirlo con mi familia me vino bien. En la actualidad, veo que hay más apertura. Tengo tres hijos adolescentes y, si bien sufren situaciones parecidas, tienen más facilidad para contarlo. Hablar es sanador.
¿Cómo es subirse a un escenario mientras, por dentro, estaba destruido?
Fue el momento más triste de mi vida. Había luchado por estar ahí, pero me sentía como una mierda. Recuerdo mirar hacia atrás, ver a la banda y pensar: ¿qué hago aquí? Cuando vives con demasiada intensidad y no te cuidas, pasa esto.
Frente al dinero, la gloria, el poder… ¿cómo ha logrado no convertirse en un burgués?
Comencé en la música por mi familia, cantando y tocando la guitarra en el colegio. No fue algo planeado. Si mañana sólo me escuchan cinco personas, seguiré por ellas. Mi familia, mi educación y mi casa tienen mucho que ver en ello. La fama es efímera y genera más depresión.
Haciendo referencia a uno de sus grandes éxitos, ¿qué le pide hoy a Dios?
El concepto que tengo Dios es distinto al de hace 30 años. Según tu religión, tienes una imagen de él creada a través de lo que el hombre ha hecho. Para mí, hoy es más espiritual y más inmenso. Dicho esto, mi familia es fundamental y por ella pido. Además, lo hago por la gente que no conozco. Y por las plantas y los animales. También le agradezco, aunque se nos olvide a veces.