El Bayern de Múnich iba camino de dar la sorpresa en el Santiago Bernabéu disfrazándose de Real Madrid. Todo apuntaba a que se iba a reeditar en Wembley ante el Dortmund la misma final que jugaron en 2013. Porque Tuchel entregó la pelota al Madrid y se replegó esperando que los de Ancelotti cayeran en la frustración por su falta de pegada en ataque, donde los de Ancelotti evidenciaron que Bellingham se ha deshinchado en el momento clave de la temporada y que la falta de un sustituto de Benzema le pasaría factura en el momento más inoportuno. Pero entonces apareció Joselu, y como Rodrygo en la noche del City, se convirtió en el milagro hecho delantero. Dos goles suyos en tres minutos sellaron el billete del Madrid a Wembley.
Ancelotti había aprendido en Múnich que cuando su equipo perdía la pelota no podía perder el sitio, porque los dos goles bávaros llegaron tras despliegues blancos en los que los alemanes cogieron malparados a los suyos. Ni 4-2-3-1 ni rombo en el mediocampo, un 4-4-2 con Tchouameni de ancla, Bellingham a la izquierda y los brasileños arriba. Los alemanes afilaban su once con De Ligt atrás, Pavlovic en el medio y Gnabry arriba.
Comenzó el choque turbio. A los seis minutos un centro de Carvajal recorrió el área visitante sin encontrar rematador y segundos después otro de Gnabry, que podía haber disparado, no llegó a Kane. La pizarra evidenció que Tuchel y Carletto imaginaban un partido largo. Kroos se colocó de tercer central en la salida, monopolizando el Madrid la posesión de inicio. Al cuarto de hora Vinicius disparó al palo y en el rechace Rodrygo perdonó a un Neuer batido. El paso de los minutos estabilizó el partido con los teutones tratando de enfriarlo con el balón en los pies. Ambos intercambiaban roles con naturalidad, a veces sometiendo y otras agazapados, y todas las jugadas se aceleraban en las bandas. Precisamente ahí Davies suplió al lesionado Gnabry justo cuando Kane hacía trabajar a Lunin.
Cuando Marciniak señaló el descanso, al Madrid solo se le podía reprochar la falta de puntería y al Bayern, quizás, la falta de ambición, aunque parecía claro que la posesión alemana tenía más de coartada defensiva que de pretexto ofensivo. Otra mano salvadora de Neuer desactivó un centro venenoso de Vinicius al que no llegaron ni Tchouameni ni Rodrygo. Los de Carletto generaban ocasiones sin descontrolarse, la prioridad del técnico. Los muniqueses esperaban pacientemente su oportunidad viendo gotear el cronómetro. Era un partido lleno de trampas.
Vinicius y diez más
La fase crepuscular por la que atraviesa Bellingham lastraba a un Madrid que necesitaba un jugador con peso en el área. El inglés ha asumido un rol goleador que no era el suyo y ahora la temporada se le ha hecho muy larga, desnudando el desequilibrio que sufre en ataque una plantilla que echa en falta a un Benzema, un Cristiano o hasta un Van Nistelrooy. Porque Vinicius, que se acostó a la izquierda, desequilibraba sin encontrar a quien asistir nunca porque tampoco Rodrygo estaba fino. El Madrid era Vinicius y diez más. El brasileño sirvió una pelota deliciosa a su compatriota, quien la cruzó fuera inexplicablemente cuando era más fácil marcarla que fallarla.
La grada entendió que el partido surfeaba una de esas olas que Tuchel anunció y se encendió para empujar a sus jugadores. Una falta lejana de Rodrygo volvió a encontrarse con Neuer, que repitió en una diagonal en la que Vinicius, cansado de no encontrar la colaboración de sus compañeros, decidió terminarla con un zapatazo. El partido se reducía a un duelo entre Vinicius y Neuer. Y el Madrid, que marca goles en lugar de merecerlos, empezaba a merecer uno que no terminaba de marcar.
La frustración fue empujando al Madrid a campo muniqués apareciendo espacios a la espalda de la zaga blanca. Y ocurrió lo que suele en estos casos. Perdonó tanto el Madrid, que la primera que tuvo el Bayern terminó con Davies clavando la pelota en las redes de Lunin. La paciencia de Tuchel, que no había perdido nunca en el Bernabéu, obtuvo premio y terminó desnudando las carencias blancas. A falta de 21 minutos Carletto reaccionó introduciendo a Modric y Camavinga, cambio al que siguió un gol del Madrid que vino precedido por un empujón de Nacho a Kimmich, lo que valió al VAR para anularlo.
Dos goles de Joselu en tres minutos
A falta de la llegada de Kylian Mbappé, Ancelotti buscó en su banquillo gol y terminó dándole unos minutos a un obrero del gol, Joselu. Al que su fe le llevó a perseguir un disparo de Vinicius que Neuer no blocó y el ariete lo remachó a la red ante el delirio general. Adonde no llegaba el fútbol llegaba una vez más el corazón, la camiseta, la locura de este manicomio que es el Bernabéu en las noches de Champions.
Un gol que metió en trance el Real Madrid, que tres minutos después vio cómo otro ataque atropellado terminaba con un centro de Rudiger que Joselu remachaba de nuevo a la red. Esta vez hubo que esperar al VAR, que confirmó la validez del gol y desató la euforia blanca. Joselu llevaba al Madrid a Wembley. Hay cosas que no se pueden explicar. El Real Madrid es una de ellas. ¡A por la 15ª!