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El periodista y escritor José María Arenzana ha presentado este lunes en la Feria del Libro de Sevilla junto a Juan y Medio su nueva obra, ‘Ficcionario. Palabras delante de un espejo’ (Última Línea). Se trata de un libro que recoge casi mil términos en donde se juega con las palabras.
Dice Arenzana que «es un diccionario, sólo que contiene palabras reales con una definición alternativa y palabras inventadas que permitan la hilaridad. Destruyo el lenguaje para llamar la atención sobre la importancia de las palabras, como decía Giovanni Sartori. Hay que tenerle un respeto a las palabras. Los políticos se las inventan hoy en día o les dan un significado totalmente contrario».
Comenta este periodista que una de las grandes preguntas que se han hecho siempre los filósofos es «si existió antes el pensamiento o las palabras. Pero el pensamiento no es posible sin las palabras. No se puede pensar en cosas complejas sin un idioma formado por las palabras. Si manipulas las palabras, manipulas a la sociedad», aclara.
A partir de ahí, este autor se plantea el gran enigma de cómo nació el primer idioma. «Es algo que creo que nunca se resolverá jamás. En los libros iniciáticos normalmente el papel de la invención del idioma se le asigna a Dios o a algún mandatario como Adán, que le puso nombre a las cosas. Eso no ocurre sólo en la Biblia, sino en todos los libros iniciáticos. No sabemos cómo se creó el idioma, por eso se lo asignamos a Dios».
Asimismo, Arenzana subraya que el texto fundacional de la lingüística se considera la obra ‘Crátilo’ de Platón. «Crátilo dialoga con Hermógenes. Hermógenes defiende que el lenguaje es una convención entre las personas, mientras que Crátilo afirma que las mismas palabras contienen la semántica. Nosotros sabemos a día de hoy que el lenguaje es una forma casi perfecta de democracia. Todo el mundo puede aportar cosas. Crátilo defiende que las palabras tienen un significado interno y que expresan la verdad. Ninguna de las dos posturas aclara nada. Platón llama al final a Sócrates, pero ni siquiera él consigue dilucidar la cuestión», sostiene el autor.
En ese sentido, Arenzana apela a términos como ‘tronco’, «que tiene una acepción no vegetal que adquiere otro uso en el lenguaje al decir frases como ‘¿Qué pasa, tronco?’». A este respecto, el periodista comenta que «yo remarco mucho que las palabras onomatopéyicas podrían ser las palabras iniciales de un idioma porque imitan un sonido. El ‘chucuchú’ del tren o ‘el pío pío’ de un pájaro podrían ser palabras iniciales. Pero luego hay palabras que tienen que ver con la emoción y con el pensamiento complejo, no pudiendo funcionar como onomatopéyicas. Hay palabras fonosimbólicas, que intuimos que contendrían el significado de las cosas, como por ejemplo ‘susurro’». La paradoja es que las palabras onomatopéyicas cambian según el idioma «porque nosotros, como oyentes, le atribuimos un valor al sonido. En inglés ‘pío pío’ suena a ‘tweet tweet por ejemplo».
Concluye diciendo que «me he propuesto respetar las palabras al hacer este libro. Hay unas normas de uso, pero se pueden crear palabras nuevas. Eso lo hago por la vía de la hilaridad, pero con la cosa de que es necesario respetar las palabras. Hay detrás de ese tono jocoso una intención reflexiva en el libro».
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