¿Y si se celebrasen las separaciones y no las uniones? Con esta premisa, y otras virtudes, “Volveréis”, el octavo largometraje de Jonás Trueba, fue elegida mejor película europea en la Quincena de los Realizadores de Cannes. La comedia ya puede verse en las pantallas gallegas y este fin de semana su director visitará la comunidad para apadrinarla: el viernes en Ferrol (Cine Dúplex), el sábado en Santiago (NUMAX), con la charla “Seguimos siendo principiantes”, y el domingo en A Coruña (Cine Cantones).
Siempre tiene títulos muy contundentes. Esta vez, “Volveréis”.
Para mí son muy importantes. Necesito tener el título antes que nada y que resuene en mi cabeza mientras empiezo a pensar la película y escribo el guion. Es como una guía y debe resultar estimulante y que me apetezca llenarlo. Suelo tener títulos fuertes para películas frágiles; hacemos películas que son chiquititas y me gusta que tengan títulos un poco provocativos. Y este lo es: tiene algo de irónico y de humor y entronca muy bien con esas comedias clásicas en torno a parejas que están como por divorciarse y en cierto modo se reenamoran. Me parece que contenía en sí el género.
“Volveréis” es una comedia sobre las relaciones largas. Es larga, y hay fidelidad, su relación con los protagonistas y coguionistas, con usted, de la obra, Itsaso Arana y Vito Sanz.
Con ellos dos, pero también con el resto del equipo que me acompaña desde la primera película. Tras haber rodado, me di cuenta de que la pareja lleva 14 o 15 años juntos, los que llevo yo, desde que estrené mi primera película, renovando los votos con un mismo equipo. Tengo como una familia, que es con la que hago cine, con la que voy renovando la confianza con cada película, y son los mismos años y quizás no por casualidad nos ha salido ahora hacer esta película que habla de esa fidelidad y de la dificultad de seguir juntos tras cierto tiempo, cuando empiezas a sentir achaques de la edad y cansancios y a lo mejor vicios. Me parecía interesante construir una película en torno a eso que nos está pasando y tomárnoslo con humor. Es una manera de sacudirnos las dudas y las pesadumbres y reírnos un poco juntos.
La película gira en torno a una pareja que decide celebrar su separación, una idea que tomó de su padre, Fernando Trueba, aunque me parece más bien un macguffin …
Es un macguffin. Al final cada película ha obedecido a una necesidad de retratar el momento vital que atravesábamos y esta es una puesta en crisis, en vez de una puesta en escena: hemos puesto nuestra crisis vital, profesional, sobre la mesa, y hecho de ella una película. El reto era hacerla intentando desdramatizar lo que supuestamente se está contando, que es la ruptura de una pareja, pero es una comedia fracasada porque partimos de una premisa y de un tono más de comedia, pero van apareciendo otras aristas y me gusta que sea así. Además, la idea de desdramatizar el drama es lo paradójico –dos se van a separar, pero en realidad quieren celebrar– y eso que puede ser chocante hace que la película se sostenga.
En “Volveréis” también late de fondo el tema de las segundas oportunidades y sale el Rastro de Madrid.
Me encanta y es donde se conserva la ciudad mejor. Pensando ya en nuestra película, es un lugar de segundas oportunidades, un lugar de reciclaje donde las cosas no mueren o las que han muerto vuelven a vivir o aspiran a eso. Instintivamente, en la película hemos querido jugar con el Rastro porque hay algo de eso, de dar una segunda oportunidad. Vamos muy al usar y tirar, incluso en las relaciones de pareja, lo hablábamos Itsaso, Vito y yo. Se dice mucho que las parejas no pueden durar y tiene que ver con una sociedad donde usar y tirar está muy arraigado ya, por no hablar del consumismo, del capitalismo, etc. En realidad, podríamos pensar que la pareja de nuestra película se recicla, me gustaba pensarlo así.
Realidad y ficción se confunden en la obra, hay una frontera difusa. ¿Es un efecto buscado?
Lo es, pero más una sensación que tenemos. Esa confusión me apetecía trasladársela a la película porque es como yo siento las cosas. A veces eso me genera angustia porque vivo el cine y la vida como una misma cosa y no distingo muchas veces.
Habla de películas “chiquititas”…
Por mi parte es una elección. A veces, cuando hablamos de películas pequeñas o de bajo presupuesto, parece que nos hacemos de menos, pero yo siento que estoy en mi escala y eso me gusta; que hago películas que están proporcionadas, en relación a lo que cuestan, al tiempo invertido en ellas, a lo que cobramos por ellas, a lo que nos dan, a lo que ponemos y a lo que nos devuelven. De lo que más orgulloso estoy es de que hemos sabido trabajar de una manera proporcionada y eso me deja tranquilo porque el cine muchas veces es desproporcionado y está como sobrehormonado.
A la protagonista, directora de cine, le asaltan ganas de dejarlo. ¿A usted le sucede lo mismo?
Todos los días y a la vez todos los días también pienso qué suerte tengo y qué maravilla es estar en el mundo pudiendo hacer películas. Soy muy consciente del privilegio que tengo y, a veces, me digo que cómo puedo quejarme, que no tengo derecho. Precisamente porque me gusta mucho el cine, porque lo quiero y me parece una forma inmejorable de vida, también lo sufro y soy crítico y hay una serie de cosas que arrastra, no el cine, sino lo que rodea el cine o hacer cine, que cuestiono mucho, como lo que tiene que ver con la imagen que damos a veces de glamour, de falso glamour, de éxito, de competiciones, todo eso no lo soporto. Ya de por sí es bastante difícil la creación con lo que tiene de inseguridades, de cuestionamientos… Esas dificultades me estimulan, pero hay toda otra parte que me parece que nos envilece, que nos envenena, que nos idiotiza, que me preocupa y que me hace sufrir y muchas veces me dan ganas de dedicarme a otra cosa más tranquila, menos expuesta y menos angustiante.
“Incluir en la película a mi padre ha sido bonito, poético, como adoptarlo dentro de mi otra familia, la elegida”
Se advierte contra mezclar familia y negocios, amor y trabajo, pero usted rompe esa regla y lo lleva bien. Esta vez incluso pone delante de la cámara a su progenitor, el también cineasta Fernando Trueba.
Sí, es curioso. Para mí esta película es importante en ese sentido porque además siempre he intentado separar bastante a la familia. Aunque parezca que siempre va muy ligado a mí mi apellido, o mi padre, todo eso era más porque los periodistas o la gente lo querían recordar, pero en realidad yo siempre he estado haciendo un ejercicio lo más higiénico posible de separación. Con todo el respeto hacia mi familia, siempre he intentado hacer las cosas a mi manera y con mi gente y con independencia de eso y sin aprovecharme de lo que pudiera quizás darme mi familia y, sin embargo, en esta película, pues efectivamente he querido meter a mi padre. Que ha sido una forma también, para mí es bonito, es casi poético, de adoptar a mi propio padre dentro de mi familia, de mi otra familia, de mi familia elegida. Es interesante porque yo siempre he distinguido mucho la familia en la que te ha tocado nacer, que no has elegido, de la familia que has elegido, que has construido con la vida, con el trabajo en este caso, y ha sido curioso el efecto de traer a alguien de la familia de nacimiento a la familia elegida.
La experiencia le ha salido bien, ¿no?
Bien, bien. Yo creo que sí, yo creo que es sano, que ha habido algo ahí también freudiano, extraño, quizá, pero sí, para mí era importante hacer ese gesto, con todo lo que conlleva. Ni siquiera yo mismo sabía calcular bien qué significaba, pero intuía que tenía que hacer ese movimiento, que tenía que filmar a mi padre, ponerlo ahí, mirarlo de cara. Al mismo tiempo, era una manera de homenajearle, de agradecerle muchas cosas, y también de reírnos juntos. Me parecía que tenía sentido, que era de nuevo algo que podía salir de manera más o menos instintiva natural.
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