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Javier Alandes: «Goya fue al final de su vida consciente de sus propios demonios»

Javier Alandes (Valencia, 1974) acaba de publicar su novela ‘La última mirada de Goya’ (Contraluz), un thriller que se centra en un hecho real: la desaparición del cráneo de la tumba de Francisco de Goya. A partir de este descubrimiento en 1888, el autor trenza una trama que mezcla elementos verdaderos con otros de ficción y que dan como resultado una historia sorprendente.

¿Por qué ha decidido crear una novela sobre Goya?

-A mí me interesan mucho los misterios relacionados con el mundo del arte, hechos reales y sorprendentes que no tengan explicación o no hayan sido resueltos todavía. Hace tres años visité la ermita de San Antonio de la Florida, en Madrid, para poder observar sus techos y bóveda, en los que Goya realizó su particular ‘Capilla Sixtina’ representando el milagro de San Antonio de Padua. Sí sabía que Goya estaba enterrado allí. Lo que no sabía, y lo supe gracias a la fantástica guía que estaba allí aquel día, era que Goya está enterrado junto a su consuegro, Martín Miguel de Goicoechea, y que, además, faltaba la cabeza del gran pintor aragonés. Lo que constituye uno de los grandes misterios relacionados con el arte español. A partir de ahí me puse a investigar, y descubrí una historia, llena de lagunas y vacíos, que la hacían perfecta para una novela de ficción histórica. La historia parte del hecho real de la desaparición de la cabeza de Goya de su tumba. Hecho absolutamente real y verídico. En 1888, y gracias al trabajo de Joaquín Pereyra, cónsul español en Burdeos por aquel entonces, se abrió la cripta en la que estaba enterrado Goya, en el cementerio de La Chartreuse, en Burdeos. El pintor había fallecido en 1828 en dicha ciudad francesa, pero, desde España, ni la familia ni la corona reclamaron jamás sus restos. Para Pereyra, repatriar los restos de Francisco de Goya suponía el colofón a una brillante carrera diplomática. Cuando se abrió la cripta, los allí presentes se encontraron con dos hechos inesperados: el primero, que había un segundo cuerpo en la cripta y, en aquel momento, nadie sabía de quién era; el segundo, que a los restos de Goya les faltaba el cráneo. Todo ello hace que la exhumación no se pueda llevar a cabo porque las autoridades francesas abren una investigación para saber quién ha podido profanar la tumba y por qué. A partir de ese relato, que es el prólogo de la novela, a mí me asaltaron dos preguntas: ¿qué ocurrió con el cráneo? y ¿dónde podía encontrarse? Ficción y realidad se mezclan en una novela que tiene mucho de thriller. A partir de esas dos preguntas, la novela transcurre en dos tramas temporales para dar respuesta a ambas.

-¿Qué descubriremos en esas dos tramas?

-Viajaremos al Burdeos de 1828, donde un anciano Francisco de Goya, exiliado allí por la represión a los liberales por parte de Fernando VII, sabe que se encuentra en los últimos compases de su vida. Y pese a ello, un corrupto funcionario de la corona española contrata al mejor espía de Europa para asesinar a Goya por una venganza personal y pide que se le entregue una prueba de la muerte del pintor. En esa trama conoceremos a quienes desean acabar con la vida de Goya, pero también a las personas que tratarán de defenderlo en un trama al más puro estilo clásico de aventuras, con persecuciones, tiroteos, muertes y amor. Paralelamente, encontraremos una trama en 1888, en la que el cónsul Pereyra contrata al mejor detective de París para averiguar dónde está el cráneo de Goya y poder así acabar su cometido de repatriar los huesos del pintor. Y esa trama tiene todo el sabor de las novelas de investigación y detectives de finales del siglo XIX y principios del XX. Pistas que llevan a otras pistas, personajes que quieren ocultar el rastro y un detective con un fino olfato al que nada le cuadra. En definitiva, toda la novela es mi particular homenaje a los dos géneros que han marcado mi vida como lector.

-¿Hay muchas cosas que desconocemos sobre Goya?

-No de su obra, que es bien conocida. Pero sí de su vida. Goya fallece a los 82 años, una edad anormalmente elevada para su época, está en activo durante seis décadas y trabaja para cuatro reyes. Goya no es uno de esos pintores pobres como ratas que se hacen famosos una vez mueren. Goya es muy reconocido en vida, y llega a acumular una gran cantidad de dinero y bienes. Su estilo varía radicalmente desde el principio de su carrera hasta el final; nada tienen que ver las escenas costumbristas y alegres de los cartones para la Real Fábrica de Tapices (El pelele, El parasol, La gallina ciega), con el horror de las Pinturas Negras de la Quinta del Sordo, por ejemplo. Y eso es porque Goya va apreciando la maldad en el mundo a medida que avanza en edad. Es testigo de una guerra cruenta, se queda sordo, presencia la restauración absolutista, y eso le produce un desencanto y un sentimiento de fatalidad que se refleja en su obra. Además, al final de su vida, Goya es consciente de sus propios demonios. Mientras su esposa, Josefa Bayeu, aborta hasta en siete ocasiones (solo llegan a tener un hijo), él iba detrás de las faldas de la duquesa de Alba. El Goya de mi novela es un anciano arrepentido de muchas cosas de su vida, tratando de buscar la redención antes de morir. Pero también tratando de buscar la eternidad.

-¿Cómo fue el proceso de investigación?

Yo enfoco la documentación en tres niveles. El contexto histórico-político: en este caso con biografías de Goya, retrospectivas de su obra, la guerra de Independencia, el reinado de Fernando VII, etc… Eso es fácil de solucionar: acudir a la biblioteca pública, y leer los cincuenta o sesenta libros que puedan tener sobre esa temática, tomando notas para extraer aquello que quiero que aparezca en la novela. El contexto social: cómo eran los medios de transporte, el vestuario, las viviendas, cómo se cocinaba, cómo funcionaba el correo entre una ciudad y otra, y ese tipo de detalles. Para ello suelo basarme mucho en películas o series que retraten la época, y de ese modo tengo una asentamiento visual de todos esos detalles. Y, por último, el contexto geográfico-urbanístico: de nada me sirve tomar un plano de Burdeos de hoy en día, ya que es muy probable que, respecto a 1828, haya cambiado el nombre de las calles o el trazado urbanístico. Toca rebuscar e investigar para conseguir planos de la época. Todo ese trabajo es necesario, recordando en todo momento, eso sí, que estás escribiendo una novela, no un tratado histórico. No se trata de aburrir a los lectores con detalles, sino de darles un contexto general verídico en el que se ubica la novela. Además, los hechos que aún a día de hoy no tienen explicación hay que ficcionarlos, por lo que el concepto de verosimilitud ha de estar presente en todo momento.

-¿Va a ser muy distinta la imagen que tenemos de Goya tras leer esta historia?

-Vamos a conocer a un Goya a las puertas de la muerte. Un Goya que lo ha tenido todo y, una vez exiliado, vive casi en la pobreza en Burdeos. Acompañado de Leocadia Zorrilla, su última amante y cuarenta años más joven que él, y Rosario, la hija de esta. Y entramos en una figura que, como decía, busca a la vez redención e inmortalidad. Conocemos al Goya que es un artista universal; en esta novela conoceremos al anciano que lucha contra sus demonios.

-¿Qué escritores le han influido más a la hora de inspirarse?

-Como comentaba, el género clásico de aventuras y el detectivesco son los dos que me han marcado como lector. Y es a las autoras y autores que dieron forma a estos géneros a quienes esta novela rinde tributo: Dumas, Conan Doyle, Joseph Conrad, Agatha Christie, Melville, Robert Louis Stevenson y muchos otros. Y, sobre todo, esta novela bebe profundamente del Pérez-Reverte de Alatriste, que ha sido una saga que me ha acompañado a lo largo de estos últimos veinticinco años. Yo no soy escritor; soy un lector que escribe alguna novela.

-¿Por qué se ha centrado en algunos pintores como Sorolla a la hora de crear algunas de sus novelas?

-No soy experto en arte, no soy historiador ni divulgador histórico. Pero siempre ha habido algo en los cuadros que me ha llamado profundamente la atención: los pintores, gracias a sus obras, se han convertido en cronistas de la época en la que les tocó vivir. Gracias a ellos conocemos a las familias reales, las derrotas y las victorias militares, las costumbres de la gente de a pie, sus preocupaciones. Mi sentimiento es que gracias a los cuadros y sus autores tenemos una memoria colectiva, un conocimiento sobre de dónde venimos. Y solo podemos mirar hacia adelante si conocemos qué tenemos detrás. Mis novelas pretenden ser un tributo a esa memoria colectiva, además de ser una fuente de aventuras y emociones que hagan disfrutar a las personas lectoras.



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