Inglaterra ya estaba clasificada antes de empezar, con uno de los terceros puestos garantizado para octavos, y un emparejamiento aún indefinido. El segundo lugar era una condena porque significaba medirse a Alemania. El primer puesto, el que defendía antes de empezar, le situaba frente a un tercero, que iba a ser Países Bajos, que tampoco es nada del otro mundo, vulgar una, vulgar la otra.
El miserable empate le concedió la gracia del liderato, excesiva, generosa, al combinarse con el otro empate del Dinamarca-Serbia. Solo lo celebraron alborozados los jugadores de Eslovenia, que terminaban terceros.
Los ‘ex’ rajan
Ni frío ni calor. Apática, sosa, aburrida, Inglaterra legó al destino su porvenir. Incapaz de obtenerlo por sí misma, de forma proactiva con un juego más o menos punzante y agresivo, pasó el rato en el estadio de Colonia mientras sus feligreses continuaban refrescándose con cervezas, de la mañana a la noche, acudiendo al bar durante el partido con la certeza de que no iban a perderse nada mientras recargaban los vasos de plástico.
Si Gary Lineker, el modoso y prudente presentador de televisión, exinternacional y excompañero de Southgate calificó de “una mierda” el juego de su selección, resulta fácil imaginar el grado de decepción que causa el equipo. No era la única gloria que despellejó a la selección. Los resultados refrendan las miserias del equipo. Southgate replicó antes de colocarse las orejeras para desoír las críticas, que ellos nunca tampoco ganaron ningún título, así que no viene de un año.
El problema del mediocentro
La rémora de Inglaterra remite al entrenador, y de eso parece quedar poca duda. No ha resuelto el problema del doble mediocentro, que no sirve absolutamente para nada. Obviados en la organización del juego, la bola pasa de los defensas a los avanzados sin pasar por la inútil pareja del círculo central.
Declan Rice ha visto pasar a su lado a Alexander-Arnold, a Gallagher y luego a Mainoo, a ver si el desvergonzado interior del Manchester United le daba por intervenir. Se intuye, por otro lado, un conflicto de cohabitación entre Bellingham y Foden en esa zona central para ejercer de playmaker. Al mejor jugador de la Premier ni le complace ser un extremo en espera.
Salió Mainoo tras el descanso, reglamentario como los primeros 45 minutos, en los que no pasó nada y nada hubo que añadir. Todo el mundo en esta casa quiere la bola al pie. Dos desmarques de Foden, oh noticia, fueron anulados por fuera de juego. Bellingham solo corre adelante para ir a rematar, no está para mover a la defensa con una carrera; Saka se quedó de cháchara en la banda con Erik Janza. Es un decir. No se conocen de nada.
Eslovenia, de comparsa
Foden chutó una falta que hizo derramar vasos. El resto pudo ser bebido tranquilamente, a la espera la hinchada de que en el segundo tiempo Southgate hubiera tenido un arranque de entrenador moviendo magnetos en la pizarra del vestuario.
¿Y Eslovenia? Pues ahí, de comparsa, que lo importante es participar, sobre todo después de 24 años de ausencia, igualado el precedente de dos empates del 2000. Igual caía el tercero, y con tres puntitos, salvado el honor, tal vez el azar regalara un tercer puesto que sería maravilloso. Un córner, una falta, un error como el que cometió, y corrigió Guéhi… La tercera parte de pases dio Eslovenia, cuyo 4-4-2, el típico sistema inglés, estaba concebido para defender. Cada vez más atrasado conforme avanzaba el reloj.
De refilling en refilling andaba la hinchada inglesa para sofocar la cálida temperatura y refrescar el gaznate, erosionado con los cánticos. Mainoo había agitado un poco el juego, y luego lo removió un poco más Cole Parmer, ansioso ante sus primeros minutos en el torneo. Palmer chutó flojito, con poca fe, en una aislada combinación en el minuto 92.