El bebé vino al mundo en la festividad del Carmen de 1964, dos días después de que Jacques Anquetil lograra su quinto Tour con la siempre brillante oposición de Raymond Poulidor y con Federico Bahamontes instalado en la tercera plaza del podio del Parque de los Príncipes de París.
De eso, hace este martes 60 años. Al bebé le pusieron el nombre de Miguel para que fuese creciendo en un caserío de Villava, una pequeña población a sólo 4 kilómetros de Pamplona. Fue el segundo de cuatro hermanos. Al pequeño, al que bautizaron como Prudencio, también le dio de mayor por hacerse ciclista pero los genes no lo catapultaron hacia el podio de los Campos Elíseos. Miguel Induráin ganó cinco veces el Tour y marcó la época más brillante del ciclismo español. Después de anunciar la retirada el 2 de enero de 1997, nada fue igual… sobre todo el Tour, a pesar de las victorias posteriores de Óscar Pereiro, Alberto Contador y Carlos Sastre.
Nos hacemos mayores
Que Induráin cumpla 60 años demuestra que nos hacemos mayores, sobre todo los que lo seguimos hace tres décadas por los territorios del Tour para vivir en vivo y en directo todas sus victorias; la gran escapada con Claudio Chiappucci camino de Val Louron (1991), la contrarreloj de Luxemburgo (1992), el gran duelo con Tony Rominger (1993), el nacimiento de ‘Tirano de Bergerac’ (1994) y la rabia del ataque de Lieja (1995).
En 1996, el mal tiempo reinante lo comenzó a estropear todo. Llovió hasta en los camerinos de la carrera, se vio obligado a pedalear con la pierna izquierda y todo empezó a ser distinto. Induráin demostró que era un humano y no el ‘extraterrestre’ como lo nombró el diario ‘L’Équipe’ tras su fantástica exhibición en la contrarreloj de Luxemburgo, quizá su mejor actuación en una especialidad que dominó como uno de los mejores ciclistas de todos los tiempos.
Contrarrelojes de 60 kilómetros
Claro está, a Miguel, le ponía el Tour contrarrelojes de 60 kilómetros donde sacaba una minutada a los rivales, sobre todo a Chiappucci. Con las distancias que ahora se marcan, contrarrelojes que difícilmente superan los 30 kilómetros de recorrido, francamente, Induráin lo habría tenido mucho más difícil para convertirse en el único ciclista del universo que ha ganado cinco Tours de forma consecutiva, porque los siete que logró Lance Armstrong no cuentan por las artimañas del dopaje. De este modo, sólo tenía que controlar a los rivales en la montaña, a pesar de sumar, aunque sin victorias, sensacionales actuaciones como la que realizó bajo la niebla de Hautacam en 1994.
Los días de descanso
Los días de descanso en los Tours de Induráin eran muy diferentes a los actuales. Se pasaba el día en el hotel que ocupaba el equipo Banesto donde José Miguel Echávarri y Francis Lafargue, otra persona admirable que ya no está entre nosotros, montaban una sala de prensa en el lugar más inimaginable. Si no lo encontraban, se lo inventaban. Induráin atendía a la nube de periodistas, por supuesto sin las mascarillas que el Tour ha vuelto a sacar del baúl, el único lugar del mundo donde se siguen usando los tapabocas, para aislar a los corredores de los contagios, porque también parece que el pelotón de la ronda francesa sea el gran escenario mundial donde el virus campa a sus anchas.
Eran conferencias de prensa algo escuetas porque Induráin, al menos en su juventud -lejos de la frescura de comunicación de su madurez- se expresaba mejor sobre la bici que con un micrófono delante. No faltaban las típicas fotos que se hacían hace tres décadas simulando que lavaba el jersey amarillo o lo colgaba con pinzas para que se secara al sol del Tour. Ahora los equipos viajan con lavadoras y secadoras en los camiones, aunque hay ciclistas, como Tadej Pogacar, quien prefiere que sea su masajista el que le lave la ropa a mano. Tampoco le gusta colocarse un mono nuevo como hacen otros, porque nunca suele haber problemas con el cambio de vestuario.
La presencia de Unzué
Luego se pasaba el día mientras Miguel salía a entrenar antes de encerrarse en la habitación. A veces, hasta invitaban a los periodistas españoles a sentarse a la mesa del equipo, con los auxiliares y directores. Por allí siempre estaba Eusebio Unzué, que sigue al frente de un Movistar que como 20 de las 22 escuadras presentes en el Tour -solo el Visma se lo plantea- corre sin que figure en sus papeles organizar una guerra a Pogacar.
En las tres primeras victorias siempre aparecía Pedro Delgado, más suelto en los diálogos, que daba su versión de la carrera, explicaba detalles que sólo se captaban en el pelotón y daba chispa para escribir una pieza de colorido en una jornada de reposo.
El mundo de Induráin pasó. Eran los tiempos de Felipe González en la Moncloa, de Juan Carlos I en la Zarzuela y de Jordi Pujol en la Generalitat. Los teléfonos móviles eran una especie de ‘zapatófonos’ que solo servían para llamar, si había cobertura. A internet ya se la esperaba, pero lejos de imaginar su espíritu revolucionario. De las redes sociales, ni hablar, aunque también es cierto que 30 años después Miguel sigue sin el Twitter o X, como se le denomina ahora. Eso sí, continúa andando en bici de maravilla.
Suscríbete para seguir leyendo