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Historia de un punto cardinal

En “Sueños árticos”, una de las más altas creaciones del naturalismo contemporáneo, el ambientalista norteamericano Barry Lopez escribió: “Si el polo norte fuese la punta de un lápiz, cada 428 días describiría un círculo irregular, con un diámetro variable, que oscilaría entre los 7,6 y los 9 metros. Todos los círculos irregulares trazados a lo largo de los años se situarían dentro de una zona de unos 20 metros de diámetro, denominada círculo de Chandler. La posición media del centro de este círculo es el polo norte geográfico”. Dueña de otra sensibilidad no menos sugestiva, otra voz del vasto continente, la de Emily Dickinson, dejó dicho: “No puede el marinero ver el norte, pero sabe que la aguja sí”. Esta tensión irresuelta y acaso irresoluble entre ciencia y poesía, conocimiento y opinión, objetividad y subjetividad recorre cada página de “La invención del norte”, de Bernd Brunner, título del divulgador berlinés que se organiza como una muy amena contribución a la historia cultural destinada a mostrar cómo, en torno a la concepción de qué sea eso que llamamos norte, median iniciativas de raíz exploratoria, que encuentran su culminación en las legendarias expediciones árticas, pero también aventuras intelectuales de discutible probidad, en las que resuenan cuestiones raciales y eugenésicas, y que se explicitan mediante la identificación que entre la idea de norte y los supuestos logros del hombre germánico afloraron ya desde la sensibilidad wagneriana y se encarnaron en figuras tan incómodas como las de Houston Stewart Chamberlain o Hans Günther.

Al modo de un gabinete de las maravillas, Brenner convoca en su libro a muchos de los actores que desde antiguo, cuando el norte era apenas un borrón en los cartularios, hasta hoy mismo, cuando el norte se dibuja como un abrigo (quizá el último) contra un modo de vida desquiciado y pavoroso, que conduce hacia el precipicio ecológico de un punto sin retorno, forman parte de esta historia llena de heroísmo y tragedia, de dioses y demonios, de fauna misteriosa y pueblos irredentos. Así, por “La invención del norte” desfilan los enigmáticos narvales y la melancólica extinción del alca gigante, los falsos poemas atribuidos a Ossian y la fascinación que Islandia provocó en la Europa culta de la Ilustración, la epopeya de los vikingos en la mítica Vinland y el fervor victoriano por sus hazañas, la nordificación que el nazismo procuró con vistas a potenciar el ideal ario y la belleza intolerable de los cielos noruegos, la dignidad invencible de los inuit y los cuentos de los hermanos Grimm. Literatura, antropología, geología, oceanografía, economía, medicina, política, arte. Todo sirve a Brunner de coartada para afinar y afilar su mirada, extendiendo ante nosotros la compleja, sinuosa y sin duda inacabada historia de uno de esos conceptos que, aun formando parte de nuestro imaginario sentimental e intelectual, resulta menos evidente de lo que a primera vista parece y, como todo lo humano, es gozosamente plástico (y problemático) dependiendo del punto de vista que adopte su ocasional observador.

cultura


La invención del norte

Bernd Brunner

Traducción de José Aníbal Campos

Acantilado, 272 páginas, 20 euros



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