Entre las obras finalistas al Premio Dashiell Hammett de este año se encuentra “Narcopiso”, de Francisco Gómez Escribano (Madrid, 1966), que se inició en la novela con “Círculo alquímico” (2011) y “Al otro lado” (2012). Sin embargo, fue “Yonqui” (2014) la que le abrió las puertas del género negro, donde Canillejas comenzó a ser el escenario de sus tramas y nos presentó al Botas, un muchacho huérfano de padre e inmigrante de segunda generación, que sufría el desarraigo y solo se dedicaba a callejear con sus cuatro colegas tomando prestado todo lo que podían, en un trasfondo brutal de crisis y desempleo.
Luego vendría “Lumpen” (2015), donde conocimos a Lucky, un detective privado de Canillejas, dedicado a casos de poca monta, hasta que le encargaron averiguar el paradero de un profesor desaparecido con mucho dinero y varias obras de arte. Después, con “Manguis” (2016) y “Madrid prisión” (2017), nos volvió a ofrecer otra panorámica del barrio en un viaje físico y literario por varias épocas. En “Cuando gritan los muertos” (2018) nos hablaba de un grupo de amigos que perpetraron un atraco por encargo, pero algo salió mal y todos murieron menos dos, que se dedican desde entonces a pequeños hurtos para sobrevivir. Y en “5 Jotas” (2020) convirtió en protagonista a Charli, un tipo duro con un pasado violento, pero sin futuro, que ahogaba sus penas en alcohol y cigarrillos en los antros de Canillejas.
Ahora, “Narcopiso” es narrada por El Pirri, un perdedor que ha pasado de politoxicómano inconsciente a alcohólico raso, y malgasta sus horas en el bar de Julito, un local que parece decorado por Charles Bukowski, con sus borrachos, fantasmas e historias inverosímiles flotando entre el humo de los cigarrillos, junto a pensamientos anclados en las cuatro paredes. Por el interior del garito pululan un grupo de personajes extravagantes: Carmen, una pitonisa que adivina el futuro, el pasado y el presente de cualquier parroquiano; el Perla y el Tijeras, antiguos compadres de El Pirri; a los que se suma el Araña con sobrinos y hermanos; les falta Toño, que “palmó, con la chuta colgando, los ojos vueltos y la boca llena de espuma […] y la autopsia se la hicieron las ratas en el descampado” (p. 37). Y cierra el grupo Cortecín, el bibliotecario del barrio que le lleva novelas a El Pirri para ilustrarlo. Esto le permite al autor realizar un breve análisis de obras y escritores del género, desde James Ellroy, Dennis Lehane a Henning Mankell y Jean-Claude Izzo, pasando por David Peace y George V. Higgins, del que destaca su visión de Estados Unidos en “Cogan’s Trade”, trasladada al cine como “Mátalos suavemente”: “Yo vivo en América. América no es una comunidad. En América estás solo. América no es un país. Solo es un negocio. ¡Así que paga, hijo de puta!” (p. 160).
Con esos pintorescos personajes y en ese escenario, Escribano refleja el sórdido mundo de los años ochenta del siglo pasado, donde ningún personaje es bueno, ni para la sociedad ni para sí mismo.
La acción comienza cuando los vecinos de un inmueble, hartos de la inoperancia policial, les hacen una oferta: les pagarán mucho dinero por desalojar un piso embargado por un banco y convertido en un narcopiso. A partir de ahí, Canillejas y sus alcantarillas se nos presentan por los diálogos y peripecias de esos protagonistas que no deberían existir, pero existen debido a la injusta realidad. La narración no solo es un retrato de las condiciones de vida, sino también una crítica, y, al igual que en las novelas del citado George V. Higgins, se llena de jerga suburbana con términos como “yonquilatas”, “lumis”, “dabuten”, “truja”, “chinorris”, “birra”, “flipao”, “jeró”…
De esa forma, Gómez Escribano se ha convertido en el mejor cronista de Canillejas, con sus calles, jerga y personajes imposibles para mentes biempensantes. Al final, en la novela y en la vida, el mundo sigue adelante, la gente sueña o se autodestruye, de ahí que El Pirri concluya: “La vida era una puta mierda, por mucho que el Corte Inglés, Walt Disney o aquella Julia Andrews en ‘Sonrisas y lágrimas’ se empeñasen en hacernos creer que la vida era una eterna Navidad” (p. 122).
Narcopiso
Francisco Gómez Escribano
Alrevés, 232 páginas, 20 euros
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