Por una avenida de Florencia iba el miércoles pasado Biniam Girmay acompañado por su compañero sudafricano Louis Meintjes, un escalador que nunca acaba de despertar. Llevaban un coche del Intermarché, el equipo de ambos, protegiéndolos del intenso tráfico. Era misión imposible entre un tormento de semáforos y de coches que trataban de colarse por todas partes. Ellos, los ciclistas profesionales, para dar ejemplo, respetaban el rojo, lo que otros no hacen, y se pasaban más tiempo con el pie en el suelo que pedaleando.
No podía imaginar Girmay que Italia volvería a ser la tierra de los sueños cumplidos. En 2022 se convirtió en el primer corredor de raza negra que ganaba con una victoria en el Giro una etapa de una gran vuelta. Superó nada menos que a Mathieu van der Poel, que se abrazó con él nada más cruzar la línea de meta. Del Giro al Tour, siempre en Italia, Girmay, en Turín, en un día más primaveral que veraniego, pasó a la historia para ser el primer ciclista negro que triunfaba en la ronda francesa. Nunca había ocurrido. Tampoco que un ecuatoriano, Richard Carapaz, se convirtiera en líder de la carrera. El mundo cambia y el Tour, también.
Girmay guarda un recuerdo agridulce de la victoria en el Giro porque el tapón de corcho de la botella de ‘prosecco’ se disparó antes de que el corredor la abriera para revolver el líquido y celebrar la victoria. Impactó en el ojo y tuvo que abandonar la carrera. Desde entonces, sea ‘prosecco’, champán o cava, las botellas de las celebraciones se entregan abiertas a los ciclistas.
Abierta también estaba la victoria de una etapa demasiado larga, 230 kilómetros, la más extensa de este Tour; un día en el que los corredores, que dormían mayoritariamente en Bolonia, tuvieron que madrugar y desayunar en los autocares para ir a Piacenza, atascos incluidos, a 152 kilómetros de distancia. Estaba en juego la distinción de mejor velocista, algo por lo que peleaban esprínters como Jasper Philipsen, Fernando Gaviria (segundo en la etapa), Sam Bennet o Mads Pedersen. Y, sobre todo, un mito viviente de la velocidad, Mark Cavendish, el que persigue batir los 34 triunfos de etapas de Tour de Eddy Merckx, están empatados, pero hasta ahora sólo se le ha visto rezagado y sin dar mucha seguridad a su futuro en la carrera.
Girmay, en una etapa sin ataques, un tostón previo sólo alegrado por la energía de los últimos 10 kilómetros, estaba dispuesto a pasar a la historia, por Eritrea, donde el Tour se sigue con una intensidad alocada, las 24 horas del día se repite la carrera por televisión. Y para cumplir el sueño por el que se hizo ciclista, arte que le inculcó su padre, un loco de la competición entre bicis. Ganar en el Tour, ser el tercer africano en hacerlo, aunque los otros dos eran de raza blanca.
Ocurrió en un esprint con accidentes incluidos. A 2,3 kilómetros, una caída partió el pelotón. Detrás se quedaron todos menos Carapaz que quería cruzar la meta antes que Tadej Pogacar, líder por accidente, porque no quería aún la primera posición. Si lo lograba llegaría de amarillo a los Alpes. Salir vestido del mismo color ya resultará un asunto más complicado.
Girmay movía la bici a 63,3 kilómetros por hora con el motor de las piernas. Gaviria, el esprínter colombiano del Movistar, trataba de reivindicarse para confirmar la extrañeza que produjo su alineación en la escuadra española. Poco le faltó, pero era el día del corredor eritreo.
Este martes todo cambia. Ya hace unos años que a los organizadores de Tour, Vuelta o Giro no se le caen los anillos a la hora de colocar etapas de alta montaña sin tiempo a entrar en calor por muy alta que esté la temperatura. A la cuarta etapa llega el Galibier, acompañado de Sestriere y de Montgenèvre; casi nada. Vuelve el espectáculo Pogacar-Vingegaard. De la cima del Galibier a la meta de Valloire hay 19 kilómetros en descenso. ¡Vaya día! ¡Más madera! Es el Tour.