El escritor Fernando Aramburu (San Sebastián, 1959) ha vuelto a las librerías con ‘El niño’ (Tusquets Editores), una nueva entrega de su serie ‘Gentes vascas’. La novela se basa en la explosión ocurrida en 1980 en un colegio del pueblo vizcaíno de Ortuella, donde fallecieron medio centenar de niños de cinco y seis años.
Recupera en ‘El niño’ una tragedia que sacudió el pueblo de Ortuella en 1980. ¿Por qué?
Me pilló con 21 años. Recuerdo cómo me enteré de la noticia y cuánto me impactó, no solo a mí, sino a toda España. Quizá esto ya fue una primera razón para que se quedara muy grabado en mi memoria. Más tarde, una vez establecido en Alemania, fui maestro de niños de la edad de los que fallecieron en Ortuella, lo que a veces me hacía presente esta tragedia. Y, por último, estoy empeñado en la escritura de una serie de novelas cortas, llamada «Gentes vascas», historias acerca de ciudadanos normales y corrientes, vecinos comunes de mi tierra natal y de una época que yo conocí. Fue cuestión de tiempo y de encontrar el tono. Me di cuenta de que había una tragedia en forma literaria.
‘El niño’ es, de hecho, la cuarta entrega de esta serie. ¿Lo más literario está en la gente corriente?
Es que es la única que merece mi atención literaria. Yo solamente escribo sobre vecinos, gente común y corriente. En cierto modo, sigo la recomendación de Albert Camus, que también prestaba atención literaria a los que reciben o sufren la Historia con mayúsculas, no a los que la protagonizan o la llevan a cabo.
¿Cómo han recibido la novela en Ortuella?
Estos días me han llegado las primeras impresiones de ciudadanos de Ortuella y han sido muy positivas. Han comprendido que el libro tiene un claro ingrediente de homenaje. En la novela se describen las distintas estrategias de los miembros de una familia que ha perdido un niño, estrategias a la hora de afrontar la desgracia y buscar quizá consuelo, alivio. Para no sucumbir a la depresión, tal vez. En realidad esa es la columna vertebral de mi novela.
“Es muy humano ignorar, omitir o negar los problemas”
El caso del abuelo es el más llamativo, pues hace como si el nieto aún estuviera vivo. ¿Locura o mecanismo de defensa?
El abuelo decide que su nieto no ha muerto y organiza toda su vida diaria conforme a esta convicción. Si padece un trastorno o ha establecido de una manera deliberada esta estrategia de autoprotección no queda claro, cada lector decidirá por su cuenta. Es muy humano ignorar, omitir o negar los problemas.
La muerte está muy presente en el libro.
La muerte es un tema bastante habitual en mi literatura. A la hora de encontrar sentido a la vida, la muerte es algo que a mí, como a tantos otros, me ocupa y me preocupa. El fin también es relevante a la hora de buscar sentido a la vida.
Tratar la muerte con elegancia es complicado, usted lo consigue en sus novelas. ¿El sentido del humor ayuda a mantener el tipo en temas más delicados?
El sentido del humor puede actuar de antídoto, no frente a la muerte, sino ante algunos riesgos que se pueden correr cuando uno trata de tragedias. El humor, unas notas sabiamente dosificadas, puede servir para rebajar un exceso de sentimentalismo o para no caer lo macabro.
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