Antes del celebrado novelista autor de Patria que todo el mundo conoce, y de firmar también libros de cuentos, ensayos y traducciones, Fernando Aramburu fue poeta. Un joven vate de melena rizada, espíritu libertario y afición por el surrealismo que pertenecía a uno de esos grupos, entre la cultura y el activismo, que florecieron en la Transición, y que en su caso se llamaba CLOC. Los miembros de CLOC (el acrónimo, si es que lo es, no se ha explicado) querían, según el autor, “sacar la literatura del escritorio y llevarla a la calle”, y así un día emitían una radionovela desde Radio Popular en San Sebastián, otro lanzaban octavillas con esquelas durante una campaña electoral y otro quedaban segundos en un concurso literario gracias a unos versos ajenos, nada menos que de Neruda. Poco que ver con el Aramburu de rictus serio y actitud profesoral al que nos hemos acostumbrado, por mucho que el humor y cierta provocación hayan seguido presentes en algunas de sus obras.
Los poemas que escribía por entonces, a partir de 1977, y que siguió publicando en pequeñas editoriales de provincias hasta los primeros dosmiles, se han reunido ahora en Sinfonía corporal, un volumen antológico que ya forma parte de la respetada colección de poesía que publica Tusquets, Nuevos textos sagrados. “Esta faceta a la que dediqué años, intensidad y muchas horas sigue siendo desconocida frente a mi faceta como narrador”, decía este lunes por la mañana, durante la presentación del libro en Madrid, el escritor donostiarra, que también admitía que, en su caso, “la poesía es vocación, mientras que la novela es trabajo que requiere una serie de habilidades y conocimientos”.
Tanto el editor de Tusquets, Juan Cerezo, como el escritor explicaron que la idea de publicar este libro no surgió de ellos, sino de otro poeta, Francisco Javier Irazoki, al que une una vieja amistad con Aramburu. “Este libro es un sueño de Irazoki, que quería ver mi poesía publicada en esta colección de Tusquets”, contó el autor de Patria. “Sin decirme nada, se dedicó a trascribir mis poemas a ordenador, porque no existían en versión Word, solo estaban en papel. Pero mi amigo no solo los transcribió, sino que también, con un enorme amor por mis versos, encontró la ilustración de portada, escribió el epílogo y corrigió pruebas, las recorrigió… No conozco mejor antídoto contra las erratas que él”, bromeó. Irazoki, continuó, “se ocupó de todo con el deseo no solo de hacerme feliz a mí, sino de hacer felices a los posibles lectores”.
Hasta el título, que se corresponde con el de uno de los títulos contenidos en este volumen, el que recogía su obra en verso escrita entre 1981 y 1983, lo sugirió el poeta navarro, y según Aramburu expresa bien el tono y la intención del libro. “La sinfonía es la búsqueda de un estilo, más o menos musical, que tenga en cuenta las propiedades poéticas de la lengua. Y lo corporal, porque mi poesía es esencialmente física: en ella se habla a menudo del amor físico, el erotismo, y también de la parte contraria, el derrumbe corporal, la decrepitud, la muerte….”. En este libro “estoy yo entero y verdadero”, sentenció Aramburu, “mientras que en una novela puede ser que haya escrito sobre asuntos de mi interés, pero sin dejarme allí mi pequeña, humilde verdad personal. Aquí no, aquí estoy yo. Y de hecho, tuve algún temor a avergonzarme al rescatar textos antiguos. Pero no ha sido el caso”.
Prosista vs. poeta
Sobre la diferencia entre su pasado poeta y su presente fundamentalmente novelista, el autor dijo que “no se sale incólume de la circunstancia de haber sido poeta. Yo tuve que dedicar un año a despoetizarme”. A soltarse para escapar de la tiranía de las rimas, las metáforas y el cuidado obsesivo de la palabra. Pero, a pesar de ese proceso, reconoce que “en realidad, no he dejado nunca la poesía. Gracias a esos años de dedicación desarrollé una sensibilidad poética que me permite encontrarla allá donde se da. Por ejemplo, en la obra de otros. He seguido leyendo asiduamente poesía, y de hecho es lo último que hago cada día: leer dos o tres poemas de un autor antiguo o actual”. Es, dice, su dosis diaria “de armonía, de belleza, de densidad de pensamiento”. Una pulsión que él define como una necesidad básica del ser humano, y que, de sus títulos, está presente de forma muy evidente en el que siguió a Patria, Autorretrato sin mí, un libro de ‘prosa poética’ que “contiene más poesía de lo que he reconocido, aunque lo que no contiene son versos”.
Respecto a volver a publicar algún libro de este género, sin matices, Aramburu dijo que cree que lo hará, aunque dentro de bastante. “Si nada se tuerce y logro sobrevivir una o dos décadas, me complacería mucho que mi última palabra escrita fuera poética”. Podría ser un último proyecto “que no tendría que ver publicado en vida”.
Cerezo celebró que el autor que más alegrías le ha dado a su editorial en tiempos recientes decidiese en un momento de su vida pasarse a la prosa, aunque “podría haber sido perfectamente un poeta con un estupendo futuro. Los libros demuestran que estaba lleno de talento y que había composiciones prodigiosas ya desde los 18 años”. Esos libros publicados en su juventud, añadió el editor, “iluminan, aclaran y dialogan fantásticamente con sus temas de siempre, con los temas que los lectores de sus novelas y de sus cuentos reconocen en él: una preocupación por el entorno social y por el momento que vivió su País Vasco, pero también cosas como la relación con el padre, con la madre, los momentos de plenitud teñidos de melancolía, el tono de muchos de los poemas, muy otoñales y muy lluviosos… Y luego esa cosa maravillosa que es el amor, y su celebración con versos muy bonitos”.
Preguntado por cuestiones más actuales que le tocan a él personalmente o al devenir del mundo actual, Aramburu ha mostrado su preocupación por la marcha de Europa, que después de décadas de prosperidad y bienestar se enfrenta ahora a peligros concretos. “No hay más que ver los telediarios para darse cuenta de que estamos rodeados de incendios”, dijo. Ha aclarado su posición en la polémica en torno al documental sobre Josu Ternera, insistiendo en que él no se ha opuesto a que este exista o se pueda ver, sino a que se presentase “en un evento de nivel internacional sin anteponerle una base moral”. Y, respecto a la última adaptación al cine de uno de sus libros, Ávidas pretensiones, convertido por el director Jaime Chávarri en la película La manzana de oro, ha sido tajante: “se han hecho otras mejores”.