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Explorando Granada desde las alturas: un viaje visual por sus miradores emblemáticos


No cabe duda de que uno de los alicientes de Granada son sus excepcionales vistas. No sólo a la Alhambra, que es el principal imán de la ciudad, sino a un buen número de rincones diseminados aquí y allá. Desde el Albaicín, obviamente, no se puede ver el Albaicín, pero sí unos atardeceres de ensueño, tanto mirando al monumento nazarí como en la dirección opuesta. Desde el Realejo, por lo mismo, no se puede ver el Realejo, pero sí toda la Vega y parte de Sierra Nevada, que son otros puntos dignos de admiración.

O sea, que se mire por donde se mire, Granada merece la pena. Para el caso bastaría con pararse en cualquier esquina y echar la foto de rigor, pero Granada cuenta con una serie de miradores más o menos oficiales que son los que congregan a más viajeros. El que sigue es un recorrido por algunos muy conocidos y otros que no lo son tanto:

San Nicolás


La postal granadina por excelencia, tomada desde San Nicolás


adobe / Stephen

El más concurrido, con diferencia. Junto a la iglesia del mismo nombre, en el barrio del Albaicín, es una explanada que se corta de manera abrupta. Asomándose al filo está, justo enfrente, la Alhambra. Y detrás, un poco a su derecha, Sierra Nevada. Cuando está blanca, el conjunto es, si no el emblema de la ciudad, por lo menos sí el punto más fotografiado, la postal por antonomasia.

Está siempre muy concurrido, y siempre quiere decir que a las ocho de la mañana ya hay gente por allí. Conocedores de esa circunstancia, en el mirador se juntan músicos callejeros -algunos de indudable talento, ojo- y vendedores de artesanía y objetos diversos.

La iglesia, que ha sido objeto de un proceso de restauración interesante, no es de las más completas de Granada pero se puede subir hasta su torre y ver el panorama desde un poco más arriba. Y a dos pasos se ubica uno de los mejores bares del barrio, el Kiki. Se tapea bien y se bebe buen vino allí.

San Cristóbal


A la derecha, la milenaria muralla zirí, desde el mirador de San Cristóbal


agencia albaicín

El alternativo. El segundo premio. La medalla de plata. No tan visitado como el de San Nicolás pero aun así, que tampoco espere nadie encontrarlo vacío. Ofrece también vistas de la Alhambra y Sierra Nevada pero desde otra perspectiva. También está al lado de una iglesia, la de San Cristóbal, pero ésta no se puede visitar.

La postal, en este caso, no es tan atractiva, pero desde el mirador se puede ver buena parte del Albaicín y contemplar su característica arquitectura, así como apreciar un trozo de la muralla zirí, que tiene mil años de antigüedad.

No tiene nada de malo, sino más bien todo lo contrario, ver los dos miradores citados de un tirón. De hecho, es una magnífica idea hacer una primera parada en San Nicolás, recorrer el Albaicín -cuesta arriba, eso sí- y acabar en San Cristóbal para disfrutar de una nueva ración de vistas que, en este caso, también abarcan buena parte del centro de la ciudad. No es que desde el otro mirador no se vean, pero desde San Cristóbal la imagen es más nítida.

Carril de La Lona


Vista desde el Carril de la Lona, junto a la Plaza de San Miguel, en el Albaicín


abc

Dicen que, cuando Bill Clinton visitó Granada en 1997, se equivocó. Aseguró que muchos años antes, cuando era estudiante, estuvo en la ciudad y en San Nicolás vio el mejor atardecer de su vida. Parece ser que después, en privado, se retractó y reconoció que se estaba refiriendo al Carril de la Lona.

Desde allí no se ve la Alhambra, ni tampoco el Albaicín. Esto último, más que nada, porque está situado allí. Pero sí elementos también reconocibles de Granada como Puerta Elvira, el llamado bajo Albaicín, que limita con zonas urbanas más modernas como la Gran Vía de Colón o el bulevar de la Constitución.

Lo interesante es que es precisamente por esa zona por donde se pone el sol, así que los atardeceres son más largos y se pueden disfrutar más tiempo. O sea, que hay menos historia antigua y más reciente, y también se disfruta de la Vega, de la que antaño se hablaba anteponiendo el adjetivo «fértil» y ahora es más adecuado utilizar «menguante».

La Churra


Panorama desde La Churra, justo debajo de la Alhambra


ideal

Desde el mirador de La Churra es imposible ver la Alhambra por una razón muy sencilla: está justo debajo. Lo que sí se puede apreciar desde allí con absoluta claridad, como si se dijera en primer plano, es el Albaicín. Y abajo discurre el río Darro junto al mal llamado Paseo de los Tristes, que en realidad estaba más al fondo y que recibe ese nombre porque era el antiguo camino del cementerio.

El mirador que recibe este curioso nombre, que por supuesto da lugar a muchas bromas, está un poco escondido y el neófito a veces tarda en encontrarlo. Desde la Cuesta de Gomérez, según se sube, parten hacia la izquierda algunas callejuelas muy estrechas. Las que están en la zona más alta de la cuesta, las más próximas a la entrada al bosque de la Alhambra, conducen a La Churra.

Es un barrio habitado, y por cierto sus moradores están bastante castigados no sólo por el trasiego casi continuo de turistas sino, sobre todo, porque hay algunos que, tanto en el mirador como las inmediaciones, se lo toman como lugar para reunirse y tomar unas cervezas -sin que exista un bar para ello, en plena calle- y de paso para hablar más fuerte de la cuenta, orinar y, eventualmente, vomitar.

Así que, para quienes quieran conocer La Churra, un consejo: respeto máximo a quienes llevan viviendo allí un montón de tiempo, que tienen tanto derecho como el que más a sentirse tranquilos y a disfrutar de un rincón mágico. Y una vez en el mirador, al final del recorrido, cuando no se puede avanzar más, pues lo suyo es descansar, observarlo todo muy bien y tener presente que, un poco más arriba, está la joya de la corona.

Silla del Moro


La Alhambra y Granada a sus pies, desde las inmediaciones de la Silla del Moro


g. ortega

Hemos quedado en que desde algunos miradores pueden verse algunas cosas de Granada pero otras no. Ahora bien: ¿y si nos vamos más arriba? Pues, en ese caso, descubriremos una vista no ya parcial de la ciudad, sino total. La Alhambra, vista desde todo lo alto, es un espectáculo inolvidable.

Las opciones, ahí, son varias. Vale llegar hasta la ermita de San Miguel Alto, accesible en coche y a tiro de piedra de algunas casas-cueva que todavía resisten en la zona más alta del Albaicín, algunas con licencia y otras un poco en plan de aquella manera.

Pero más tranquila es la alternativa de subir a la llamada Silla del Moro, una fortificación situada más arriba del Generalife a la que no se puede acceder en vehículo. Lo más arriba que se puede dejar éste es en el aparcamiento del cementerio, más arriba de la Alhambra. A partir de ahí, toca caminar. Pero es un paseo de lo más agradable.

Tanto en el trayecto como en el destino final, la sensación es de tranquilidad y sosiego, algo que se agradece en una ciudad bulliciosa como Granada. La Alhambra queda abajo, un poco de lado, ofreciendo una perspectiva poco habitual pero que permite percibir su distribución interna. Y por supuesto también se divisa el resto de la ciudad, a menudo eclipsada pero que conserva un pasado renacentista y barroco de grandísima categoría.

El banco del Sacromonte


El famoso banco de la plaza Mario Maya, en el Sacromonte


g. ortega

El Sacromonte es otro lugar emblemático. La cuna de la zambra flamenca, el barrio de los gitanos, el de las casas-cueva… y el de unas vistas formidables tanto a la Alhambra como a la zona boscosa que la circunda y que se adentra por el valle del Darro. Allí, casi cualquier sitio es bueno para alzar la mirada y disfrutar.

Pero un sitio excelente para eso es el que fue nombrado «el mejor banco del mundo», aunque cuando trascendió esa denominación no tardaron en surgir voces desde otros puntos -por ejemplo desde Galicia– asegurando que de eso nada, que los había mejores.

Está en la plazoleta dedicada a Mario Maya, un artista célebre del barrio, y es un gustazo sentarse al sol de invierno a descansar un rato y dejar el tiempo pasar. No hay ruidos, no hay trasiego, no hay nada que turbe el placer de contemplar un paisaje de una belleza a la que ni siquiera los más viejos del lugar se han terminado de acostumbrar.

Placeta del Sol


El lavadero de la Puerta del Sol, una parada imprescindible en el Realejo


g. ortega

Hay muchos más, pero el recorrido habrá que terminarlo en alguna parte o este artículo se haría eterno. Un sitio excelente es el lavadero de la Puerta del Sol -sí, como la famosísima de Madrid– que en la práctica aquí han transformado en Placeta del Sol.

Era un lugar donde las mujeres –el feminismo aún estaba por llegar y esas tareas las hacían únicamente ellas- se juntaban para hacer la colada en el siglo XIX y en la primera mitad del XX, antes de la llegada de las lavadoras.

Allí no sólo se iba a lavar. Como en los antiguos baños romanos, era un sitio ideal para iniciar conversaciones, para montar tertulias y para contar las cosas del barrio del Realejo, uno de los más históricos de una ya de por sí histórica ciudad.

Fue el arrabal de los judíos en tiempos de los nazaríes, se llenó de conventos e iglesias cuando Granada pasó a estar bajo el dominio de los cristianos y ahora, pese a que le sobra tráfico, sigue manteniendo su esencia, hay gente que lleva generaciones viviendo allí y se respira un aroma de barrio.

El lavadero acaba de ser restaurado y sentarse allí es una gozada. La vista es impresionante tanto si se mira al frente, con la vega en todo su esplendor, como si se tuerce el cuello a la izquierda y se contemplan, al menos en invierno, las cumbres blancas de Sierra Nevada.



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