Hace un año de que el lanzamiento promocional de ChatGPT situó a la inteligencia artificial en el elenco de jinetes del apocalipsis que pueden acabar con el mundo tal y como lo conocemos. En un lugar secundario respecto al cambio climático pero a la altura de otros sospechosos habituales como la caída de un meteorito o una erupción solar que fría todos los circuitos de que dependen nuestro día a día. La sombra de la IA aparece y reaparece bajo diversas formas en la narrativa de ciencia ficción. Y de eso se ha hablado en algunas de las citas del Festival 42 de géneros fantásticos que se ha desarrollado en Barcelona. Aunque entre la tecnofilia y la tecnofobia, parece que en el género gana lo primero.
El concepto de la IA ha aparecido en la ciencia ficción bajo diversas formas. “Una mezcla absoluta donde se confunden robots, androides, cíborgs e inteligencias artificiales”, apunta Manuel Moreno, profesor de la UPC y autor de ensayos sobre la presencia de la ciencia en la ciencia ficción. Y demostrando, añade la escritora Lola Robles, que la capacidad de anticipación de la ficción es bastante falible. En muchos casos se la ha dibujado en forma de amenaza para la humanidad.
El tópico del peligro de la rebelión de las máquinas ha acompañado el desarrollo tecnológico de la humanidad. Con las precauciones a tomar ante los robots (Asimov) o su persecución como minoría oprimida (los replicantes de ‘Blade Runner’), las inteligencias artificiales con ideas propias (HAL de Arthur C. Clark), los superordenadores o las IA que van a lo suyo (‘La guía del autoestopista galáctico’, las crónicas de Murderbot de Martha Welles)… Creeríamos que los renovados miedos tras ChatGPT (y que este fuese un tema en discusión en la comunidad científica mucho antes) quizá esté convirtiendo a la IA en el nuevo villano de la ciencia ficción, al estilo de ‘Matrix’. Pero no acaba de ser así. Sí que parece que los tópicos de IA individuales, que no hacen más que replicar la mente de un humano en un soporte artificial (o copiarla y transmitirla, como truco argumental para hablar en realidad sobre la longevidad) va pasando a unas IA como red ubicua, más abstracta… y reales.
Escepticismo
Algo de la IA como neovillano hay en la trilogía iniciada con ‘L’extern’, de Ada Hoffmann, con unas IA que han vencido a la humanidad y la han convencido de que las adoren como dioses. Pero también hay quien hace justo lo contrario, aunque no lo parezca de entrada, como en la reciente película ‘The Creator’, de John David Washington. Ann Leckie, multipremiada por su trilogía en la que la IA de una nave espacial va migrando de soporte, es más escéptica. “ChatGPT no es IA, la llaman así todo el tiempo, es una ilusión pero no lo es -recuerda-. Escribimos como si fuera una amenaza existencial para la humanidad , la gente tiene miedo de ello, asumimos que la IA nos va a sustituir a todos, que vamos a ser esclavos, que se va a levantar y que nos va a matar a todos. Pero estamos en el mundo real. Y lo importante es reflexionar, teniendo en cuenta que nos acercamos a la IA artificial de verdad, de cómo lo tratamos y de qué somos”.
Ada Hoffmann tiene credenciales extra para hablar del tema. Además abordar el tema en la ficción, enseña ciencias computacionales y se doctoró con una tesis sobre la posibilidad de que las IA generen poesía. Nos tranquiliza. En parte. “Aunque he escrito de ello en mis libros, realmente no pienso que sea muy probable que en el mundo real la Inteligencia Artificial se convierta en una superinteligencia. Las empresas de tecnología nos dicen que tenemos que tener miedo y cuidado porque su tecnología se volverá superinteligente… Pero si vemos cómo funciona, lo único que se le da bien es replicar los patrones que ve en las formas en que las palabras van juntas. No tiene lo que llamamos ‘simple grounding’, la capacidad de conectar lo que dicen las palabras con la experiencia física o sensorial o entender realmente qué significan. Las tecnológicas están exagerando deliberadamente, pidiendo atención, porque eso les da más dinero, les ayuda a atraer inversiones de gente que se crea realmente que con esa tecnología se apoderarán del mundo. Pero no es así”.
Pedagogía
M. J. Bausà ha escrito la novela juvenil ‘El sueño de Mía’ (Destino), con adolescentes que se mueven directamente dentro de una IA, junto con la especialista en inteligencias artificiales Marta R. Costa-Jussà. En su caso tiene claro que “el villano es el humano” y apuesta por la educación (y en el caso de su libro, por la divulgación) como antídoto: “Cualquier cosa que no entendamos y veamos como magia la percibiremos como un peligro. La mezcla de tecnología avanzada e ignorancia es un peligro”. Con todo, entiende los miedos (Arthur C. Clarke, recuerda, ya hablaba de lo deprimente que sería un futuro en el que los humanos no sean los más inteligentes) y coincide en que ante una “tecnología que puede ser utilizada para servir o para esclavizar” la ficción tiene como reto aportar ideas en el debate de “redefinir qué somos y qué es la máquina”.
Tannia R. Tamayo, química y economista, acaba de publicar ‘El peso del humo’, una novela en la que la población de un planeta en un futuro y un tiempo lejanos deja todas sus preocupaciones mundanas “en manos de una compasiva y benevolente inteligencia artificial, H; pero eso -precisa- tiene un precio”. En su caso ha tenido tiempo de considerar antes de la publicación del libro el impacto de ChatGPT, “la espoleta que ha cambiado el debate que hasta entonces se desarrollaba en círculos académicos”. Por un lado, advierte de que esta herramienta es mucho más eficaz de lo que se suele decir, aunque aún estamos en el nivel de las “IA débiles, máquinas que saben hacer una cosa pero nada más, no la aplican a otro ámbito”. Con todo, advierte que estamos en un “momento de despegue” y que “el advenimiento de una superinteligencia no es imposible, puede que dentro de 10 años, o de 50”. Es decir, que llegue el día en que “el algoritmo aprenda a aplicar en un ámbito lo que aprende en otro, alcanzar la línea base de la inteligencia de la humanidad, superar el test de Turing”. “En cuestión de poco tiempo, de pocos años, llegaremos a esta singularidad tecnológica en que los pesimistas ven el fin de la humanidad”, sostiene Moreno.
“Los de la ciencia ficción somos los buenos, es mejor que propongamos ideas de qué hacer entonces, porque los malos ya están en ello”, medio bromea Tannia R. Tamayo. Qué está en manos de quién es clave. Y el profesor de la UPC recuerda que la IA está en manos de la iniciativa privada, que los gobiernos no pueden sostener las inversiones necesarias para investigar en ella y los expertos en el tema migran de las universidades y centros de investigación público al sector privado. Mientras esto sucede, sostiene, la ciencia ficción tiene una función: “Es capaz de plantear preguntas que la ciencia no es capaz de responder y dar alternativas, muchas de las cuales nunca serán realidad”. Pero algunas, sí.
¿Cómo está empezando a replantear la ciencia ficción la figura de la IA? “No creo que haya una tendencia singular -responde Hoffmann-. Está bien explorar muchas ideas. En los próximos años lo que espero es una ficción más comprometida en explicar cómo nos afecta a los valores humanos en el presente y cómo eso podrá extrapolarse en el futuro. Hay algunos problemas realmente interesantes en la ética de la IA tal como existe hoy en día: cómo absorbe datos sesgados, o qué pasará con las personas cuyos trabajos se automatizan. Aquí habrá mucha ficción en los próximos años”.
Lola Robles se sitúa entre los tecnofílicos. Recuerda hasta qué punto pueden ayudar algunos avances a personas como ella, con una importante discapacidad visual. “Podemos ser más optimistas. Creo que debemos recordar que las IA son creadas y que en el fondo tienen los mismos sentimientos y prejuicios que sus creadores”, añade en su charla con Ann Leckie la escritora de ciencia ficción estadounidense Cat Rambo. Sí, pero bueno, quizás ese es el problema.