París, 1970. Una comitiva despide en el cementerio de Villiers-Adam, al norte de París, a un viejo republicano valenciano. Ha muerto José Ballester Gozalvo. Ha muerto de enfermedad y de melancolía. El futuro presidente francés François Mitterrand ha enviado un telegrama de condolencias. Junto a su esposa Tereseta, su inseparable Teresa Molins, los sobrinos Rafa y Vicente. Son el último vínculo con el Cabanyal en el que nació. Pepe viaja ligero de equipaje, envuelto en la senyera y la tricolor de la República. Son las dos banderas que le han acompañado en su destierro. Y un puñado de arena. Un grapat de terra del Cabanyal traída expresamente. La tierra a la que había prometido regresar solo cuando recuperara la libertad.
San Miguel de los Reyes, 2008. Falta un año para el centenario del Levante UD, un club cautivo y desarmado por su propia incompetencia, agonizante y al borde de la desaparición. Dos investigadores comienzan a rastrear diarios antiguos en la Biblioteca Valenciana para darle al club la gran historia que no tiene. En el ejemplar de ‘El Pueblo’ del 7 de septiembre de 1909 se aparece un fantasma. «La sociedad Levante Foot-ball Club ha sido legalmente constituida. Presidente. D. José Ballester». Es la primera resurrección del fundador del primitivo Levante del Cabanyal. La emoción deja paso al desconcierto. Dos bombas en una frase. La primera: el club es más antiguo de lo que se cree. La segunda: hay un protagonista inesperado. ¿José Ballester? Apenas alguna referencia en internet. Un político de izquierda. Un pedagogo avanzado. Primer alcalde republicano de Toledo en 1931. Y poco más. Marginado como tantos que perdieron la guerra. Ni rastro de su vínculo con el Levante. Invisibilizado en la escasa historiografía del club durante un siglo. ¿Quién es José Ballester Gozalvo?
El Cabanyal, 1909. José Ballester Gozalvo todavía es Pepet, uno de los 13 hijos de don Vicent Ballester Fandos, el mestre Vicentico, una institución en el Poble Nou de la Mar. A sus 16 años, José ya es un hombre, el cabecilla de los locos del foot-ball, el capitán de sus compañeros de escuela y los que merodean por la Platgeta, espacio mítico del primer fútbol en Valencia. Son muchos años viendo a los marineros ingleses. Son muchos partidos entre los compañeros y contra otros jóvenes de la ciudad. Desde 1903, al menos, ya se juega a foot-ball en València. Desde 1908, que se sepa, el Levante ya existe. Pero todavía es un club informal. El fútbol es casi clandestino. Por eso, un día de septiembre de 1909 se marcha al Gobierno Civil con los estatutos que ha redactado y estampa su firma. Junto a otros, ese Llevant FC dará origen al fútbol en València. Constituirán la primera federación. Se presentarán en sociedad con los primeros partidos públicos en la Exposición Regional de 1909 y celebrarán los primeros campeonatos. Sin José Ballester, sin su hermano Víctor, sin la escuela de su familia, el retrato del nacimiento del fútbol en Valencia está incompleto.
Exilio, 1939. Pepet ya no es Pepet. Ahora es un hombre sin patria. El Cabanyal queda muy lejos y viaja cargado de recuerdos. Han pasado muchas cosas. Aquel joven enfermo de foot-ball se hizo mayor. Se ha licenciado en Magisterio y doctorado en Derecho. Ha impartido clases en Soria, Segovia y Toledo mientras escribía seis obras sobre su gran pasión, la pedagogía. En Toledo dejará huella. Será catedrático de las Escuelas Normales -donde se formaban los maestros-, y uno de los puntales del movimiento de renovación pedagógica «Escuela nueva», desde «donde defendía con pasión que la educación no debía ser un privilegio, ni un mecanismo de segregación», sino permitir «el éxito y la continuidad en los estudios de los más capaces, sin distinción de procedencia social». Eso nos lo contará, más tarde, José Ignacio Cruz Orozco, profesor de Historia de la Educación de la UV y quien más ha estudiado su faceta pedagógica.
Además de maestro, el letrado Ballester defiende a los desheredados en juicios en Toledo. Y también ha saltado a la política. Es un referente del republicanismo de izquierdas, destacado miembro de Izquierda Republicana. Eso nos lo contará, más tarde, el profesor de la UV, Francisco Martínez Gallego, quien mejor conoce su dimensión política. Por eso se convierte en el primer alcalde democrático de Toledo tras las elecciones de abril del 31; diputado en las Cortes Constituyentes y director general de Enseñanza tras la victoria del Frente Popular. Por ese mismo compromiso se implicará en la guerra, lo que le costará la condena en rebeldía de 30 años de prisión por el Tribunal Especial de Represión de la Masonería y el Comunismo. Pero ahora es 1939, y José Ballester Gozalvo emprende un exilio sin retorno. Aunque aún no lo sabe.
París, 1959. El Cabanyal y el Levante son el territorio de la infancia. El paraíso perdido para un hombre roto de nostalgia. Se abre en canal con En el destierro, un poemario editado en 1945 en el que escribe con lágrimas de sangre por el dolor causado a su madre; por el resentimiento ante las injusticias –su hermano Víctor fue brutalmente represaliado– y por la furia incontenible contra un dictador al que quema todos los años en una falla de papel hecha por él mismo el 19 de marzo.
Pero en la trinchera no caben los recuerdos y ahora tiene cosas más importantes entre manos. Es un miembro activo del exilio español en París. Da conferencias en La Sorbona, organiza homenajes a personalidades como Azaña, asiste a cumbres de la ONU en Nueva York como presidente de la Liga española de los Derechos Humanos y forma parte del Gobierno de la República en el exilio. Es diciembre de 1959 y Eisenhower está a punto de legitimar al dictador ante la escena internacional. El presidente de EE UU prepara un viaje a España. A la España aislada. Ballester se sienta. Y escribe con furia al hombre más poderoso del mundo: «Los españoles viven como galeotes. Y la primera mano que usted estrechará cuando aterrice sobre suelo español será la de su tirano, que dejará caer momentáneamente, para que no pueda verlo, el látigo que usa para azotarlos […]. ¡No vaya a España! No contribuya a hacer el calvario de los españoles más amargo».
Orriols, 2024. Ballester ya no existe, pero ya no es un fantasma. Aunque hayan pasado 54 años de su muerte. Aunque esté enterrado a 1.412 kilómetros. Aunque dejara este mundo sin hijos. Ahora es el fundador rescatado del Levante. Ahora es un dirigente republicano rehabilitado. Se ha dado a conocer su historia. Se ha reeditado el poemario de 1945. Se ha puesto su nombre a una calle del Cabanyal. Es la segunda resurrección. Un puñado de levantinistas lleva años trabajando. Incluso un granota afincado en Perpinyà, Patrice Redondo, ha conseguido situar el punto exacto de la tumba. Pero el viaje está incompleto. Falta cerrar el círculo. Dos profesores del IES J. Ballester Gozalvo, Paco Santamans e Irene Alcolea, acuden al club. Hay que cumplir la última voluntad de José Ballester Gozalvo y regresar a casa. Y el club se pone a ello, desde hace semanas, contactando con las autoridades y los familiares para iniciar los trámites. Solo falta uno, porque para el Levante siempre hay un más-difícil-todavía: falta localizar a familiares de Teresa Molins, la esposa de Ballester, para el vist i plau. Ese es el objetivo anunciado por el Levante UD esta semana. Entonces emprenderán el último viaje.