“¡Vamos, Perico!”. Era una época en la que no existían los pinganillos que desde hace unos cuantos años llevan los ciclistas y donde los directores les van dictando la ruta, como si fuesen los copilotos de un rallye, hasta decirles cuándo han de atacar o mostrarse cautos. Perico era más decidido. Él maniobraba con libertad en unos tiempos en los que los corredores se movían más por sensaciones que por automatismo. Eran más libres, más locos quizás, aunque Tadej Pogacar, por mucho auricular que lleve en la oreja, al final ataca dónde y cómo le da la gana.
¡Ay La Bonette! ¡Qué majo es el puerto! 1993. Pedro Delgado ha saltado para abrir el terreno a Miguel Induráin. Es una locura de subida, es el techo del Tour, es la cima principal que este viernes corona la etapa reina de la ronda francesa, la cumbre de don Federico, que nos dejó hace un año para no poder llamarlo o conversar con él recordando sus ataques, convencido -y no le faltaba razón- que nunca había habido un escalador tan grande como él.
Robert Millar
La Bonette es la cima en la que Perico transita en 1993 en compañía de Robert Millar, hoy Philippa York, enviada especial hasta el año pasado en el Tour de Francia, compañera de la sala de prensa. Es una pasada, la belleza convertida en montaña, la cumbre descubierta unas semanas antes del paso de Delgado, cuando el viaje de regreso desde el segundo Giro victorioso de Induráin, de Milán a Barcelona, reclamaba un desvío con el coche para ascender, descubrir La Bonette y de paso enviarle los datos a José Miguel Echávarri, director de Miguel, que si bien conocía la montaña, cualquier referencia nueva le venía de perlas.
Porque La Bonette, antes de que la descubriera Perico, incluso Bahamontes, el primero que la coronó en la historia del Tour, era el monte de las marmotas, las que este viernes se esconderán en las madrigueras, temerosas del tremendo ruido de la caravana publicitaria, de las bocinas que el resto del año están prohibidas. Las señales de tráfico indican que no hay que hacer ruido para respetar el día a día de tan fantásticos roedores. Pero cuando llega el Tour, los animales que son más listos de lo que uno se pueda imaginar, buscan el cobijo en lugares donde saben que los humanos nunca llegarán. El hombre o la mujer que se dediquen a animar a los ciclistas, que el Tour sólo viene muy de vez en cuando, hasta el punto de que las marmotas de 2024 son fruto de generaciones que han ido pasando desde que Millar coronó en primera posición con Delgado siguiendo su estela en una ascensión memorable.
Tony Rominger
Han tenido que pasar 31 años para que los que protagonizaron aquella ascensión ya hayan superado los 60 y para que recuerden con satisfacción una etapa que le sirvió a Induráin para dos cosas; la principal, comprobar que Tony Rominger, el rival de aquel entonces, no le iba a quitar el Tour y la segunda que el hambre voraz de su contrincante suizo no le permitiría ganar la primera etapa de montaña vestido de amarillo, tal como quería hacer en la cima de Isola 2.000, donde al igual que este viernes finalizaba la gran etapa alpina de 1993, por la misma carrera y con las marmotas aisladas de la jauría humana.
Perico ascendía por la cima con las mismas piernas que lo llevaron a ganar el Tour cinco años antes pero ya con un rol distinto, como el ciclista que llevaba el timón para que Induráin se sintiese más cómodo en la que iba a ser la tercera de las cinco victorias que consiguió en los Campos Elíseos de París.
El Tour es como un libro abierto cargado de mil historias, por mil carreteras, por lugares donde han pasado las bicis conducidas por los más famosos ciclistas, cada uno protagonista de un cuento memorable, a veces disfrutando y otras sufriendo. En La Bonette cualquiera de las dos sensaciones se vivirá a 2.800 metros de altitud; una pasada, con el aire puro, tan puro que a los pulmones les cuesta más respirar… en la cima de Perico.
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