Hace un tiempo me invitaron a una charla sobre la crítica musical que la Universitat Jaume I, de Castelló, celebró en Benicàssim (sede de aquel festival antaño tan audaz) y un joven asistente me reprochó que la prensa usaba un lenguaje intrincado, repleto de anglicismos y de términos para iniciados, y que eso echaba atrás a cualquiera. Le respondí que algo de razón tenía, aunque le hice saber que eso, a mí, en su día, cuando tenía 14 años, en lugar de expulsarme de las páginas de las revistas musicales, me había animado a tratar de entender qué demonios significaba ‘riff’, ‘música planeadora’ o ‘dub’.
Y hoy es muchísimo más fácil salir de dudas ante un vocablo o expresión que no entiendes. Para eso está Google. ¿Cinco segundos? Pero la prensa especializada ha tendido a tomar nota de aquella observación y hoy en día no apunta tanto a explicar la música a través de su encuadre en el laberinto de conceptos técnicos y de géneros y subgéneros (“saludamos el giro math-rock de este ‘outfit’ inicialmente deudor del paradigma de Washington D.C.”), sino a transmitir lo que representa en un lenguaje más emocional e incluso utilitario.
Hacia ahí ha evolucionado el lenguaje de las plataformas, que no te guían tanto apelando a los nichos estilísticos, sino a través de sus listas de “música melancólica” o “relajante”, “para cantar en el coche” o “para acompañar tu barbacoa”. Sin llegar a esos extremos que merodean la banalidad, algo de ese espíritu se filtra hoy en día en los análisis musicales, en los que se ahonda en las motivaciones anímicas del artista y en las sensaciones que remueve.
Pero ahora que la literatura musical parece tender a un registro más abierto, resulta que son los jovencitos los que desarrollan un vocabulario que levanta un muro con los adultos. Una ‘neo-lengua’ llena, precisamente, de anglicismos y de formulaciones bastardas, con su ‘cringe’, su ‘NPC’ y su ‘ghosting’. Las palabras sirven también para eso, para cerrar filas, y a veces las más encriptadas resultan ser las más atractivas, a las que deseas asociar tu lugar en el mundo. El periodismo es otra cosa: estamos para comunicar, no para hacernos los misteriosos. Pero no está de más calibrar el poder de una buena etiqueta incomprensible, que despierte tu curiosidad y tus ganas de formar parte de algo fuera de radar, que no te lo dé todo masticado y que te insinúe que ahí detrás hay una realidad paralela que puede transformar tu vida. Algo así me ocurrió a los 14, y la naturaleza humana no habrá cambiado tanto, ¿verdad?
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