En la Guerra Civil española, los soldados del ejército leal a la II República incorporados a las partidas guerrilleras recibieron diferentes nombres según el territorio: fugaos, los del monte, fuxidos, emboscados, bandoleros… Fue a partir de la II Guerra Mundial cuando se generalizó para ellos el término maquis, proveniente de la expresión francesa prendre le maquis, equivalente a nuestro “echarse al monte”.
Sin embargo, el maquis como sujeto de la narrativa y/o historiografía es tardío en España. Fue el régimen franquista quien primero los utilizó como propaganda para sus intereses. El primer texto de cierta repercusión fue “La paz empieza nunca”, Premio Planeta (1957), de Emilio Romero, cuya trama se desarrollaba en las montañas de Asturias y que justificaba la matanza de guerrilleros, la noche del 28 de enero de 1948, desde Santo Emiliano hasta La Franca. Fue llevada al cine por León Klimovsky (1960). Obras que el profesor Agustín Gómez de la Universidad de Salamanca no vacila en considerar “invención del relato falangista”. Dentro de la órbita del régimen, fue el historiador y general Francisco Aguado Sánchez quien profundizó, ya en el tardofranquismo, en el interior de las partidas guerrilleras con “El maquis en España” (1975) y “El maquis en sus documentos” (1976).
En el exilio español se escribió poco sobre la guerrilla antifranquista. La razón principal fue que Stalin no la apoyaba y reclamaba su disolución. Ese silencio será roto en 1985 por Julio Llamazares con “Luna de lobos”. Luego le siguió Secundino Serrano escribiendo sobre la guerrilla leonesa en 1986 y culminó con “Maquis” (2001), la primera investigación que abarca todos los territorios de España. A partir de ahí, tanto historiadores como novelistas comenzaron a reconstruir la vida de los guerrilleros antifranquistas. Aventura a la que se sumaron plumas como las de Alfons Cervera, Almudena Grandes, Raúl del Pozo o Alicia Giménez Bartlett. En Asturias se cuenta con los sólidos trabajos de Ramón G. Piñeiro y Gerardo Iglesias.
Hoy ya existen importantes investigaciones universitarias, incluso a nivel mundial. Entre ellas podemos citar la tesis doctoral en la Universidad de Western Michigan de Nuño Castellanos, “Representaciones de la memoria de la guerrilla antifranquista en la novelística española contemporánea (de Julio Llamazares a Alejandro M. Gallo)” (2009). A lo que unimos los textos de Elvire Díaz en Presses Universitaires de Rennes (2013), Valeria Possi en la Università di Bologna (2015) y Rachel A. Linville desde Suny Brockport, New York.
Ante esto, pudiera parecer que todo estaba escrito, pero ahora nos llega “Segar los Cielos”, un excelente trabajo de Abraham García (Robledillo, 1950), narrado con un extraordinario dominio de los tiempos y del escenario. Es un libro compuesto por varios relatos contados al calor de la lumbre y escritos con una intensidad que los convierte en puñaladas desde esa memoria oral. Es, según sus palabras, “un pago a las deudas contraídas por la historia hacia quienes siguieron luchando cuando ya lo tenían todo perdido”. Son historias que el autor escuchaba de niño en su casa en boca del molinero cuando el vino peleón hacía su efecto. Son historias vividas en los montes, pueblos y llanos de Castilla La Mancha, por unos combatientes olvidados paulatinamente por los partidos de izquierda y perseguidos de cerca por el Somatén y la Guardia Civil. Todas esas narraciones contienen los personajes que nacieron alrededor de esa lucha clandestina en desventaja: delatores, infiltrados, enlaces, viudas de derrotados, vidas frustradas, represión y torturas, el Somatén y las fuerzas paramilitares sin escrúpulos que les perseguían. A esto unen relatos donde cuenta las razones por las que se afeitaba la cabeza a ciertas mujeres cada 18 de julio y se las exhibía públicamente. De trasfondo queda el estraperlo que enriqueció a cierta capa social, la angustia de cada noche, las disputas entre los dirigentes políticos en el exilio y los del monte, “El Alcázar” como portavoz del régimen, el silencio solo roto por los disparos de un naranjero bajo la luna llena y los animales que acompañaban a los maquis en el monte: el lobo, el búho, los ciervos y los jabalíes. Un libro que huele a pólvora, a sangre, a picadura de tabaco y nos ilustra sobre cómo se detallaban los antecedentes policiales de entonces: “En su expediente consta que fue amigo de Unamuno” (p. 105).
Segar los Cielos
Abraham García
Reino de Cordelia, 206 páginas, 17,95 euros
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