Cada punto que el Levante pierde en su camino hacia la parte alta de la clasificación produce una sensación inevitable de lástima. De ver que las jornadas transcurren y que las prisas por asaltar un lugar de nobleza en la categoría de plata del fútbol español aumentan. Sin embargo, nunca, independientemente de la circunstancia, se perderá la esperanza de luchar por volver a Primera División, por muchas piedras que los granotas se encuentren en el camino y unidades que se escapen del casillero.
A pesar de ello, el Levante, después de navegar en las dudas y en la apatía, vuelve a dar argumentos para creer en sus posibilidades, devuelve la ilusión a una afición que, por fin, siente entusiasmo por sus futbolistas y se siente con condiciones de ir a por todas hasta el último segundo de la temporada.
Felipe Miñambres reconoció, más de una vez, que a este talentoso grupo le hace falta encadenar triunfos, pero el punto sumado en Valladolid (0-0), después de un ejercicio de ímpetu y fortaleza, le hace entender al Levante que está a tiempo de todo. Y, sobre todo, que es lo suficientemente competente como para hacer frente a cualquier adversario. Con sus más y sus menos, asumiendo los tramos donde el sufrimiento fue inevitable y siendo valiente cuando vio la posibilidad de atacar a su contrincante. Jugando así, el Levante estará más cerca de vencer. Y, lo más importante, de aproximarse a un sueño que vuelve a coger forma en el barrio de Orriols.
A nadie se le escapó la importancia del encuentro, cuyo cartel presumió de ser de alta categoría. Ni Levante ni Valladolid, inmersos en particulares circunstancias, quieren seguir en Segunda División el año que viene, por lo que los tres puntos que estuvieron en juego sobre el verde del José Zorrilla fueron de carácter trascendental. Los de Pezzollano, lejos de sus aspiraciones y exigencias, tuvieron que combatir ante un conjunto de Felipe Miñambres entusiasmado y con la confianza por las nubes tras su heroica victoria frente al Elche.
Sin embargo, Valladolid, independientemente de la división, nunca será un plaza sencilla. Después de veinte minutos de tanteo, Monchu, con un fuerte disparo desde la frontal del área, estrelló el balón en el larguero para imprimir miedo en su contrincante. No en vano, el Levante, desde su cambio de aires en el banquillo, desprende un aroma distinto, dejando atrás su actitud timorata y aferrándose a sus virtudes al máximo. Fuerte en el robo y siendo vertical, los granotas transmitieron tanto peligro como vivacidad, pero sin terminar de trenzar sus proyecciones hacia la portería de Masip.
Pese a que los focos apuntaron a Fabrício, Rober Ibáñez, novedad en el once de Felipe y abandonando su posición natural para aparecer por el centro, generó la más peligrosa para los levantinistas, recibiendo desde media distancia, girándose y ejecutando un lanzamiento que rozó el palo de Masip. Los procedentes del barrio de Orriols se hicieron de notar en territorio vallisoletano, demostrando su cambio de tendencia y su ambición por asaltar una de las posiciones de privilegio, aunque tocase sufrir en algunas ocasiones.
El Valladolid, a pesar de su falta de ideas, también estuvo de marcar cuando Dela, casi sobre la línea, sacó un esférico punteado por Sylla ante la salida de Andrés Fernández. Minutos más tarde, el ‘4’, en una mala cesión, casi mete en un problema a un guardameta que salió del mismo mostrando entereza en su mano a mano con Álvaro Negredo, pero el madrileño fue quien más agua sacó del barco en momento de debilidad.
Con sus más y sus menos, el Levante superó el descanso consciente de sus posibilidades. Ni mucho menos estaba lejos de obtener un triunfo en el José Zorilla, por mucho que el Valladolid se mostrase con el derecho de sentirse moralmente superior. Los compases iniciales del segundo tiempo fueron sin las revoluciones con las que finalizaron el primero, pero un despeje errático de César Tárrega, que casi termina en el fondo de las mallas, reactivó un duelo que se abrió completamente.
Por ello, la sensación fue la de que cualquiera podía llevarse el triunfo. Y el Levante se negó a renunciar a tres puntos vitales en la batalla por ascender a Primera División, aunque, durante los últimos quince minutos, tocó sacar músculo en la retaguardia para defender la meta de Andrés Fernández. El ‘13’, de hecho, puso rigidez en sus guantes para repeler una volea de Stipe Biuk, pero el Levante no solo acabó el partido en campo propio, sino también generando inestabilidad en una grada cansada por la situación, tanto clasificatoria como institucional, de los suyos.
No obstante, al combinado de Felipe Miñambres le sobraron centímetros para obtener el botín de la victoria, cuando un disparo de Edgar Alcañiz, desviado por la defensa, cayó en las botas de un Fabrício que, después de marear a Masip y deshacerse de él, mandó el cuero al fondo de las mallas. El ‘12’, en fuera de juego, se quedó con la miel en los labios, al igual que un levantinismo que se vio plenamente capacitado de asaltar uno de los campos más hostiles de la categoría. Sin embargo, el Levante, si compite como compitió contra el Valladolid, seguirá escalando y acercándose a su sueño. Continuará en el camino correcto.