El genio del artista Joan Miró se apagó un día de Navidad de hace cuarenta años, una efeméride que no tendrá la repercusión del Año Picasso pero que será recordada indirectamente en 2025 al cumplirse los 50 años de la creación de la Fundació Miró en Barcelona.
Nacido en 1893 en la capital catalana, su corazón dejó de latir a las 15 horas del día de Navidad de 1983 en Palma, rodeado por su mujer, Pilar Juncosa, la hija de ambos, Dolors, su marido Teodoro Punyet, y tres de los cuatro nietos del pintor, que fue finalmente enterrado en el cementerio de Montjuïc, en Barcelona.
Por pertenecer a la generación de las vanguardias -Picasso había fallecido una década antes-, la repercusión de la muerte de Miró tuvo un alcance internacional, especialmente en la prensa de Francia y de Estados Unidos.
La cabecera de Le Monde se tiñó con los colores mironianos, The New York Times lo presentaba como un artista con espontaneidad imaginativa y The Washington Post hablaba de la muerte de “un maestro del arte moderno”.
El historiador del arte y profesor de la Universidad de Nueva York Robert Lubar, que comenzó a estudiar su obra poco antes de que muriera, señalaba del autor de ‘La Masía’: “Era un personaje contradictorio. El pintor puro y a la vez el antipintor, pionero del reciclaje”.
“Sus collages -añadía- son las creaciones menos conocidas. Mucha gente sólo ve el Miró más abstracto, el más lírico, el pintor de los signos, pero también hay un alto contenido de violencia, de agresión, en su obra. Además hay que destacar su faceta de pintor público, comprometido con su comunidad”.
Para Lubar, Miró fue el “inventor de un lenguaje completamente nuevo para la pintura moderna, un lenguaje en el que los signos se distribuyen libremente por la superficie del plano pictórico y que representó una revisión decisiva tanto de la figuración tradicional como de la concepción cubista del espacio”.
Sobre su legado, el especialista añadió que Miró hizo posible que los artistas de futuras generaciones “fueran más allá de los límites tradicionales de la pintura y entendieran el plano pictórico como una superficie unificada”, porque Miró, metido en la camisa de “asesino estético”, asestó un golpe mortal a las últimas fases del Movimiento Moderno y, en el proceso, “abrió nuevos caminos para la práctica estética del siglo XX”.
El parque barcelonés que lleva hoy su nombre y en el que se yergue una de sus obras públicas más icónicas, “Mujer y pájaro”, una escultura de 22 metros de altura situada en los terrenos que ocuparon un antiguo matadero, han devuelto a Miró a la actualidad en las últimas semanas, después de que la Generalitat decidiera ocupar parte de la superficie por las obras de prolongación de los Ferrocarriles de la Generalitat (FGC) hasta el barrio de Gràcia.
Su mayor legado a su ciudad natal fue la creación en junio de 1975 de una fundación que lleva su nombre cuando en España era una rareza, iniciativa que la llevó a convertirse en el primer museo de arte contemporáneo de España.
La Fundació Miró se instaló en un edificio racionalista proyectado por su amigo Josep Lluis Sert, que no quiso que fuera un panteón de su obra, sino que se dedicara a la difusión del arte contemporáneo global.
El centro mironiano barcelonés no recordará específicamente esos 40 años de su muerte, que además coinciden con el arranque del Año Tàpies, que se desarrollará a lo largo de 2024 para conmemorar el centenario del nacimiento del pintor, y prefiere concentrar sus esfuerzos en 2025, cuando se conmemorará el 50 aniversario de la creación de la fundación.
Joan Miró dejó escrito en su testamento que quería ser enterrado en Barcelona, que el oficio religioso lo celebrarían “sacerdotes inteligentes y amigos míos”, que las esquelas de los diarios saldrían en catalán o mallorquín, “sin mencionar los honores o títulos que haya podido tener en vida” y que el funeral debería celebrarse “con total simplicidad, suprimiendo absolutamente cualquier carácter oficial”.