‘Succession’ en la vida real
Koo Bon-moo, tercera generación al mando del conglomerado LG, tenía un problema: su hijo había muerto y sus dos hijas frustraban la tradición confuciana de pasarle el negocio familiar al primogénito varón. También tenía una solución: adoptó a su sobrino, Koo Kwang-mo. Parecía el asunto ya atado cuando el patriarca murió por cáncer cerebral en 2018. Desde entonces, su viuda e hijas discuten en los tribunales el reparto del pastel y ese folletín con las vergüenzas familiares al aire divierte a la sociedad surcoreana.
No es un pastel irrelevante. LG fabricó la primera radio del país y hoy, con un valor de 10.000 millones de dólares, es la cuarta compañía nacional. También es el tercer productor global de electrodomésticos y el quinto de teléfonos móviles. Sus negocios se extienden al sector químico y al de las telecomunicaciones, por hacer la lista corta. Ese elefantiásico imperio exige una dirección armoniosa así que acabar con las peleas hereditarias no es sólo una urgencia para la compañía, sino para la economía nacional.
El derecho surcoreano sienta que, si no hay testamento, la viuda reciba un tercio de la fortuna y el resto vaya a partes iguales a hijos biológicos y adoptados. A las tres mujeres les llegaron migajas, apenas el 3 % de las acciones entre todas. A cambio recibieron otros bienes familiares y el hijo asumió por completo los salvajes impuestos sucesorios del 50% que estipula la ley para los patrimonios superiores a 2,3 millones de dólares. Ese había sido, dijo Koo Kwang-mo, el deseo que plasmó su padre en su testamento porque sólo la concentración del poder desincentivaría las peligrosas pugnas familiares. Lo contrario, añadió, dañaría el liderazgo y la imagen corporativa en la sociedad. Si la viuda, Kim Young-shik, tuvo alguna duda, pesó más la memoria de su marido y la compañía. Así quedó zanjado el asunto.
Filtraciones y machismo
Pero pronto emergieron las trapacerías. Kim, de 72 años, supo después que el testamento no existía. Y más tarde sufrió el oprobio de que le negaran las tarjetas de crédito por amontonar préstamos que desconocía. Su hijo le explicó por carta que los administradores de la compañía, escasos de fondos, acudieron a sus cuentas para pagar los impuestos sucesorios, esos que había prometido afrontar en solitario, y que planeaban devolvérselos pronto.
Algunas de las conversaciones grabadas en secreto por la madre han sido desveladas en el juicio. “Lo que más me asusta es la opinión pública. ¿Cómo se verá la situación? Pensarán que alguien se volvió codicioso o que no cuido de mi madre”, previene él. Kim lamenta que el personal financiero la orille por su género. “No podemos mantenernos en silencio cuando nuestros derechos, protegidos por la Constitución y la Ley, han sido ignorados sólo porque somos mujeres”, razonaba ella y sus hijas en su denuncia judicial.
El tribunal tendrá que decidir si aquel acuerdo firmado cinco años atrás es legítimo. La discusión acaba con el reparto de riquezas. Las demandantes han aclarado que no pretenden el control de la compañía porque la voluntad del padre sobre ese aspecto era diáfana. En otros conglomerados patrios como Samsung, la mujer ha ido conquistando parcelas de poder. En LG, desde que se fundara casi 80 años atrás, se han mantenido alejadas. Corea del Sur es una de las sociedades más patriarcales del mundo, con una desigualdad de géneros que chirría con su desarrollo económico.
Son sólo negocios lo que separa a la familia. Por la misma lógica, al tiempo que se enfrentan por la herencia, se alían en los tribunales para revertir los impuestos sucesorios. Los cuatro pidieron que se recalcularan sus bienes y se les devolviera una parte de las tasas pagadas. Su petición fue desestimada en abril.
Una reliquia del pasado
El liderazgo y estructura de los ‘chaebol’ o grandes conglomerados surcoreanos son dinásticos. Algunos de ellos superan el PIB de muchos países pero son gestionados como una familia. El patriarca ocupa el vértice y reparte los cargos claves de la gestión entre allegados. No son extraños, pues, los fragorosos relevos generacionales. Los chaebol, traducibles como “clan” y “riqueza”, son tan surcoreanos como el kimchi. Surgieron con la misión de levantar un país devastado por la guerra en la península. El Gobierno concedió los mayores proyectos a un puñado de compañías financiadas con créditos estatales y el modelo funcionó. Corea del Sur es hoy una potencia económica y tecnológica.
Su rol como motor y creador de empleo justificó durante décadas que se pasaran por alto sus abusos. Muchos los ven hoy como paquidérmicas e ineficaces reliquias. También lamentan que unas cuantas familias egoístas y propensas a los chanchullos se repartan la riqueza nacional y frenen a las pequeñas empresas y start ups. Ni siquiera el anterior presidente, Moon Jae-in, pudo embridarlas por más que lo intentó. En ese cuadro de rencor social hacia esos linajes privilegiados llegan estas riñas que los humanizan y alborozan al populacho.
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