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El Barça se hunde en San Mamés y también se despide de la Copa

El viejo Barça acabó comiéndose al nuevo Barça para hundir aún más el proyecto de Xavi Hernández, que tras ser arrasado en la Supercopa fue también eliminado en los cuartos de final de la Copa del Rey en San Mamés. Ya en la prórroga, y pese al emotivo empeño de tres menores de edad (Lamine Yamal, Héctor Fort y Pau Cubarsí) y también de Marc Guiu (18), el equipo acabó entregándose. A Sergi Roberto, capitán y metáfora de otro tiempo, le pasó por encima un chaval que también acababa de salir, Mikel Jauregizar. E Iñaki Williams, eterno azote y recién llegado de la Copa África, dio la última palada.

Por mucho que cubra ese tóxico lodazal en el que dirigentes, árbitros, comunicadores e hinchas se revuelcan con suma adicción, los ojos aún quedan algo descubiertos para atender a partidos de la trascendencia y la épica de San Mamés. Un escenario donde las mentiras y la propaganda no sirven, sólo la coherencia.

Y no es este Barça de Xavi un equipo cuerdo, tan discontinuo e histriónico que resulta imposible saber qué vendrá después. Al menos, eso sí, mantiene sus curiosas rutinas, como quien amanece manchándose la pechera con la leche y las galletas. Esta vez encajó el primer gol a los 36 segundos. Una perturbación que habla de la fragilidad emocional de los futbolistas, con la tensión por los suelos y la baba colgando del labio cuando suena el despertador. Pero también del grotesco posicionamiento de los futbolistas, que comienzan los partidos sin saber qué hacer o dónde ponerse. Y en ello tiene responsabilidad su entrenador.

Lamine Yamal se encontró con el balón en la banda y pensó que detrás de él estaría Koundé para recibir. Pero el francés, que últimamente lo hace todo al revés, ya corría hacia arriba para gloria de Nico Williams, que ya pudo continuar con la acción a sus anchas. Lo que vino a continuación fue lo de siempre. Ningún azulgrana dio una a derechas en el área. De Jong se quedó mirando a las musarañas. Balde se desorientó ante tanto rebote. Y a Guruzeta le bastó con un disparo mordido.

De acuerdo. El Barça se entonó un buen rato a continuación. Incluso, pese a que Pedri aún sigue fuera de forma, supo controlar la presión de los futbolistas de Valverde buscando a Lamine Yamal y a Ferran Torres en las orillas. Pero las rutinas, cómo no, regresaron. Las fibras del muslo de Balde reventaron, y con Cancelo aún renqueante, a quien le tocó asumir la responsabilidad en el lateral –y con un soberbio tono– fue a otro adolescente, Héctor Fort (17 años).

El buen tramo barcelonista tuvo la recompensa de la momentánea remontada, tramada en seis minutos. En el 1-1, y después de que Ferran coloreara un pase de Christensen, a Lewandowski le cayó encima un buen chorro de agua bendita. Yuri, que llevaba toda la noche resbalándose, completó el surrealismo con un mal rechace. Lewandowski, un espectro –Xavi lo cambió por João Félix con todo por resolver–, ni siquiera se movió. La pelota golpeó en su pierna como paso previo hacia la red.

Otra cosa fue el 1-2. Revisen el gol de Lamine Yamal (16). Acogió el balón en el eje. Vivian, frustrado, no pudo más que dejarle pasar. Y Paredes se quedó de piedra al ver cómo el chico soltaba un glorioso latigazo desde la frontal. 

A Lamine Yamal hay que mirarlo con los ojos de un niño, porque los de un adulto son siempre desconfiados y miedosos. La mirada adulta te dirá que es demasiado pronto para que sea siempre titular. O para que su juego sea tremendista y continuo, como si al fútbol se jugara fingiendo intensidad y con la parsimonia mecánica del misionero. Y querrán tener razón cuando recuerden sus dos goles fallados en el segundo tiempo en sendos duelos al sol contra Agirrezabala. La eliminatoria estuvo ahí.

El Barça es enemigo de la paz, así que retozó con el tormento desde el mismo inicio del segundo acto. A Koundé, cuyo tétrico nivel defensivo contrastó con la excelencia de Fort, le faltó sacar del bolsillo un paquete de pipas del bolsillo mientras Nico centraba. De Jong se hizo el muerto, y Sancet concedió otra vez el empate a un Athletic al que Araujo trató de frenar con la rodilla hecha unos zorros.

Pero la prórroga fue ya demasiado. Sergi Roberto capituló. Vitor Roque, presunta esperanza, no asomó. Y Nico Williams finiquitó con el cuarto, se quitó la camiseta, y se puso a bailar frente a la tumba del Barça.





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