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El Barça no pasa de un vergonzoso empate con el Granada

El hechizo de la supuesta reacción que había experimentado la plantilla, la que había detectado Xavi, ha desaparecido. Vigente tan solo porque el equipo había encadenado dos triunfos (sobre Osasuna y Alavés, nada del otro mundo, ninguna heroicidad), el empate con el Granada la desmonta del todo. El problema no era la tensión que podía generar el entrenador, como creía Xavi, sino que es más profundo y va más allá de las personas. Atañe al fútbol. 

Un punto de 33 posibles había obtenido el Granada fuera de casa. Ese mísero punto en 11 salidas lo arrancó en la visita al Almería, el único equipo que está peor en la Liga, el último. Vicecolista a ocho puntos de la salvación, desahuciado, recién ascendido y destinado a descender de nuevo, se apuntó el segundo empate en el campo del renacido Barça, aspirante a campeón y que entonó la despedida del título, a diez puntos de un Madrid sin síntomas de debilidad, al contrario, con el vapuleo que infligió al Girona (4-0), el segundo. El Barça no pudo con el penúltimo.

No es un empate cualquiera

No fue un empate cualquiera. Ni para el Granada, realimentado para unas semanas, ni para el Barça, incapaz de vencer con juego, con el fútbol que se le presupone y que busca como método para imponerse. No tiene, o no tiene más que otros equipo. Supeditado al intercambio de golpes, ni siquiera exhibe esa superioridad que se desprende por el lustre de los integrantes de la plantilla.

El Granada es uno de los dos equipos al que no ha vencido Xavi. Tres empates ante un equipo que bajó y volverá a bajar. El otro es el Rayo. Le queda una oportunidad para reparar esa anomalía antes de despedirse de este descompuesto Barça, que terminó con Raphinha de lateral izquierdo sin correr la banda más que una vez. Aunque trata de disimularlo, el equipo se sostiene gracias a Lamine Yamal, que se echó al club a la espalda y marcó dos goles para abrir el marcador y para cerrarlo evitando la derrota de la vergüenza.

Ni Ter Stegen ayuda

El regreso de Ter Stegen no devolvió el cero a la portería. Ni esa nimiedad es capaz de sostener el Barça, de nuevo descuidado en las vigilancias defensivas que propiciaron tres fáciles goles del Granada. No transmitió el portero la seguridad que esperaba recuperar el Barça, desde el primer compañero hasta el último hincha, pasando por el entrenador.

Un par de titubeos iniciales, un error claro con el pie y tres goles recordaron su inactividad. La naturaleza de los tantos encajados corroboraron que el culpable no era Iñaki Peña.

Christensen sigue delante

Con Ter Stegen volvió Iñigo Martínez en los dos únicos cambios que practicó Xavi del once que venció al Alavés. Una señal de que los esperaba con ansiedad, sobre todo en el caso del central vasco, que jugó 8 minutos en Vitoria y saltó a la titularidad. Su solvencia también se echaba de menos pese a que Cubarsí, espectacular, no ha fomentado la añoranza de Iñigo. Jugaron juntos, relegado el maltrecho Araujo al banquillo y desplazado Christensen al mediocentro desde la semana pasada.

El ensayo con el danés en el pivote merecía ser repetido, aunque sea un defensa y en casa haya que cargar al equipo de atacantes. Christensen fue fiable, sin cometer errores y transmitió serenidad a medida que sus compañeros iban excitándose, virtudes que valen mucho en este grupo, que no está tan liberado como pregona Xavi. No en el campo, proclive a la crispación al primer contratiempo grave. Se produjo con el primer empate del Granada, que llegó a continuación de la mejor jugada azulgrana de la temporada que no terminó en gol. 

Conexión que se desgarra

Christensen dio fluidez y protegió las espaldas de los demás centrocampistas pero esa conexión que mantuvo fue desgarrándose con el vaivén del marcador y la permisividad del arbitro en el forcejeo corporal del Granada. Tuvo que ser sacrificado con la desesperación de Xavi, abocado de nuevo al ida y vuelta para salvar los muebles.

La conexión estuvo con Pedri y su capacidad para conducir y regatear. El ecosistema alrededor suyo le ayudó, con Cancelo y De Jong, incluso Iñigo que dio pases verticales. El canario fue perdiendo peso hasta ser sustituido, sin detectar a nadie a quien servir. Siempre vio más rivales que amigos delante.





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