Derrotado en Milán, insustancial en Almería, desbordado en Bilbao, dentro de la secuencia de tres viajes seguidos que lo alejó de sí mismo, el Atlético de Madrid reencontró la victoria en su estadio, en el Metropolitano, en el refugio de su temporada y sus aspiraciones, sostenido en la cuarta plaza entre una cantidad inusual de ocasiones falladas, dos goles a favor y el sufrimiento de todo el segundo tiempo (2-1).
Su ejercicio irrebatible del primer tiempo se transformó en el padecimiento de la segunda parte, agravado aún más por el 2-1 de William Carvalho y aligerado por una parada crucial de Jan Oblak a Guido Rodríguez, porque antes se estrelló contra su propia ineficacia.
Invencible en sus últimos 25 partidos de LaLiga EA Sports al lado de su gente, 23 de ellos con victoria, o con una única derrota en sus últimos 31 encuentros como local entre todas las competiciones (el 0-1 del Athletic Club en la Copa del Rey), el marcador estableció apenas un gol de diferencia, cuando la distancia en las oportunidades fue mucho más allá.
El Atlético debió sentenciar en el primer tiempo. Porque, entonces, cuando es intenso, cuando juega en campo contrario, cuando acepta el vértigo de los ataques, cuando presiona con determinación, cuando gana los duelos, su dimensión como equipo es indiscutible, muy por encima de cada uno de sus recientes compromisos como visitante, rebajado del peso de la decepción en parte por su imponente figura local durante todo el curso y más allá.
Cierto que el 1-0 fue de rebote (en propia puerta de Pezzella, cuando Bellerín estrelló su despeje contra él, Rui Silva no pudo interceptarlo y el poste terminó de introducirlo en la portería verdiblanca), tanto como que no fue ninguna casualidad. Ni en su origen, la pérdida de Bellerín provocada por una buena presión, ni en su finalización, por el pase de Memphis.
Entre uno y otro momento, Hermoso, señalado en San Mamés el pasado jueves, fue fundamental en el robo del balón, en su aparición y su convicción mucho más allá del medio campo. También la continuidad rápida de Morata y Koke en la jugada que desembocó en el gol en apenas ocho minutos y que visibilizó un problema verdiblanco en la salida de balón.
Inducido por el acecho de sus rivales, el Betis falló demasiado en esa destreza en el primer acto, superviviente porque el Atlético añora la pegada de hace unos meses, cuando prácticamente todo lo que remataba era gol, cuando batió los registros goleadores de toda la era Diego Simeone, cuando se sentía con una fuerza descomunal en sus ocasiones.
Ya no tiene tal grado de acierto. Ni siquiera de penalti. Ni siquiera en los rechaces. Ni siquiera delante del portero. En el despropósito defensivo del Betis, hubo ejemplos de sobra en la fría tarde del Metropolitano, entre Memphis y Morata, la delantera de estreno en un once titular en el Atlético año y medio después de la coincidencia de ambos en la plantilla.
Ya con 1-0, primero fue el neerlandés. En sus vaivenes, demasiado visibles, sus partidos son una montaña rusa. Sus movimientos, sus conducciones, sus cualidades técnicas y su visión de juego expresan un delantero estupendo, capaz de lo que quiera. Su entrega, su constancia, sus decisiones por momentos o su ritmo lo desfiguran, transformándolo en algunos lances en un jugador desesperante.
No hay duda de su altísimo nivel. Ni siquiera con la doble ocasión que le negó Rui Silva, cuando adivinó la primera intención de picarle el balón y cuando se opuso, fuerte, agrandado, ante el remate posterior, ya sin una perspectiva tan prometedora para el atacante, que también se sacó después un amenazante derechazo. Es una especialidad.
Después, Morata falló un penalti. Revisado en el VAR inicialmente un posible fuera de juego, el árbitro, Soto Grado, señaló la pena máxima. Ocho partidos sin marcar, el delantero madrileño tomó el balón, lo colocó, lo lanzó con la derecha y lamentó la parada del portero verdiblanco, primero con el pie, después con la mano, con la que frustró su lanzamiento.
No se quedó ahí. Le cayó el rechace, que estrelló contra el cuerpo del guardameta, como también hizo ya en la tercera oportunidad que le brindó el penalti. Ni con la derecha ni con la izquierda. Fue luego de cabeza, ya al borde del descanso, cuando el goleador español reencontró el bien más preciado sobre el campo para un delantero: Rui Silva despejó el tiro de De Paul, en un evidente bajón, pero fue batido por el cabezazo a placer de Morata.
Veinte goles suma ya el ’19’ en la temporada más productiva de su carrera, por más que llevara mes y medio sin lograr el gol que tanto buscaba y anhelaba. Él y su equipo. Lo necesita el Atlético, que encaminó el duelo contra el Betis. No fue sólo un despropósito defensivo visitante, sino también un ejercicio inofensivo en ataque hasta entonces. Al descanso, no provocó ninguna parada de verdad de Oblak. Si acaso nada más una intervención oportuna de Gabriel Paulista, para solventar la única oportunidad de Rodri.
Nada que ver con el segundo tiempo. Cambiado Rodri al descanso, al igual que Marc Roca, con la entrada en el campo del campeón del mundo argentino Guido Rodríguez (reaparecido en la competición tres meses después de sufrir una fractura distal del peroné de su pierna derecha en un entrenamiento del pasado 7 de diciembre) y de William Carvalho, el Betis encaró la reanudación con otro aspecto, también ante otra obligación y frente a otro Atlético, que dudó por primera vez en el duelo. Se puso más que nervioso.
Tenía razones. Ya no jugaba en el campo rival. Al revés, lo hacía el Betis. Avisó Willian José con un testarazo centrado. Y marcó el 2-1, ya en el minuto 62, William Carvalho. Un golazo. Una bonita parábola desde fuera del área a la escuadra, a la que no alcanzó Oblak. Mérito del goleador. Y demérito del Atlético. Porque todo surgió de una perdida inapropiada en la salida del balón. Y porque ya había optado por la relajación más que por la presión.
Fue el Atlético quien dio vida al Betis. Por todas las ocasiones que había fallado antes, aún contó una más de Hermoso con el 2-0, y por la concesión de tanto terreno y tanta posesión al conjunto verdiblanco, recompuesto y con un horizonte, el empate, que ni atisbaba cuando se fue al intermedio tan doblegado como inoperante en todo aquel tramo.
Ayoze probó de nuevo a Oblak, que hizo un milagro cuando adivinó entre todas las piernas el tiro de Guido Rodríguez, para rechazarlo a córner entre él y el poste. El Metropolitano ya se enfadó. La bronca latente ya se escuchó con mucha más nitidez, entre el absoluto control del Betis. El último cambio fue una declaración final de intenciones: Savic por Morata. Resistió el Atlético, ganador al filo del empate.