Es costumbre que, a modo de estrategia autopromocional, los documentales centrados en figuras del espectáculo alardeen de ofrecer al espectador acceso privilegiado a imágenes nunca antes vistas de sus protagonistas y a los aspectos más íntimos de sus vidas. Y puede que, a lo largo de la historia, ninguno de ellos haya cumplido con su promesa tan rigurosamente como lo hace ‘Soy Celine Dion’, y que ninguno haya mostrado a una estrella de la música como la nueva película muestra a la diva que le da título: completamente incapaz de controlar su propio cuerpo y paralizada por los espasmos, el rostro reducido a una mueca congelada, las extremidades agarrotadas, los dientes al descubierto y las lágrimas brotándole de los ojos al compás de los gemidos de dolor.
En 2021 Dion fue diagnosticada del síndrome de la persona rígida, raro trastorno neurológico que suele afectar a un ser humano entre un millón y que ataca el sistema muscular provocando rigidez, problemas respiratorios y dolor crónico; también daña de forma grave la voz de quien lo sufre, y esa merma resulta especialmente trágica cuando el paciente es una de las cantantes más célebres de todos los tiempos, y de las más dotadas a nivel técnico.
La directora Irene Taylor ya había empezado a trabajar en un documental sobre la canadiense cuando la enfermedad le fue detectada, y lo que iba a ser un relato hagiográfico centrado en su longeva residencia musical en Las Vegas se convirtió en otra cosa, mucho más cruda y emocional. “Mi sueño es ser una estrella internacional”, comenta la versión adolescente de Céline al principio de la película, a través de un vídeo casero, e inmediatamente matiza: en realidad, le basta con poder cantar durante toda su vida. Y lo que sabemos acerca del futuro de esa muchacha envuelve de melancolía dota lo que debería ser un momento de optimismo juvenil.
Dion, en efecto, se convirtió en una estrella internacional capaz de vender cientos de millones de discos, celebrar varias giras mundiales y ganar innumerables premios pero su otro sueño, más modesto en comparación, quizá no llegue a hacerse realidad. Y la imposibilidad de cantar a su mejor nivel -su último concierto fue en 2019- le resulta insoportable. “Necesito mi instrumento”, afirma.
Recién estrenado en Amazon Prime Video, el documental observa a su estrella durante 12 meses hasta finales de 2022, poco antes de que hiciera pública su condición a través de Instagram. La acompaña dentro de su mansión de Nevada –una jaula dorada llena de antigüedades y valiosas obras de arte pero también de equipación médica y envases de medicamentos-, a través de su dormitorio y de las habitaciones de sus hijos; la contempla en sesiones de fisioterapia y en estudios de grabación, donde intenta encontrar la voz perdida.
Entretanto, intercala fragmentos de las confesiones que Dion le hace a la cámara en primer plano, a menudo sin maquillaje, con gafas de abuela incrustadas en la nariz y el pelo descuidadamente recogido en un moño, indiferente a las lágrimas que le corren por las mejillas, transmitiendo alternadamente aceptación y negación, humor y amargura, desesperación y resiliencia.
Lo cierto, confiesa, es que lleva casi dos décadas luchando, auxiliada por altas dosis de Valium. La enfermedad empezó manifestándose a través de espasmos aleatorios que reducían la elasticidad de su voz, y con el tiempo los ataques cobraron tal intensidad que por su culpa llegó a sufrir roturas de costillas e incapacidad para caminar. “La mentira ya pesa demasiado”, reconoce mientras recuerda cómo encubrió sus problemas médicos durante años, a través de las excusas que ponía para cancelar conciertos y de los trucos que usaba sobre el escenario -dirigir el micrófono hacia la multitud, por ejemplo- para disfrazar sus deficiencias. “No quiero que la gente escuche esto”, comenta susurrante en una escena durante la que la voz se le quiebra al tratar de cantar.
Paralelamente, ‘Yo soy Celine Dion’ se dedica también a dejar clara la significancia artística y la capacidad de impacto cultural alcanzados con el tiempo por su protagonista, y para ello se sirve de numerosos fragmentos tanto de sus actuaciones en directo como de entrevistas televisivas y momentos estelares como su aparición junto a Deadpool en el videoclip de su canción ‘Ashes’.
También maneja gran cantidad de imágenes extraídas de los archivos personales de la cantante, como las de su boda con quien también fue su mánager durante décadas, René Angélil -la controversia causada por los 26 años de edad que los separaban, y por el hecho de que ella tenía solo 12 cuando se conocieron, no es mencionada-, las del funeral de este último y las de diferentes momentos de su vida junto a sus hijos y su perro, y asimismo documenta los sacrificios que sus padres tuvieron que hacer para cuidar de ella y sus 13 hermanos.
¿Quién es la mujer que queda retratada a través de todos esos retazos? Esa es la cuestión a la que el título de la película alude, y que su protagonista no es capaz de responder porque, ¿quién es Céline Dion sin sus canciones, sin los escenarios y sin el público? “Mi voz es lo que conduce mi vida”, asegura en una escena. “Todo lo que sé hacer es cantar”, añade en otra. Su sentido de identidad mismo depende de ello.
Precisamente, el documental se muestra supeditado de varias maneras al ego de Dion. En primer lugar, a través de su decisión de servirse exclusivamente del testimonio de la cantante -no incluye declaraciones de compañeros de profesión, expertos musicales o médicos-, que invita a sospechar cierta actitud narcisista; en segundo lugar, en momentos de su metraje como esa secuencia durante la que la diva revisa maravillada el almacén de más de mil metros cuadrados en el que guarda vestidos de diseño, cientos de zapatos y demás memorabilia a la manera de un museo dedicado a sí misma. “Creo que fui muy buena,y que hice cosas magníficas”, sentencia en una escena, dedicándose así una elegía en vida.
Pese a la veneración que dedica a su heroína, eso sí, ‘Yo soy Celine Dion’ no cae en la tentación de dar por hecho que superará la enfermedad gracias a su pundonor, y a todos los cuidados médicos que su fortuna puede financiar; en lugar de eso, se resuelve con un clímax dramático que transmite emociones contrapuestas, y en el que la sensación de victoria generada por un acto de rebelión artística frente a la enfermedad -la complicada grabación de la canción ‘Love Again’ para la película homónima de 2023- se desvanece inmediatamente a causa de la violenta reacción corporal derivada de él, causante de un dolor inimaginable. Lo único que Dion puede aportar durante la película para contrarrestar la incertidumbre respecto a su futuro es la fuerza de su convicción. “Si no puedo correr, caminaré, y si no puedo caminar, me arrastraré”, afirma. “Pero no pararé. No pararé”.
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