En cada uno de sus libros, Fernando Menéndez (Oviedo, 1966) busca el impulso verbal que provoque un contexto creativo distinto, allí donde su escritura poética se resuelva en trazos nuevos. Libros suyos que siguen este principio serían “Un hombre por venir” (2008) o “Las formas del mundo” (2020), entre otros.
El aliento inicial de “Ni el número ni el orden” es la lengua inventada de un niño, el protagonista de la novela de Rafael Sánchez Ferlosio “Industrias y andanzas de Alfanhuí”. Fernando Menéndez comparte la cita en la que Alfanhuí es expulsado de la escuela por expresarse de un modo personal, al margen de la norma. Y, en ese espacio de las orillas y el afuera, encuentran hueco las palabras que componen el texto de Fernando Menéndez. Un hilo verbal en secuencias breves, un goteo de poemas de talle fino, aspirando al vuelo en su levedad.
Los poemas crecen y se tejen en un decir “sin gloria / ni evidencia” que es cauce para que la palabra alcance algún modo de aura, de presencia. “La palabra sabe”, dice el poeta y ensayista Miguel Casado, que el pasado mes de diciembre presentaba su último libro en la Biblioteca Pérez de Ayala de Oviedo, acompañado precisamente de Fernando Menéndez. La poesía es eso, nos recuerda la propuesta de este último: el arte no explica, ni describe, crea otra verdad, otra realidad, porque lo real no nos basta (“Si pones / atención: / algún pájaro, / aire de las entrañas”).
La lectura avanza y concurren poco a poco las referencias al vuelo, los colores, los pájaros. En la confluencia de esos elementos, se va formando una perspectiva, un habla que elude cualquier modo de relato (“Según / mueves / la edad. / Vienes / escarcha”). La referencia al personaje de Alfanhuí no apunta hacia un material narrativo, muy al contrario, se concentra en un discurso reflexivo que gira como buscando un centro, un punto de luz: “Ser / un niño / que / nadie ve. / Inherente. / Como un modo”.
La novela de Ferlosio nos sitúa en un discurso onírico en medio de un paisaje que resulta familiar por la acumulación de objetos, animales, paisajes y escenarios reconocibles como paradigma de un entorno rural y de una mirada infantil. Sin embargo, en “Ni el número ni el orden”, la mención a esos elementos es plástica y conceptual, como el efecto geométrico de un plano o un esquema, donde solo resta lo que se filtra por la especulación en torno a la memoria, lo que el pensamiento retiene de la experiencia.
En la escritura de Fernando Menéndez hay un gusto por la conjetura, por lo no explicado y lo inacabado como forma de conocimiento. La búsqueda de algún grado de iluminación es consecuencia de despojar el poema, de condensar la expresión en lo mínimo (“Para / decir / infinito / me / hago / parco”). El poema se adelgaza al extremo: a cada palabra, un verso. Los textos se espigan y aligeran, crean una cadencia suave que mueve a detenerse, a jugar con un tempo de lectura pausado. En ese pulso sosegado se reconoce la voz poética de Fernando Menéndez, su modo de jugar con los tiempos y de atraer al lector hacia una contemplación atenta a cada palabra.
El poema es del orden de la música y, como en ella, la armonía cohesiona lo dispar de un modo emocionante. En este libro, hallan un modo armónico de relacionarse el trino y la herida, el espliego y el vuelo, la palangana y el alfabeto, la garza y el camino, el nido y el miedo, el erial y el tiempo, el río y las sombras, la fábula y el pozo, la luz y el amor, el niño y la espera.
Si tratara de sintetizar la propuesta poética de “Ni el orden ni el número”, utilizaría dos palabras de uno de sus poemas: “Temeridad / y / a la vez / prudencia”. Donde la prudencia atiende al tacto suave del fraseo y la temeridad se entrega a la sugestión y la apertura a lo no dicho (“Lo escrito / se abre, / se retira. / Terco golpe / de todo”).
El libro tiene una dedicatoria final al escritor argentino Daniel Moyano y al músico italiano Franco Battiato. Recuerdo entonces que en “Libro de navíos y borrascas”, de Moyano, el narrador se demoraba en unos niños cuidando de no agotar los lápices de colores al pintar el mar y en un soldado que de niño se sentaba al otro lado del pupitre. De la canción “Prospettiva Nevski”, de Battiato, recuerdo “cuando llegó el momento de hablar”, porque en su caso se traducía en un modo peculiar de decir. Miradas de niño, palabras por venir. Así la lectura o la creación. Memoria de fábulas y canciones: “Nunca el tiempo es perdido”.
Ni el número ni el orden
Fernando Menéndez
Dilema, 162 páginas, 9,50 euros