Aglaja Veteranyi fue una escritora, actriz, directora y profesora de teatro rumano-suiza. Nació en Bucarest en 1962 y en 1967 huyó del país con su familia: su padre fue el payaso Alexandru Veteranyi y su madre la funambulista Iosephina Tanasa. Debido a su profesión permanecieron itinerantes, de tal suerte que la autora pasó su infancia recorriendo Europa, África y Sudamérica, de función en función, a bordo de su roulotte. En sus propias palabras: “El circo siempre está en el extranjero. Pero la caravana es casa. Abro la puerta de la caravana lo menos posible para que el hogar no se evapore”.
En 1977, una Aglaja analfabeta que nunca había sido escolarizada se estableció por fin en Suiza, donde aprendió a leer y escribir en alemán. De 1979 a 1982 completó su formación como actriz en Zúrich y en 1990, paralelamente a su trayectoria teatral, empezó su carrera como escritora publicando textos de diversos géneros en periódicos y revistas literarias. Aglaja escribía sobre el amor, las diferencias culturales entre Suiza y el extranjero, la comida, las relaciones familiares, etc. No obstante, su memoria se asocia, sobre todo y a nivel internacional, con su obra cumbre, “Warum das Kind in der Polenta kocht” (1999). Traducida al castellano como “Por qué se cuece el niño en la polenta”, fue editada por Lengua de Trapo en 2002, año en que la autora ponía trágico fin a su vida ahogándose en el lago de Zúrich.
Narrada en primera persona y de claro corte autobiográfico, la novela cuenta los albores de la adolescencia de una niña perteneciente a una familia nómada de artistas circenses. La trashumancia, junto con los muchos conflictos familiares, la violencia doméstica y sexual, la precariedad y el constante riesgo al que se expone su madre en cada espectáculo de equilibrismo generan a la protagonista una gran ansiedad que su hermana mayor intenta aliviar relatándole, una y otra vez, el espeluznante cuento popular de un niño que se cuece vivo en una olla de polenta. Esta historia funciona como hilo conductor del relato, una incógnita reiterada e irresoluta para la que la protagonista baraja distintas hipótesis fantásticas y terroríficas, a la vez que proyecta sobre ella su situación y la de sus allegados.
Aunque de estilo minimalista, Veteranyi da color a su texto con potentes imágenes y elaboradas metáforas que mantienen a quien lee en una tensión constante, si bien desconcertada por la ironía y la perspectiva infantil que la autora escoge para literaturizar la brutalidad de su propia experiencia.
Esta vivencia impacta asimismo sobre el cuerpo de la protagonista, alterándolo, doblegándolo, llenándolo de marcas y huellas transculturales. El texto es registro de su transmutación a lo largo del tiempo y en los distintos espacios que transita, desvelando la experiencia somática de muchas mujeres migrantes que se ven obligadas a ser a través del cuerpo, sexualizado y/o cosificado como un producto de consumo.
El personaje de Veteranyi, como su autora, debuta en los escenarios de entretenimiento adulto a una edad muy temprana y sufre en su propia carne el conflicto de los límites borrosos entre la función escénica y la vida misma. Esta vulnerabilidad se materializa en el grito sordo de la protagonista que se pierde en el paisaje alpino: “Dejo mi piel caer al suelo”. En un contraste continuado entre el dolor y la hilaridad, combinando la lírica con un tono hastiado, lascivo, espiritual y cómico, la narrativa de Veteranyi se presenta como un totum revolutum perturbador que desvela las vicisitudes de la vida del espectáculo y arroja luz sobre los ángulos muertos de la realidad, sobre todo corporal, de la mujer migrante.