Los tiempos de los duelos de Miguel Induráin con Tony Rominger o los de Pedro Delgado con Robert Millar o Steven Rooks ya han pasado a la historia. Muchos de ellos, con los 60 cumplidos, continúan yendo en bici, como ocio, deporte y hasta relajación de la vida cotidiana. De igual manera han perdido cabello o ganado kilos los chavales que mientras ellos triunfaban, de edad similar, colegas más que empleados a su servicio, los ayudaban cuidando las bicis o recuperando los músculos en las mesas de masaje.
La salida de la Vuelta 2024 en Lisboa se registra cerquita, cerquita de la bella Torre de Bélem o del monumento que recuerda las hazañas de Vasco de Gama como navegante y explorador de medio mundo. Nada tiene que ver con los inicios de carrera que se organizaban -da igual vestir la prueba con el amarillo del Tour o el rosa del Giro- en la época en la que los corredores citados eran los conquistadores del planeta ciclista. Ahora hay autobuses por todas partes, cintas de seguridad que recuerdan los trabajos policiales ante cualquier incidente urbano y el temor a que en cualquier momento se decrete el uso de las mascarillas tal como sucedió en los últimos días de la reciente ronda francesa.
El ejemplo de Induráin
Induráin, por ejemplo, se colocaba al fondo de la autocaravana que llevaba por aquel entonces el conjunto del Banesto. Uno podía tocar el cristal y hasta ver la cara de Miguel que parecía expresar, sin decir nada, la frase de “otra vez está aquí este pesado”. Pero abría la ventanilla, contaba los sentimientos para la jornada ciclista que se avecinaba y seguía a lo suyo.
En los tiempos de Delgado los corredores se sentaban sobre el capó de los coches de los equipos donde los masajistas procedían a activar los músculos de las piernas para la batalla ciclista que les aguardaba. La mayoría de aquellos auxiliares ya se han retirado, aunque quedan testimonios de la época como Marcelino Torrontegui, que volvió en el Tour y regresa ahora a la Vuelta tras algunas décadas como masajista del equipo de fútbol del Málaga.
De la misma generación
Eran auxiliares de su misma edad, con los que podían hablar de inquietudes que afectaban a todos ellos. Formaban parte de una generación que todavía desconocía internet y el uso de los teléfonos móviles. Los mismos ciclistas, tras cenar, buscaban cabinas cercanas al hotel donde dormían. Los precios de las llamadas desde la habitación eran abusivos. Era mucho mejor pedirles a los amigos auxiliares que fueran a los estancos a comprar tarjetas telefónicas con las que hablar luego con padres o parejas para dar las buenas noches.
Hoy ya nadie utiliza los teléfonos de las habitaciones de los hoteles, ni siquiera para usar el servicio de despertador, que para eso ya están los móviles. Ni siquiera encienden el televisor porque el ordenador o la tableta cumple perfectamente con el cometido para ver series en ‘streaming’.
Alejandro Torralbo, hoy mecánico del potente UAE de Pogacar en el Tour o de McNulty, Almeida, Yates y compañía en la Vuelta, es otro de los resistentes. Hace 30 años sólo él cuidaba de la bici de Rominger. Eran y siguen siendo amigos que se llaman a menudo. Al acabar la carrera, fuese en Madrid, París o Milán se tomaban juntos unas cervezas para celebrar el glorioso camino de tres semanas.
¿De qué hablarán?
Ahora, todos, todos han pasado a ser trabajadores por qué, entre otras cosas, de qué va a hablar un chaval de 20 años con un auxiliar de 60 que hasta puede ser mayor que su propio padre. Para eso ya tiene al abuelo o, mejor dicho, a la abuela que se pone de los nervios y se niega a ver por la tele los descensos en los que participa el nieto por miedo a que se dé un porrazo de consideración.
La comunicación es complicada bajo un sol de justicia en Lisboa. Los ciclistas se encierran en los autocares, los que incorporó Manolo Saiz, en los tiempos del ONCE, para hacer más fácil la vida de los corredores en las salidas y llegadas de todas las carreras. Fueron los mismos autobuses que Lance Armstrong convirtió en fortalezas como San Quintín rodeado de guardaespaldas y con los primeros asistentes de prensa a los que había que pedir tanda para hablar con el astro tejano luego caído en desgracia.
Wifi y aire acondicionado
Años más tarde llegó el wifi a los autocares con algún médico ilustre que les dijo a los ciclistas que con el aire acondicionado no se iban a resfriar. Del interior del bus ya no salió ni el tato mientras hacían muecas con el bebé por vídeo llamada o les enviaban besos a las parejas antes de partir casi segundos antes de que sonase la campana, similar a la que se ha hecho famosa en los Juegos, y que anuncia la llamada a los corredores.
Los auxiliares pasaron a ser empleados, los periodistas a pedir turno al asistente o asistenta de prensa para hablar con los corredores y los ciclistas a no creer a los más veteranos cuando les cuentan que en un tiempo pretérito estarían sentados sobre el capó del coche o hablando con los aficionados en la zona vip, adonde ya no van, en vez de estar relajaditos y con los pies colgando en el interior de los autobuses.
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