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“¿Cuánto tiempo más vamos a aceptar el salvajismo para combatir la delincuencia? Me aterroriza ver cómo golpean a los delincuentes en Ecuador”

La descripción más emocionante que Sergio Ramírez (Masatepe, Nicaragua, 1942, premio Cervantes de Literatura) ha hecho de su vida actual como exiliado la publicó en ‘El País’, donde colabora, explicando la emoción que le producía esta última Navidad mirar desde sus nuevas ventanas de transterrado en Madrid el paisaje de las casas o las iglesias que se ven y que sustituyen, por ejemplo, la visión de Masatepe, donde nació, o de Managua, donde ha vivido gran parte de su vida.

Ni en la escritura ni en persona hace Ramírez drama de la situación a la que a él y a muchos otros compatriotas condenó su antiguo compañero de revolución y de gobierno Daniel Ortega. Su sosiego debe sacarlo desde dentro, y está presente no sólo en aquella evocación de la Navidad y de su paisaje actual sino también en su última novela, ‘El caballo dorado’ (Alfaguara), que es la fábula de unos alocados que llevaron a Managua desde Europa un carrusel creyendo, además, que ese espectáculo de caballos y de personas apenas había sido inventado.

De esa novela, sobre todo, va esta entrevista, hecha un sábado reciente en la ciudad que es ahora también su patria.

P. Ahora usted es como los exiliados españoles, que tuvieron que hacerse otro país para seguir viviendo… ¿Cómo ha vivido ese cambio su propia literatura?

R. La literatura va modificándose en la medida en que uno va penetrando la vida de los países y aprende a ver el paisaje de otra manera. Es decir, asume la visión propia del paisaje urbano o rural… Siempre me encuentro, a propósito, la huella de los exiliados españoles en alguna parte. Las de Pedro Salinas en los Estados Unidos, de Juan Ramón Jiménez en Puerto Rico, las de Pau Casals en aquel pequeño museo que tiene en San Juan… Esas huellas te van enseñando cómo esas personas tuvieron que hacerse cargo de lo extranjero para convertirlo en propio. El gran tránsito del exiliado es hacer propio el paisaje adoptado, poder moverse entre dos polos, el polo propio y el polo nuevo.

P. En su artículo navideño se hace evidente que usted es de un país y ya pertenece también a otro.

R. La nostalgia del otro país es un aprendizaje… Yo tengo, por ejemplo, mucha nostalgia mexicana, es un país que tiene muchas cosas que me llaman, y nunca he vivido en México. Yo le decía a Carlos Fuentes que ese paisaje al que yo llegué desde Centroamérica me inspiraba mucha nostalgia, igual que me la produce Buenos Aires, donde tampoco he vivido, o Madrid, una ciudad que para mi tiene una magia. Como Granada o Málaga, ciudades adonde siempre quiero regresar. Allá donde he ido he desarrollado un sentimiento, y este ahora me parece que es el signo del exilio.

P. Su libro se puede leer y escuchar y es netamente latinoamericano, por los sonidos de su escritura. Se dice que Argentina, por ejemplo, es el país mejor escrito de la tierra, pero en muchas partes del continente se cultiva una literatura que parece un homenaje a la música de su sintaxis. ¿De dónde viene esa calidad de escritura?

R. Creo que el lenguaje es lo fundamental, el español que llega a América Latina y se impone muy intensamente durante la colonia. Muchas veces olvidamos que entre la llegada de las carabelas al Caribe y la llegada de los conquistadores a Nicaragua mediaron más de treinta años. En esa evolución la lengua se fue mezclando con las lenguas caribes y con las que se hablaran en los distintos estadios de la conquista. Y por supuesto que llegó hasta Nicaragua. Allí se quedó el español represado, nosotros mantuvimos el voseo, que en otros países fue tuteo. En el nuestro y en otros países se fue perfilando un español distinto a partir de lenguas indígenas propias o desde la influencia inglesa, hasta llegar a nuestros días, en que hablamos un español igual y distinto que ha soportado tan bien el big bang idiomático que el español sigue siendo el mismo que vino hace muchos siglos.

Sergio Ramírez publica nueva novela, ‘El caballo dorado’. Alba Vigaray


P. En esta novela, por ejemplo, hay otro desembarco, el del carrusel que llega a Nicaragua desde el continente del que había venido Colón.

R. Es la novedad tecnológica que llega a principios del siglo XX. Existe todavía la capacidad de asombro frente a lo nuevo, de modo que el carrusel, ese esparcimiento que llega a Nicaragua, se vuelve un acontecimiento de influencia política. La novedad sigue siendo acogida, y en todas las zonas de la vida, pues el celular de estos tiempos es usado por todo el mundo, en todas partes, hasta el mundo rural vive pendiente de esa novedad que llega al mismo tiempo a cualquier sitio. La inserción tecnológica ya forma parte del paisaje.

P. Llega el carrusel y es el principio del siglo XX… A partir de entonces la novela se lee con la sensación de que estamos ante una metáfora nicaragüense a la que usted aporta, en este caso, una gran alegría, como si mientras escribe estuviera sonriendo, y a veces riendo a carcajadas, a la vez que el propio lector. ¿Cómo nació el tono?

R. La empecé a escribir en 2014 y la acabé ahora… Siempre he pensado que la literatura puede ser un juego, verbal o de la imaginación. Uno puede comenzar un libro sin tomárselo mucho en serio, teniendo abiertas las compuertas de la libertad, para escribir con la pura imaginación. Esta novela comienza en los Cárpatos, donde jamás he estado, en el entonces Imperio Austrohúngaro. Desde el principio, las referencias son muy librescas, extraídas de infinitas lecturas que se combinan con personajes imaginarios que, por ejemplo, me permiten hacer de Bucarest, donde jamás estuve, una ciudad creíble. Tampoco viví en París, y ahí está, hasta que desemboco, como el propio carrusel que llega, en Nicaragua, un país del tercer mundo, atrasado, al que llega este viaje de la modernidad. Siempre me ha fascinado el viaje a la modernidad hacia los países pobres, y esta vez es el carrusel el que lo hace posible.

P. ¿En qué momento es realidad la novela?

R. Cuando le inserto personajes históricos de Nicaragua. Por ejemplo, el general José Santos Celaya, dictador liberal derrocado por una contrarrevolución patrocinada por el Departamento de Estado de Estados Unidos y repuesto por un gobierno conservador a cuya cabeza estuvo el general Estrada. A través de ese personaje quise narrar la Nicaragua de entonces, que se asombra ante la llegada de un carrusel. Hay otras figuras históricas que utilizo, como los reyes del chocolate, dueños de las plantaciones y la fábrica más grandes de América Latina. Siempre me ha fascinado la historia de esa familia. Surge también el mexicano Julio Serrano, que fue secretario de Rubén Darío, aunque borro a Darío, no quise que él se contaminara con esa historia. Y cierro la novela con el expediente de un fusilamiento que yo he trastocado y alterado, pero que está basado en un documento histórico: el fusilamiento de alguien por inventar historias.

La representación que me hago de la historia de Nicaragua es la de una puesta en escena constante en la cual sólo cambian los disfraces, los vestuarios de los personajes. Pero el drama que se representa es siempre el mismo”

P. En algún momento de la novela la metáfora que incluye alude a la realidad insistente de su país…

R. La representación que me hago de la historia de Nicaragua es la de una puesta en escena constante en la cual sólo cambian los disfraces, los vestuarios de los personajes. Pero el drama que se representa es siempre el mismo. Alguien tuvo el poder por las armas para reivindicar el país; luego viene el dictador y luego hay otro que se levanta en armas y quiere reivindicar la democracia, el derecho de los ciudadanos a decidir por sí mismos. Y después aparece otra vez el mismo círculo vicioso… Unos van con levita o sombrero de copa, los otros se visten de otra manera, pero los personajes realmente son los mismos.

P. Hasta que se rompa el hilo de la historia…

R. No lo sé. Tendría que cambiar la mentalidad de la gente del país. Pero no tengo una respuesta para eso. Lo que sí es cierto es que no se puede apartar de mi esta visión repetitiva o fatal de la historia del país.

P. ¿Qué estado de ánimo le produce a usted esto mismo que está diciendo?

R. Yo creo que la historia de Nicaragua es, en muchos sentidos, una historia de esperpentos, una tragicomedia cuya clave hay que contarla siempre pensando que cualquier hecho acabará con la seriedad del relato. Por eso, en el caso de la llegada del carrusel, el general Estrada quiere defender su poder, planea apresar a su adversario, el general Mena, y lo invita precisamente a dar una vuelta en la inauguración del carrusel. Es la imagen esperpéntica de una comedia, casi de una comedia musical.

P. Es una comedia, y también una novela muy festiva…

R. Yo quería imponerme como método la diversión, hacer una mezcla de géneros. En determinado momento es novela negra, otras veces es comedia, y en definitiva es una mezcla organizada a través de la cual yo pudiera divertirme. La novela, así, desemboca por callejones que yo no sospechaba. Yo sabía que tenía que desembocar en Nicaragua, así qué exploré muchos caminos hasta que encontré ese final.

P. La escritura empieza en 2014, y la trama sucede a principios del siglo XX. Cuando empezó a escribirla era imprevisible lo que a usted mismo le ocurriría luego, hasta ser conminado al exilio por el Gobierno de Daniel Ortega. Lo curioso es que ni esta circunstancia hizo que usted variara el ritmo de su escritura.

R. Yo la terminé en el exilio, pero sin pensar en el exilio. Me estaba imponiendo un trabajo de distracción con respecto a lo que me perturbaba en ese momento, que era el comienzo de una vida distinta. Así que yo estaba escribiendo un texto paralelo a esas preocupaciones, tratando de zafarme de esa situación a través de una novela pura, que me llevara lejos de lo que estaba viviendo. La parte final de la novela la escribí en Princeton, en cuya universidad trabajé, y en Madrid, en esta casa.

P. ¿En ningún momento interfiere su situación personal?

R. Quizá muy atrás en mi subconsciente, porque esto no se puede obviar. Pero la novela buscaba un camino totalmente diferente, y es el que ves.

P. A veces, en medio de la comedia infinita que usted ha montado, uno ve ramalazos de Julio Cortázar o de su otro gran amigo, Gabriel García Márquez, marcando episodios de su novela.

R. Creo que sí, que están. Cortázar sobre todo, porque era muy lúdico, y esta es una novela muy lúdica. Cortázar tiene la absoluta irresponsabilidad de la imaginación y la burla de la realidad merced a esos vericuetos que inventa, así que él obviamente está presente, igual que la escritura del ‘Tristram Shandy’, de Sterne, o algunos pasajes de Machado de Asís, pues todos ellos juegan mucho con la realidad, la fragmentan, la descomponen, desembarazan a la literatura….

P. Cerca del final un personaje suyo, el diablo, dialoga muy lúcidamente, quizá es el más lúcido de sus personajes.

R. Yo soy aficionado al ‘trino del diablo’. Me encanta escucharlo. Cuando escribo viene ese trino y esta es una música que me fascina… Pero la historia no escrita de la novela es mi fascinación, desde la infancia, por los carruseles, así que la idea original era la de ir contando mi propia infancia en paralelo con la de los caballos de madera que habían llegado a Managua y que yo veía desde la tienda de mi padre al tiempo que se montaba el carrusel. Todo eso está en el libro, como una reconstrucción minuciosa del carrusel, pero ya no es mi historia, sino la del destino de este invento que un loco creyó que él inventaba él cuando ya estaba ahí desde hacía tanto.

‘El caballo dorado’, de Sergio Ramírez. Alfaguara


P. Al final usted habla de las suposiciones, de la vida como ‘un suponer’, que puede ser una metáfora de la conversación contemporánea, y por tanto introduce la novela en el lenguaje de la actualidad. ¿Cómo ve usted hoy la actualidad?

R. La novela está inserta en el mundo, claro, y a este momento en el que estamos lo que quizá lo define es el escepticismo. Creo que en este momento las soluciones a los dramas que suceden están taponados por el escepticismo. ¿Qué va a pasar en Ucrania? ¿Y en Gaza? ¿Van a volver a elegir a Trump?

P. ¿Y qué va a pasar en Nicaragua, su país?

R. ¿Qué va a pasar en Nicaragua? Y no sólo: ¿cuánto tiempo más vamos a aceptar el salvajismo como manera de combatir la delincuencia? A mi me aterroriza ver en Ecuador cómo golpean a los delincuentes que capturan… Estamos viendo los tiempos del salvajismo más absoluto, más allá de la ley. ¿La represión brutal a la delincuencia es el futuro que nos espera? Estas son las preguntas que habría que hacerse sobre el autoritarismo presente…

P. El diablo al que usted convoca en su novela lo dice: “Nada hay más metafórico que la eternidad sin esperanza”.

R. Y lo que decía Rubén Darío: “La tristeza de los dioses es no morirse nunca”…

P. Al final de su libro invoca a Rubén Darío. Se pregunta él mismo por el porvenir de Nicaragua. Usted es émulo contemporáneo de Rubén… ¿Cuál es para usted el porvenir de su país?

R. El mismo Rubén decía que el porvenir de Nicaragua “calla y espera”. La respuesta es esa: el porvenir de Nicaragua calla y espera. 



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