El 16 de enero muchos fans celebran el Día Internacional de los Beatles al estimar que ese día del año 1957 se inauguró el Cavern Club, aunque el cuarteto no actuaría en ese emblemático espacio por primera vez hasta 1961. Pero el 16 de enero también figura en la memoria de todos ellos porque en esa fecha, en 1980, Paul McCartney fue detenido en Japón por posesión de marihuana y dio con sus huesos en una celda de la prisión de Kosuge a la espera de un juicio que nunca se llegó a producir.
McCartney aterrizó el 16 de enero de 1980 en el aeropuerto Narita de Tokio, acompañado de su mujer, Linda McCartney, y sus cuatro hijos. Apenas cinco días después estaba previsto el inicio de una gira por todo el país con once actuaciones de su banda Wings. En Tokio, tocarían en el célebre Nippon Budokan, lo que había despertado el recelo de los sectores más conservadores del país debido a que ese lugar se había concebido para la celebración de artes marciales y no para la música.
El exbeatle había tardado años en poder entrar en el país asiático debido a que éste no le concedía la visa desde 1975 a causa de sus antecedentes penales, “ganados” en 1973 en Escocia, al ser detenido por plantar marihuana en su granja. Después, volvió a tener unos cuantos incidentes relacionados con la posesión y consumo de la misma droga. Ahora, unos años más tarde, por fin se presentaba la oportunidad para él de tocar en Japón. Se habían vendido más de 100.000 entradas, pero todo se iría al traste en un abrir y cerrar de… maletas.
A McCartney ya le habían advertido del estricto carácter de los japoneses y de que se cuidase muy mucho de portar consigo cualquier tipo de sustancia prohibida, pero el exbeatle decidió hacer oídos sordos. Al llegar procedente de Nueva York al aeropuerto de la capital japonesa, los agentes de aduanas procedieron a examinar su maleta y hallaron en ella, a primera vista, una bolsa de plástico que contenía alrededor de 250 gramos de marihuana.
A pesar de que se apresuró a asegurar de que era para consumo propio, la policía nipona procedió a su detención y a trasladar al músico británico al Centro Control de Narcóticos de la Policía de Tokio. Mientras su esposa Linda y el resto de la banda se alojaban en el lujoso hotel Okura, Paul tuvo que conformarse con pasar su primera noche como detenido en un pequeño habitáculo con una simple esterilla sobre el suelo. Curiosamente, el hotel Okura era en el que se alojaban John Lennon y Yoko Ono durante sus visitas a la capital nipona. Durante años circuló la estrambótica idea de que el registro en el aeropuerto había sido inducido por Yoko mediante una llamada al departamento de aduanas.
De la comisaría a la cárcel
McCartney pasó aquella noche apoyado sobre la pared sin ser capaz de conciliar el sueño. Al día siguiente recibió la visita de Linda. También del abogado Tasuko Matsuo. Las autoridades japonesas contemplaban la celebración de un juicio ante la comisión de un delito que podía ser considerado como tráfico de drogas. Eso conllevaba que el exbeatle debería pasar muchos más días detenido, así que acabó siendo trasladado a la cárcel de Kosuge. La gira tuvo que cancelarse. Los miembros de Wings, siguiendo indicaciones de los organizadores de la gira, tomaron las de Villadiego y volaron de vuelta a casa dejando al entonces músico más famoso del planeta abandonado a su suerte. Las autoridades del país, además, ordenaron que las emisoras de radio dejaran de poner música de la banda británica y los carteles que anunciaban la gira en las calles comenzaron a desaparecer.
En el penal de Kosuge, el célebre músico ocupó una pequeña celda con un diminuto retrete. Era la número 22. McCartney pasó a ser conocido por ello entre sus compañeros reclusos como el “preso 22”. Allí sólo pudo hacerse entender con un joven marxista que chapurreaba el inglés. Paul solicitó una guitarra. Se la denegaron. El régimen en la prisión era muy estricto. El toque de diana era a las seis de la mañana, debiendo proceder entonces a limpiar la celda. La comida consistía en una sopa de algas. Cuenta la leyenda que cuando el resto de reclusos comprendió de quién se trataba finalmente aquel extraño recién llegado, le pidieron que cantara alguno de sus temas y él decidió entonar a capela -qué remedio- Yesterday. Pese a la preocupación inicial, ahora el exbeatle gozaba de bastante buen humor dadas las circunstancias.
Mientras, en las calles de Tokio, algunos fans se manifestaban por su libertad. También lo hacían en California. El senador estadounidense Edward Kennedy, hermano de JFK, fue de los más activos tratando de lograr su excarcelación. Mientras, el vicecónsul británico visitaba a su compatriota en prisión y con suma delicadeza le anunciaba que le podrían caer hasta siete años. Aquello no ayudaba precisamente al músico a pegar ojo por las noches. El sexto día volvió a recibir la visita de Linda, que le llevó ropa limpia y unos cuantos libros de ciencia ficción, su género preferido.
La presión internacional, unida a la trascendencia de su figura, se saldaron finalmente con su puesta en libertad el 25 de enero, tras nueve noches durmiendo entre rejas. No hubo juicio; tan sólo pérdidas económicas millonarias por la cancelación de la gira, y un disgusto que acabaría pasando factura al proyecto del grupo Wings.
McCartney, antes de abandonar la prisión de Kosuge, firmó unos cuantos autógrafos y accedió a darse un baño junto a otros reclusos en la sauna. Después, se reencontró con Linda y sus hijos y tomaron un vuelo de Japan Airlines rumbo a Ámsterdam. De vuelta a casa, Paul dejó a un lado el proyecto con Wings y se centró en grabar su segundo disco en solitario McCartney II. Años más tarde recordaría: “El material que llevaba en la maleta era demasiado bueno para tirarlo al inodoro”. No hacerlo lo colocó en una situación dramática.
Paul y Linda, quien había jurado que jamás volvería a pisar suelo japonés, volvieron al país asiático en 1990, esta vez sin sustos… ni marihuana.