El pasado domingo, a unos minutos de que fuese lunes, Rodri compareció en la sala de prensa del coqueto estadio de Colonia, en medio de un frondoso bosque en las afueras de la ciudad. El del City respondió con su didáctico discurso a las preguntas y en una de ellas utilizó la palabra “transicionar” para referirse a las contras de Georgia, unas estampidas que recordaban a los partidos del patio del colegio o los de la plaza del barrio. “Transicionar” se quedó revoloteando alrededor de mi cabeza. Una palabra digna de encabezar una columna o hasta bautizar un libro. Dice la RAE en su primera acepción que “transicionar” es la “acción y efecto de pasar de un modo de ser o estar a otro distinto”. En la segunda puntualiza que “es un paso más o menos rápido” y en la tercera añade que se produce “un cambio repentino de tono y expresión”.
‘Transicionando’ por Alemania
Y eso es en realidad lo que estamos haciendo en Alemania desde hace un mes: “Transicionar” de un lado para otro. Dormir en ciudades diferentes y camas de todo pelaje. Además, después de tres semanas viajando ligeros de equipaje, ahora ya lo hacemos con la maleta a cuestas. El optimismo de los enviados especiales es inversamente proporcional al tamaño de su maleta en estos días. Quienes viajan con todo lo hacen porque creen posible la eliminación de España, a lo que suman las ganas de regresar a casa. Y quienes llevan una mochila encima, porque han dejado en Donaueschingen la maleta, confían en la victoria de España y en el regreso a la Selva Negra, donde recogerán sus enseres. España “transiciona” desde siempre. Somos un país que sabe adaptarse a las condiciones reinantes. En los 60 los emigrantes cogían la maleta y se venían a Alemania. Hoy los científicos emigran fuera de España en busca de un futuro en países donde valoren más su talento.
Nuestro fútbol “transicionó” con Luis Aragonés, quien aparcó los cojones y la españolía. Aparcó la ‘furia roja’, aquel arrebato de testosterona que nos valió al menos para sobrevivir y defender con honra la camiseta. Pero nadie temía a España. El Sabio de Hortaleza entendió que el éxito estaba en las piernas y la cabeza de aquellos jugones enclenques a los que resultaba imposible quitarles la pelota. Ante los poderosos teutones o los físicos ingleses, España tiró de ingenio y picardía. Puso el talento por delante del físico y bajó la pelota al césped. Luis, con la complicidad de Vicente del Bosque, alumbró una generación que encadenó dos Eurocopas y un Mundial por medio. Algo que nadie ha repetido aún. La pelota se divertía con ellos.
Luis pidió a Iniesta que se divirtiera y a Xavi que tuviera el campo en la cabeza. Se sumaron mentes privilegiadas como Xabi Alonso, Cesc o David Silva, el pundonor y la raza de Puyol y Ramos, la fe de Torres y el gol del infravalorado David Villa. El ‘tiqui-taca’ lo llamaron y hasta Alemania, con Joggi Löw en su banquillo, lo versionó con el ‘tiki-token’. Con ese estilo los teutones ganaron un Mundial en Brasil tras arrasar a la canarinha (1-7). El segundo Maracanazo.
Los ‘centenial’ de De la Fuente
Los tiempos han cambiado. España ha dejado de ser horizontal para ser diagonal, cuando no directamente vertical en su propuesta. Ha llegado la generación Z. Peloteros como el inglés Bellingham (21), el alemán Musiala (20), el turco Arda Guler (19) o el español Nico Williams (21). Y entre ellos amanece una figura excepcional, la de un niño de 16 años: Lamine Yamal. Los ‘centenial’, llegados al mundo en pleno cambio de siglo —entre 1995 y 2010—, son una generación mestiza que ejemplifica el mundo global en el que vivimos, justo en tiempos de auge de la ultraderecha. Algo que en Alemania, lugar de celebración de esta Eurocopa, vigilan de cerca. En este contexto las dos estrellas emergentes de la selección española son un jugador de padre marroquí y madre ecuatoguineana, y otro de padres de origen ghanés. Hijos de emigrantes africanos como esos a los que muchos desprecian en la convivencia diaria, pero luego festejan sus goles cuando se ponen la camiseta de su país.
Estos días España se ilusiona con esta selección que ha dado la vuelta la tortilla. De temer a ser temidos. El grupo de Luis de la Fuente ejemplifica también el nomadismo de una generación que se busca la vida. Raya, Carvajal, Navas, Laporte, Le Normand, Grimaldo, Cucurella, Rodri, Fabián, Merino, Olmo, Morata, Joselu… Todos han jugado o juegan fuera. Gente sin miedo a salir de su zona de confort para ser felices.
Se critica mucho a esta generación más interconectada que empática y se tiende a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor. Un error. Estos chicos están más preparados y arriesgan más porque están más abiertos a vivir experiencias diferentes. El grupo de De la Fuente es un buen ejemplo de ello. Están comprometidos, son generosos, tienen talento y son humildes. Hay mucha juventud y un futuro enorme por delante. Y tienen muchas ganas de pasarlo bien, por eso lo pasamos tan bien cuando los vemos jugar. Es la nueva España, una selección mestiza y global que ha provocado que ya no tengamos miedo a nadie ni a nada, algo que hemos traspasado a los rivales. Ahora “transicionamos” hasta la final.