Gabriela Adamesteanu (Târgu Ocna, Rumanía, 1942) es una de las autoras de nuestro tiempo que mejor sabe conjugar el retrato íntimo de los personajes de sus novelas con la exploración de los escenarios que pueblan, creando atmósferas de opresión en las que fracasa cualquier sueño de esperanza. La reconstrucción del contexto a través de la memoria es el mecanismo que opera casi siempre en su escritura; en este caso referido a la historia rumana más reciente. Como también sucede en “Fontana di Trevi”, tercera parte de una trilogía que arrancó con “El mismo camino de todos los días” (1975) y prosiguió con “Vidas provisionales” (2010).
La memoria es el antídoto contra la nostalgia, congela el pasado como un modelo de perfección o al menos una alternativa superior a un presente confuso y degradado. Ello implica un camino de doble sentido entre uno y otro, destapando en la actualidad las ramificaciones sospechadas e insospechadas del ayer, y en el ayer las potencialidades actualizadas del hoy, o lo que es lo mismo, los fracasos, bloqueos, correlaciones y desapariciones misteriosas que surgen durante el relato. La nostalgia es algo compensatorio y altamente emocional que alimenta una interpretación única de lo que ocurrió un tiempo atrás. Desde el viaje de estudios del joven e ingenuo futuro lingüista Stefan Mironescu a Francia, alrededor de 1870, hasta la voz ligeramente cínica y sentimental de Letitia Arcan en 2016, Adamesteanu abarca todo un mundo, captura movimientos tectónicos, tan repentinos como desastrosos, así como otros sutiles, casi imperceptibles, de la memoria colectiva. En su trilogía está el devenir rumano partiendo de finales del siglo XIX, los años de Ceausescu y lo que pasó a continuación.
“Fontana di Trevi” se encuentra bajo el signo de la apertura y el recuerdo. Digamos una doble apertura, la primera de fronteras: Letitia viaja entre Francia y Rumanía, y Claudia lo hace al extranjero con una beca. A la vez se abren paso personajes que arrojan luz sobre la malicia, la envidia y la duplicidad. El hilo conductor del recuerdo es el de Letitia, un recuerdo lúcido, con todas las cartas sobre la mesa, que evita blanquear el pasado. Gabriela Adamesteanu logra recrear sus frescos, centrándose en las pequeñas cosas de la vida cotidiana, sin perder de vista la correlación con el marco general. Si el marco es importante, los detalles lo son aún más en el conjunto de la obra de esta escritora rumana, curtida en el periodismo. La lucha por liberarse es otra constante en el inevitable sesgo político de su obra. En Rumanía, los que eran muy jóvenes en 1990 o nacieron después aprendieron en libertad. Los demás, las generaciones anteriores, solo pudieron alcanzarla liberándose de sus propias dependencias, incluyendo las afectivas, y pudiendo controlar sus tensiones anteriores. La libertad es difícil de asimilar, concluye la autora de “Fontana di Trevi”. Letitia, la protagonista exiliada de la novela que vuelve a Bucarest para reclamar una herencia confiscada por el régimen comunista, pertenece a “la generación de la liberación”, como proclama con cierto orgullo y una parte de miedo. El pasado reciente se cerró herméticamente en 1947. La memoria de que dispone ha sido editada en papel crepé rojo o contada en las películas del soldado liberador soviético. Del mundo de los padres aún emergen ecos, imágenes y patrones de comportamiento descontextualizados, sin que la joven Letitia y las personas que la rodean puedan descifrar estos extraños mensajes, sin que su memoria pueda construir con su ayuda un espacio familiar al que unirse. Los jóvenes no quieren cambiar el mundo, porque ya no lo reconocen: no pueden pensar comparativamente, ya que han nacido en un escenario nuevo, patas arriba, sin las auroras revolucionarias, de paisajes industriales y de rigidez burocrática del Partido-Estado.
La liberación como asignatura pendiente de los rumanos parece haberse convertido en una obsesión para Gabriela Adamesteanu. Antes de que una de las imágenes literarias que proyecta su novela –la fotografía antigua de una salida al extranjero junto a la fuente que retrató Fellini en “La dolce vita”– fuera la solución, había pensado para titularla “El sabor amargo de la libertad”, consciente de que el aterrador control ejercido en el pasado por el Partido Comunista sobre sus miembros sigue siendo palpable en el PSD, la organización más representada en el parlamento desde que la fundara Ion Iliescu. Adamesteanu no es del todo optimista: cree que todavía hay suficientes rumanos que no están demasiado interesados en la libertad. Mientras tanto, tenemos la obra espléndida que cierra un ciclo literario que es, además, crónica de un país.
Fontana di Trevi
Gabriela Adamesteanu
Traducción de Marian Ochoa de Eribe
Acantilado, 432 páginas, 26 euros
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