Tirando de tópicos, suele decirse en el mundo del deporte que si bien llegar a la cima de cualquier disciplina es harto difícil, lo realmente complicado es mantenerse en ella. Con esa misión, la de consolidarse como la estrella del hoy y del mañana del tenis tras el despegue de 2022, afrontaba Carlos Alcaraz el año 2023. Y a juzgar por el botín conquistado, poca duda puede quedar de que lo haya logrado. Seis títulos, entre ellos un Grand Slam y dos Masters 1.000, y un récord de 53 victorias y solo 12 derrotas que le ha permitido acabar el año como número dos y estar en la pelea por la cima del ránking hasta prácticamente el último día de la temporada son el aval de una temporada en la que, durante varios meses, fue considerado el gran rival a batir.
Así, en bruto, suena a año soñado, inalcanzable para casi cualquier otro tenista. Y más si se trata de un joven de apenas 20 años como es el murciano, que lejos de achantarse ante el reto que suponía refrendar las expectativas puestas en él tras su meteórica irrupción, lo hizo además mirando cara a cara a un Novak Djokovic rehabilitado tras los líos de la vacuna contra el covid y que ha puesto en jaque el debate del mejor tenista de la historia, al menos en lo que a palmarés se refiere.
Un Djokovic al que se enfrentó en cuatro ocasiones durante el año, cayendo en tres, entre ellas la semifinal de Roland Garros en la que se retiró lesionado, pero llevándose la más recordada. En Wimbledon, en el jardín del serbio, que buscaba alcanzar los ocho entorchados de Roger Federer en la hierba del All England Lawn Tennis & Croquet Club, ambos tenistas protagonizaron una final para el recuerdo que el murciano acabó conquistando en un agónico quinto set para apuntarse el segundo Grand Slam de su carrera.
Antes, Alcaraz, que se perdió el Open de Australia por las lesiones que le atormentaron al principio de año, había demostrado que su tenis no conoce de límites ni debilidades en cualquier superficie. Por el camino a Londres, el número dos conquistó el Masters 1.000 de Indian Wells (cemento) y revalidó su corona en el de Madrid (tierra), a los que sumó el ATP 500 de Queen´s (hierba), preludio de lo que estaba por venir en Londres.
Un final de año amargo tras el cenit de Wimbledon
Y sin embargo, prueba de la ambición de la que ha hecho gala durante su precoz carrera, ni a él ni a su equipo les ha acabado resultando suficiente. Quizás por el regusto amargo que deja su final de temporada, a donde llegó desfondado y asumiendo que, todavía, le falta un puntito para llegar al nivel que muestra el serbio durante todo el año.
Hasta el US Open, donde defendía corona y cayó en semifinales ante Daniil Medvedev, la temporada del de El Palmar había sido de matrícula. Compitiendo cada torneo, casi siempre pisando las rondas finales y mostrando una regularidad impropia de un tenista de 20 años. Pero de septiembre en adelante, fundido a negro.
Como si hubiera perdido la chispa, sin llegar a divertirse y sin sonreir en la pista, algo que Alcaraz ha remarcado en varias ocasionas como factor esencial para sacar su mejor versión, deambuló por la gira bajo techo desdibujado hasta llegar a las ATP Finals de Turín, donde a pesar de lavantar un poco el vuelo acabó siendo eliminado por Djokovic en un choque en el que el serbio no le concedió ni una opción.
Hay que aprender a ser profesional y hacer las cosas cuando toca: entrenar cuando toca, desconectar cuando toca, pasárselo bien cuando toca. Son 20 años y sabemos que lo está intentando mejorar
Los Juegos de París en el horizonte
Señales que levantaron ciertas alarmas entre su equipo, que enseguida le avisó tanto en privado como públicamente. “Hay que aprender a ser profesional y hacer las cosas cuando toca: entrenar cuando toca, desconectar cuando toca, pasárselo bien cuando toca. Son 20 años y sabemos que eso lo sabe y que lo está intentando mejorar”, le regañó su entrenador Juan Carlos Ferrero antes de irse de vacaciones.
“Tengo que aprender. Ahora sé todo lo que tengo que mejorar si quiero ganar al mejor jugador de mundo”, coincidió Alcaraz, que hasta ahora ha demostrado ser un alumno aplicado, tras cerrar su año en Turín. “Me doy cuenta de lo que tengo que mejorar, eso es muy importante. Salgo con una sensación mala y dolido, pero sabiendo en lo que me tengo que enfocar en la pretemporada para mejorar las cosas que no he hecho bien hoy y en las que quiero ser top. Vamos a entrenar, vamos a preparar Australia de la mejor manera posible”, avisó, asumiendo como suyo el discurso de Ferrero.
Con la lección, aprendida, Alcaraz apunta ahora a un 2024 en el que junto a Djokovic será el rival a batir (permiso mediante de un Rafa Nadal que ya ha anunciado su vuelta al circuito tras un año lesionado) y el que asoman objetivos ya conocidos, con la primera parada en Australia en menos de un mes, y otro marcado a rojo en el calendario y el que, quizás por última vez en su carrera, volverá a experimentar la sensación de ser un debutante: los Juegos Olímpicos de París.