Ángela Paños, entrenadora infantil: “Era una gimnasta única. Una artista del tapiz”. Gemma Rayo, compañera de selección: “Era una fuerza de la naturaleza. Siempre pensé que era la Beyoncé de la rítmica mundial”. María Jesús García, madre: “Desde pequeña ví que iba a llegar. Tenía algo que no tenían las demás”. La pasión con que definen estas tres mujeres a Carolina Pascual es la mejor demostración de que nos encontramos frente a una leyenda del deporte español. La única gimnasta que ha logrado una medalla olímpica individual (plata en Barcelona’92). Pero que, sin embargo, no ha recibido el reconocimiento ni el apoyo que merecían su gran gesta. Es una CAMPEONA de HONOR en mayúsculas.
“La gimnasia es como mi comida, mi dormir, mi descanso, es mi mundo, es lo que mejor sé hacer…”, asegura Carolina Pascual, 32 años después.. “La gimnasia me lo ha dado todo, pero yo también lo he dado todo por la gimnasia. Y lo volvería a hacer. Volvería a pasar por los duros entrenamientos, por esos dolores, por el hambre…”, recuerda la alicantina. Ser gimnasta de élite implica una exigencia enorme y Carolina tiene claro que aceptarlo es una decisión personal: “Nadie te obliga. Tú eres el que decide si quieres estar ahí o no. Y yo quería”, explica rememorando sus inicios en este deporte.
La madre de Carolina Pascual, María Jesús Gracia, recuerda que empezó haciendo ballet “cuando todavía llevaba pañales”. Pero enseguida la profesora le aconsejó que la apuntara a gimnasia rítmica: “Tenía unas grandes condiciones”. Ángela Paños, entrenadora infantil de Carolina, explica que “lo primero que vi fue su sonrisa, su viveza, era superexpresiva… Llamaba la atención. Era un encanto y un diamante en bruto”.
“Mis primeras entrenadoras hicieron que yo amara la gimnasia y me lanzara a hacer mis primeras competiciones. Enseguida empecé a hacer podios y eso me animaba cada vez más”, recuerda Carolina. Fueron tiempos duros, especialmente para la madre María Jesús, que tenía que hacer cada día el trayecto entre Orihuela y Murcia, tres horas de coche, para que la pequeña pudiera entrenar. Y se quedaba esperando fuera, otras cuatro horas, hasta que acababa la sesión. “Mi madre fue muy constante y nunca permitió que me distrayera”. Fue tanto su esfuerzo que a los once años ya entró en el equipo nacional y se trasladó a Madrid, a vivir a un chalet en La Moraleja, con el resto de sus compañeras de selección.
“Éramos muy niñas y nos comportábamos como una familia. Una familia muy especial”, recuerda Gemma Royo, compañera y amiga de Carolina en aquellos tiempos de la selección. “Vivíamos con Emilia Boneva, la seleccionadora, y su marido, y una pareja que nos cuidaba, y estábamos todo el día juntas”, explica Gemma. “Cuando nos llamaban los padres por teléfono era el momento más duro porque después nos echábamos a llorar todas, especialmente si la jornada había sido agotadora”. Carolina señala que “nos apoyábamos unas a otras, nos dábamos cariño”. “Había mucho bailoteo y muchas merendolas, cuando teníamos la oportunidad de comprar alguna galleta o una tableta de chocolate a escondidas”, explica sonriendo Gemma. A la mañana siguiente, sin embargo, tenían que pasar por la báscula: “Nos pesaban todos los días, porque cuando más delgadas estuviéramos, mejor. Hacíamos de todo para engañar a la báscula, a la que llamábamos el ‘Emilio'”, dice Gemma.
Manuela Fernández del Pozo, directora técnica de la selección española en Barcelona’92, enseguida se fijó en Carolina Pascual. Y vio en ella a una futura medallista olímpica. Ya en 1990 ganó la medalla de bronce por equipos en el Europeo de Goteborg. Un año después, en 1991, también logró el bronce por equipos en el Mundial de Atenas. El sueño de los Juegos estaba a la vuelta de la esquina. Antes, un nuevo bronce en el Europeo de Stuttgart del 92.
“La concentración para los Juegos fue muy dura. Estuvimos concentradas casi un año entero, sin salir, sin estudiar… el único objetivo era la medalla”, explica Carolina, que recuerda que en el viaje a Barcelona llevaba dos maletas, una con la ropa y otra repleta de chocolatinas: “Necesitaba tomar un chocolate entre aparato y aparato, si no , no hubiera aguantado… Estábamos muy mal alimentadas. Yo pesaba 39 kilos…”.
El día de la final olímpica sigue vivo en la memoria de Carolina. “Todavía siento los gritos de ánimo. ¡Vamos, Carolina! ¡No puedes fallar! ¡Demuestra lo que vales!”, explica. Manuela Fernández del Pozo explica que Carolina hizo una “competición perfecta, estuvo magnífica”. Una actuación que le llevó a la medalla de plata individual, la primera (y única hasta el momento) de la historia de la gimnasia rítmica española.
“Cuando acabaron los Juegos Olímpicos estuve tres meses en cama. Necesitaba descansar después de haberlo dado todo. No me podía ni levantar...”. Tenía 16 años y había llegado al límite física y psicológicamente. Tanto, que tomó la decisión de abandonar la gimnasia. Las súplicas de Emilia Boneva y el hecho de que el Mundial de 1993 se disputara en Alicante le hizo retrasar un tiempo la retirada. Afortunadamente, porque logró una plata en mazas. Pero entonces ya dijo basta definitivamente. “Mi carrera deportiva podía haber sido más larga, pero sentía que ya lo había hecho todo. Era la hora de volver a casa con los míos”.
Carolina Pascual, ahora entrenadora de niñas pequeñas, reconoce que le faltó apoyo tras su retirada. “Me vi perdida. Me faltaba algo…”, explica. “Nadie me daba un lugar para entrenar, pero yo entrenaba a niñas en la calle. Me volqué en eso”. Gemma Royo explica que “el deportista, cuando se retiraba, se enfrentaba, solo, con su familia, al regreso a la vida normal… y eso es un shock psicológico muy importante. Con 17 años eres una niña y nadie te asesora. Carolina podría haber tenido mucho potencial como entrenadora. Su talento no se ha gestionado correctamente. Y ella no ha sido capaz de gestionarlo sola…”. “Podría estar dirigiendo una selección. Una persona que vive y conoce la gimnasia como ella podría ofrecer mucho más”, reconoce Manuela Fernández del Pozo. “Me encanta ser entrenadora. Llevo 34 años entrenando niñas. Soy muy exigente, pero con cariño y simpatía…”, explica Carolina, una CAMPEONA de HONOR que merece ser protagonista de este documental tan especial.
UN EXTRAORDINARIO PERO BREVE PALMARÉS
Carolina Pascual atesora un extraordinario palmarés a pesar de haber competido solo durante cuatro años en la elite. Tiene tres medallas de bronce por equipos: una en el Campeonato de Europa de Goteborg de 1990, otra en el Campeonato del Mundo de Atenas de 1991 y otra en el Campeonato de Europa de Stuttgart de 1992. También fue plata individual en mazas en el Mundial de Alicante de 1993. Y, por supuesto, la medalla de plata olímpica individual en Barcelona’92.