Hace varias décadas que Bruce Springsteen vuela muy alto en el mundo de la música. Muchos de sus discos se han vendido por millones y muchas de sus canciones forman parte ya de la cultura del rock y resultan reconocibles en todas las latitudes, convertidas en no pocas ocasiones en auténticos himnos. Los conciertos de sus giras cuelgan casi como si se tratase de un mero trámite el cartel de “No hay entradas” con mucho tiempo de antelación a la fecha de sus actuaciones. Y ni siquiera el paso de los años ha impedido que “The Boss” ofrezca recitales cuya duración oscila entre las tres (comoel del miércoles pasado en Madrid) y las cuatro horas. Nadie puede negarle que sobre el escenario lo dé todo.
Pero cuando Bruce Springsteen se baja de esa altura a la que le han elevado los fans y sus repetidos éxitos y camina por la calle como un mortal más él sigue siendo un hombre literalmente pegado a sus raíces. Porque Springsteen es un hombre que frecuenta sus recuerdos, acudiendo a las calles, a los lugares y a los establecimientos donde transcurrieron su infancia y sus años de juventud.
Bruce Springsteen nació el 23 de septiembre de 1949 en el Monmouth Medical Center, en la localidad de Long Branch. Su infancia transcurriría a pocos kilómetros de allí, concretamente en Freehold Borough, en New Jersey, naturalmente. Siempre New Jersey. A Freehold sigue yendo para cumplir con el ritual de pedir y saborear una pizza clásica (‘pie’, las denominan allí). El músico estadounidense vivió también en Bradley Beach y Long Branch, todas ellas localidades muy cercanas en el propio estado de Nueva Jersey.
Precisamente en Long Branch conoció en sus años de adolescencia a Steve Eitelberg, protagonista de una historia de amistad que nos sitúa en 1997 y que sirve para radiografiar con precisión el carácter humano de una estrella del rock que jamás renunció a ayudar a los demás. Eitelberg era el dueño de una tienda de ropa en Long Branch donde Springsteen solía comprarse desde hacía tiempo algo de ropa de cuando en cuando. Aquellas visitas al establecimiento de Eitelberg sirvieron para recuperar el contacto entre ambos.
Aquel 1997 fue un año muy duro para Eitelberg. Su mujer, Lynn Viana, había sido diagnosticada de cáncer dos años antes y permanecía por entonces ingresada en el Centro Médico de Monmouth. Su estado empeoraba por momentos y todo hacía presagiar un desenlace fatal no muy tardío. Un día una enfermera del centro médico se acercó hasta la habitación y le dijo a Eitelberg que alguien al teléfono preguntaba por él y decía ser Bruce Springsteen. Al día siguiente, el rockero se presentó en el hospital a visitar a la mujer de su amigo.
Según recogió Daniel Rubin en el periódico Philadelphia Inquire del testimonio del propio Eitelberg, Springsteen “se quedó toda la tarde allí, contando historias, cantando Secret Garden -su canción favorita-, simplemente acariciando su brazo”. A la tarde siguiente, el músico volvió al hospital a visitar a Lynn. “Springsteen se instaló y comenzó a garabatear un retrato de su familia en forma de figura de palo”. Lynn le pidió que firmara aquel dibujo, a lo que Springsteen respondió con un irónico: “Ah, ¿quieres que valga cincuenta centavos?”.
Al tercer día, Bruce regresó por la tarde al centro médico, pero Lynn había entrado en coma. Poco después fallecería. El cantante acudió al funeral y allí, una vez más, volvió a interpretar Secret Garden junto al ataúd.
Aquel duro trance unió más aún a Bruce Springsteen y su amigo Steve Eitelberg. Desde entonces, la estrella del rock acudía una vez al año a la tienda de su amigo de la infancia para comprarse algo de ropa. Juntos bebían y charlaban. En una visita a la tienda, el autor de The River o Born in the USA, conocedor de que Eitelberg tocaba la conga en sus ratos libres le propuso a su amigo tocar con él en uno de sus conciertos.
Jay Lustig describió en las páginas de The Star-Ledger aquella historia: “Vas a tocar congas conmigo y mi banda en Meadowlands”. Eitelberg no lo creyó, pero Springsteen lo puso por escrito inmediatamente en un contrato garabateado apresuradamente. Sin embargo, las siguientes veces que los hombres se vieron, Springsteen no lo mencionó, por lo que Eitelberg asumió que había estado bromeando”. Volvieron a verse unas cuantas veces más y el tema de la invitación no volvió a salir, así que Eitelberg se olvidó del asunto. Pero no así Bruce, que en 1999 mientras se probaba unas prendas en la tienda recuperó su ofrecimiento. Jay Lustig lo narraba así: “Bruce entró en la tienda y le preguntó a Eitelberg si había estado practicando. Las congas, hombre, ¿qué te pasa?”. Eitelberg le contestó ‘¿No estabas bromeando conmigo?’”. Bruce fue al grano: “Vas a hacer Spirit in the Night, así que empieza a practicar”.
Y Springsteen cumplió su promesa. El 9 de agosto de 1999, en su actuación en el Continental Airlines Arena, en East Rutherford, Nueva Jersey, mientras presentaba el título de su primer bis el cantante anunció que un invitado especial se subiría al escenario para interpretar junto a él y la banda la canción Spirit in the Night. El público esperaba encontrarse con algún músico de New Jersey de renombre. ¿Quizá Bon Jovi? Bruce despejó la incógnita al presentar al que definió como su “camisero personal”. “¡Desde el gran estado de New Jersey, Steve Eitelberg!, gritó The Boss. Y allí, para sorpresa de todos, apareció un perfecto desconocido llamado Steve Eitelberg con nervios de acero, como si llevase toda la vida de escenario en escenario y tocó las congas ante 20.000 fans de Springsteen. La prensa local tituló la crónica con un “Cómo el dueño de una tienda de ropa de Jersey terminó en el escenario con The Boss”.
“Fue la emoción de mi vida”, dijo Eitelberg. Un regalo más entre los muchos que ha procurado de forma sigilosa una estrella mundial del rock que jamás ha olvidado su tierra y a sus gentes. Lo dejó patente casi desde el primer día, cuando se enfrentó a la todopoderosa casa discográfica Columbia Records y se negó a cambiar el New Jersey de la portada por New York. Aquel disco titulado Greetings fron Asbury Park. N. J. ya presagiaba el irrenunciable y férreo orgullo de un rockero incombustible por sus raíces y su tierra.