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Arte contra estética

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El pasado 13 de diciembre se cumplió el centenario del nacimiento en Barcelona del pintor Antoni Tàpies (1923-2012), figura destacada del informalismo europeo, introductor de esta corriente en España y precursor del arte conceptual catalán. En un suplemento cultural reciente, la actual directora de su Fundación en Barcelona, Imma Prieto, reclamaba nuevas miradas para reinterpretar su legado y sin duda es conveniente empezar a hacerlo desde una perspectiva distinta, aprovechando que el jurado de la Fundación Príncipe de Asturias, que le concedió el Premio de las Artes en 1990, le reconocía en su doble labor de “artista plástico y pensador estético”, al tiempo que señalaba que “desde el surrealismo de sus primeros tiempos al informalismo matérico de su madurez ha proyectado al mundo, siempre en el riesgo de la creación, una capacidad innovadora singular”.

De formación autodidacta, solía destacar el efecto que tuvo sobre él que cayera en sus manos cuando niño el número extraordinario que la revista barcelonesa “D’Ací i D’Allà”, del GATCPAC (Grupo de Arquitectos y Técnicos Catalanes para la Arquitectura Contemporánea), dedicó a finales de 1934 al arte de vanguardia. Este número especial de Navidad, que tanta repercusión tuvo en Cataluña, fue dirigido por Joan Prats y Josep Lluis Sert y contó con la ayuda como intermediarios de los colaboradores parisinos de Luis Fernández, que publicó en ella y en catalán (había crecido en Barcelona) un cuadro sinóptico sobre la evolución de los conceptos “Pintura” y “Escultura”. En él, el pintor ovetense ya reconocía dos vías en la vanguardia, una que reduce el arte a estériles esquemas miméticos y otra que lo eleva hasta posiciones líricas y poéticas altamente creativas, mientras se convertía en apóstata de la abstracción geométrica y se vinculaba con el surrealismo.

En 1948, Antoni Tàpies conoció a su admirado Joan Miró y fue uno de los fundadores de la revista “Dau al Set” y del grupo vanguardista del mismo nombre, relacionado también con el surrealismo y el magicismo. Por aquel entonces todavía promulgaba que “el artista participa de la naturaleza del mago”, que existen “verdaderos valores estéticos” que proceden de “mecanismos instintivos mucho más antiguos que la razón” o que hay que “¡ir directamente a las obras, a la Belleza!”. Seleccionado desde 1952 en bienales internacionales como la de Venecia, en 1953 expuso en Chicago y después en Nueva York, con la marchante Martha Jackson, donde pudo conocer de primera mano el expresionismo abstracto estadounidense y decantarse definitivamente por la abstracción matérica, en coincidencia cronológica con otros “muros”, los realizados en arpillera por Manolo Millares. En 1955 su trabajo dio un giro conceptual importante al conocer al crítico francés Michel Tapié, asesor de la Galería Stadler de París, en la que expuso desde 1956, junto a contemporáneos españoles como Antonio Saura.

“Capitalisme” (1951, tinta china sobre papel). .


Tàpies y Tapié coincidirían en lo que este último llamaría “arte otro”, presentado en 1957 en Barcelona y Madrid, que ya no tratará de la estética, pues “la estética de hoy no es otra cosa sino una excusa para las pretensiones vanas, una despreciable coartada para talentos totalmente faltos de exigencia. Hoy no es posible un arte para el placer, por mucho sentido trascendente –incluido el estético– que quiera darse a esta palabra (…) El arte se hace en otro lugar, afuera, en otro plano de la realidad que percibimos de distinta manera: el arte es otro”. Era una manera diferente de denominar al informalismo, defendido, además de por artistas europeos, por Antoni Tàpies, quien, fiel a su raíz cultural catalana, más preocupado por la materialidad plástica y la rehabilitación ética, también contribuyó decisivamente al proceso de devaluación estética sufrida por la obra de arte en la década de los sesenta, principal diferencia con el expresionismo abstracto, mucho más propenso a lo sublime.

Es lo que Tàpies quiso dejar claro en su conocida polémica con los conceptuales catalanes a mediados de la década siguiente. En su recopilación de artículos “El arte contra la estética” (1974), se decantará claramente por la práctica frente a la teoría, la ética frente a la estética, de la misma manera que hacen aquellos a los que critica: “Los que propugnan hoy una estética inestética no dirían ninguna tontería si no fuera porque es cosa ya muy sabida”. “Sólo discrepamos de la idea de que hay que expulsar a los que ya estaban antes para dejar pasar a los otros”, señala. Y en su artículo “Arte conceptual aquí”, publicado originalmente en “La Vanguardia” el 14 de marzo de 1973, Tàpies afirmará que “aunque parezca que vivimos en un rincón del mundo, nunca hemos estado desvinculados de las nuevas ramas del vanguardismo que se van desarrollando en las grandes capitales. Es más, también las presentimos e incluso las anunciamos”. Lo dice porque ya en 1972 había participado, en su galería neoyorquina, en la seminal exposición “Concept and Content”, junto a John Cage y otros. En su airada competencia con las corrientes más “en boga”, Tàpies irá acentuando cada vez más la conformación objetual y anestética de su producción. A ello contribuirá también la fuerte concepción nacionalista de su vanguardia, que él juzgaba “progresista”, pero que inevitablemente era conservadora, puritana y, por tanto, opuesta al sensualismo. En un catálogo de 2002, el artista y crítico asturiano Ramón Rodríguez animaba a acercarse a la pintura de Tàpies despojados de “prejuicios” y “limitarnos, simple y llanamente, a caer en la seducción de su belleza”, cuando en realidad no hay nada más contrario a su propuesta artística, puramente intelectual.

“Ou de terra” (2001, técnica mixta sobre tabla). .


Sería bonito poder mostrar y resaltar en el año del centenario esta diferente interpretación de su trabajo, aquí apenas esbozada. Aparte de algunas colecciones privadas, en Asturias sólo se conserva una obra de Tàpies, en el Museo de Bellas Artes, fruto de la donación de Plácido Arango. El año en que le concedieron el premio de la Fundación Príncipe se pudieron ver cuatro esculturas y veintidós grabados en la sala de Cajastur en Oviedo. Una década más tarde, en 2000, se exhibieron dos obras suyas en la exposición dedicada a los Príncipes de las Artes en Gijón y Oviedo, comisariada por Soledad Álvarez. Y en 2002 se pudo echar una mirada más completa a su labor primero en el Museo Antón de Candás, con obra del Museo del Grabado Español de Marbella, y luego con piezas únicas en la sala de exposiciones de Banco Herrero, propiedad ya entonces de Banco Sabadell, que guarda en su colección algunos cuadros importantes de varias etapas, además de estampas de gran formato. Desde entonces poco más.

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