Este año 2024 recién iniciado agrupa tres aniversarios de relumbrón en el mundo de la música, tres gigantes: Giacomo Puccini, Anton Bruckner y Arnold Schoenberg. Son tres acontecimientos que están revolucionando las programaciones de conciertos, tanto las temporadas como los festivales.
Puccini –del que se conmemora el centenario de su muerte– es un músico clave en la evolución de la ópera italiana, tras un gigante como Giuseppe Verdi, su trabajo está centrado en el cambio de siglo y las dos primeras décadas del XX. Su legado es, por una parte, el fin de una época, de una manera de entender el género y, por otra, es también la constatación de un operista fabuloso, capaz de construir dramas de intensidad única y con un discurso narrativo que, en cierta medida, lo emparenta con el del cine, por su capacidad para construir escenas encadenadas de enorme efectividad e impacto sobre el espectador.
De hecho, la mayor parte de sus creaciones se mantienen en el repertorio de los teatros y algunas están en el grupo de favoritas del público y de los propios cantantes, que encuentran en estos títulos un cauce expresivo de primer nivel.
Otro compositor de gran relevancia alcanzará protagonismo a lo largo de la temporada será Anton Bruckner quizá, junto a Beethoven, el que dejó un legado sinfónico de mayor calado. Una serie de obras, algunas de factura enorme, que llevaron al género a nuevas fronteras. El compositor austriaco nos ha dejado obras que son verdaderas catedrales musicales, que exigen a los intérpretes una concentración total y al oyente lo llevan a un mundo fascinante, a territorios verdaderamente asombrosos de espaciosa estructura y sustancial ambición melódica. Este aniversario es, además, un momento excelente para revisar las obras y también para abrir el debate de la influencia de su religiosidad en sus sinfonías, asunto este que se ha venido modificando en los últimos años gracias a la investigación musicológica que está “limpiando” adherencias y falsedades que, durante décadas han colado como verdades absolutas. Esperemos, por tanto, que durante este año podamos disponer de nuevas biografías del compositor austriaco que ayuden a entender con mayor claridad la plenitud de uno de los grandes compositores de la historia, no tan conocido por el gran público, aún en nuestro tiempo, como debiera.
Pero si Bruckner no está presente de manera continuada en las programaciones –las plantillas enormes de algunas de sus frescos sinfónicos retraen a los programadores de las orquestas por el alto coste que suponen– Arnold Schoenberg todavía es casi una rareza, más allá de alguna obra tardoromántica como puede ser “Noche transfigurada”. Ciento cincuenta años se cumplen del nacimiento de un autor que es clave para entender la evolución musical del siglo XX hasta nuestros días. Con el dodecafonismo como enseña creativa y aportación mayúscula, la música de Schoenberg fue la puerta a nuevos y fascinantes caminos creativos. Puso en manos de otros compositores la posibilidad de abrir horizontes, de no quedarse anquilosados en una forma de entender la música que ya evidenciaba síntomas de agotamiento. Aún hoy cuesta mucho que los espectadores se acerquen sin reparos a su música, llevados por un prejuicio de que estamos ante un lenguaje musical incómodo. Sin embargo, la audición de sus obras asombra por su fértil capacidad para crear universos sonoros que otros no fueron capaces de atisbar. Acaba de publicarse en castellano, aprovechando el aniversario, “Por qué Schoenberg”, de Harvey Sachs, un ensayo magnífico que da luz a una biografía vital y musical del mayor interés. Tres autores, por tanto, muy diferentes que es buen momento para redescubrir, escuchando algunas de sus obras menos transitadas.