Hay pocas experiencias en el mundo del rock que igualen el impacto del abrasivo ‘slide‘ de respuesta que Duane Allman ejecuta en ‘Statesboro Blues’, tema con el que arranca el mítico álbum ‘At Fillmore East’. Escuchar por primera vez los afilados fraseos que el guitarrista extrae pulsando las cuerdas con un bote de Coricidin deja en los oyentes una huella profunda e imposible de ignorar. Si a ello se le suma el respaldo de una robusta sección rítmica, con dos baterías –Butch Trucks y Jaimoe– golpeando al unísono y acompañados por el preciso bajo de Berry Oakley; los expresivos pasajes de la guitarra de Dickey Betts y la sobrecogedora voz de Gregg entre los susurros de su órgano Hammond, el éxtasis llega de inmediato. El implacable muro sonoro que la multicultural banda de Macon (Georgia) exhibía en directo no dejó indiferente a nadie. «Cualquier comparación con quien sea es superflua», destacó la revista Rolling Stone tras la publicación del mítico doble disco en 1971.
Pero antes de ser calificada como “la mejor maldita banda de rock” de los Estados Unidos, los miembros de los Allman Brothers habían curtido su torrencial sonido y su particular estilo –un delicioso jarabe a base de blues, jazz, country y psicodelia– conviviendo en hermandad bajo el mismo techo y tocando aquí y allí sin descanso: el verdadero secreto de cualquier grupo que se precie. En ‘El legado de Duane’ (Lenoir Ediciones), Diego Galván presenta una profusa biografía en la que detalla los orígenes y la extensa –e irregular– trayectoria de los padres de rock sureño, pasando por las numerosas tragedias que vivió el grupo, especialmente durante sus primeros años; sus profundas complicaciones con las drogas, sus eternas disputas internas y su despedida final, en 2014, tras 45 años de carrera.
A los tres meses de editar At Fillmore East, el tercer disco del grupo, Duane sufrió un accidente de moto del que no sobrevivió. Tenía 24 años y había alcanzado por méritos propios la categoría de leyenda de las seis cuerdas. La banda, profundamente abatida, decidió que la mejor forma de rendir homenaje a Skydog –apodo que nació de una colaboración del guitarrista con Wilson Pickett, que le llamaba Skyman (hombre celestial) por su afable carácter– era seguir adelante. Un año y un mes más tarde, el bajista estrelló su moto contra un autobús a tres manzanas de la calle en la que el guitarrista perdió la vida. Oakley también tenía 24 años y fue enterrado junto a la tumba de su amigo y compañero de grupo en el cementerio Rose Hill de Macon.
The Allman Brothers Band se formó en 1969 y en 1972 ya había perdido a dos de sus miembros fundadores. Esta dramática circunstancia hubiera acabado con cualquier proyecto musical, pero el éxito les fue sonriendo al tiempo que se sucedían las desgracias. Por entonces, la música y la carretera les ofrecía el mejor cobijo posible. Y decidieron seguir cabalgando. Justo en su peor momento anímico, alcanzarían la gloria con Brothers and Sisters (1973), el álbum más vendido de la historia del grupo, que contiene joyas como Ramblin’ Man, Southbound y la inmortal Jessica, la oda instrumental que vino a despejar todos los nubarrones en torno al futuro de la formación. Pero las alegrías duraron más bien poco: en el nuevo statu quo de la banda, Betts era ahora el compositor principal, mientras que Gregg, que se había casado con Cher y mudado a Los Ángeles, cedía gran parte de su protagonismo. Una tormenta de acusaciones a raíz de una investigación federal por asuntos relacionados con las drogas acabó en la primera disolución de los Allman Brothers en 1975. La hermandad volvió a reunirse en 1979 y en 1982 se produjo una nueva separación. Desde luego, ya nada sería igual que en los tiempos de Duane y Berry, pero el grupo se fue actualizando con la incorporación de sangre nueva, como los guitarristas Warren Haynes y Derek Trucks (sobrino de Butch), y logró remontar el vuelo, muy a pesar de la abrupta salida de Betts –debido a sus problemas con el alcohol y su enfrentamiento con Gregg– en el año 2000.
El generoso volumen de Galván, el único en castellano dedicado al grupo sureño, ofrece un extenso epílogo en el que pormenoriza el repertorio, los conciertos y las grabaciones de la banda a lo largo de sus cuatro décadas y media de existencia, y detalla la discografía en solitario de cada uno de los miembros que formaron parte de la familia Allman. Todo un trabajo de orfebrería que, como no podía ser de otra manera, responde a la grandeza de los inalcanzablemente magistrales Allman Brothers.